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Fulvio ¿por qué no te callas?

Osvaldo Torres
Por : Osvaldo Torres Antropólogo, director Ejecutivo La Casa Común
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El liderazgo de Chávez puede incomodar, la idea de su partido PSUV puede no gustarme y la pelea con los medios de comunicación puede resultarme innecesaria, pero otra cosa es prestarse para desestabilizar a un gobierno que convoca a elecciones periódicas.


El despliegue mediático del actual presidente del Partido Socialista de Chile en la crítica al gobierno venezolano está demostrando cuán desastrosa es la pérdida de orientación que sufre el socialismo chileno.

Simplificando, el argumento central es que Chávez hostiga a los medios de comunicación que lo atacan. Que esto es una expresión de la carencia de garantías democráticas en ese país. Lo que implica que es un gobierno que se debe condenar por violaciones a los derechos humanos.  Si agregamos a esto las condenas de Human Rights Watch y las realizadas por la Internacional Socialista respaldadas por Fulvio Rossi, tenemos que una preocupación clave de Rossi y otros dirigentes socialistas es separar aguas de la experiencia venezolana.

La experiencia venezolana, así como la boliviana o ecuatoriana, puede llamar la atención a los chilenos pues no es tranquila como lo fue nuestra transición. Efectivamente en Venezuela se vive un proceso de confrontación política y social aguda que lleva años; desde que el pueblo venezolano salió a las calles a protestar contra el hambre y la corrupción del gobierno de Andrés Pérez respaldado por la Internacional Socialista y que mató a decenas de personas en ese episodio, el “Caracazo”.

[cita]El liderazgo de Chávez puede incomodar, la idea de su partido PSUV puede no gustarme y la pelea con los medios de comunicación puede resultarme innecesaria, pero otra cosa es prestarse para desestabilizar a un gobierno que convoca a elecciones periódicas.[/cita]

Andrés Pérez, como Herrena Campins o Caldera de la D.C., era parte de la elite política que condujo la democratización luego del derrocamiento popular de la tiranía de Pérez Jiménez por allá en 1958. Pero es la misma que la llevó a su crisis, por las profundas desigualdades sociales que no pudo o no quiso resolver, por la corrupción galopante y la falta de voluntad política para impulsar un proyecto de desarrollo.

Chávez expresaba al mundo popular y un sector de las FF.AA. que estaba hastiado de ser pisoteado, y cuando ello se junta con un debilitamiento de las estructuras democráticas deviene en procesos de cambios profundos. Chávez pagó con cárcel su intentona golpista de los años ’90, pero luego se sometió a la soberanía popular y a las reglas de juego democrático, triunfando en las últimas tres elecciones presidenciales.

Uno podría sospechar de la vocación democrática de Chávez, por su historia anterior y hasta –tal vez con justa razón- por ser militar. Pero similar sospecha debiera tenerse con los partidos hoy en la oposición y los empresarios que estuvieron en la  intentona golpista del 2002.

El proceso venezolano no tiene desaparecidos, presos políticos ni censura de prensa. Hay sindicatos y gremios empresariales, hay multipartidismo y éstos hacen sus reuniones y sacan manifiestos; las calles se llenan de gente cuando los convocan unos u otros; existen parlamentarios de diversos colores y también hay un registro electoral fiable. No es que la democracia venezolana sea perfecta, pero si de estándares se trata no es menos mala que la chilena que tiene un sistema binominal que impide la representación de las minorías o una Constitución no refrendada por votación popular; ni es menos mala que la colombiana que sufre del cohecho y un clima de violencia incomparable con otras democracias latinoamericanas.

La pregunta es por qué ahora el centro de la preocupación de Rossi, la D.C. y la derecha política se posa sobre Chávez. Presumo que la explicación está no en la política sino en la economía política: El Indicador Gini sitúa a Venezuela como el país con menor desigualdad en América Latina, el que mejora de 0,48 a 0,39 (siendo 1 la desigualdad total, Chile se encarama al 0,58), con un aumento del gasto social del 11,3% en el año 1999 a 19,5% en 2009 respecto al Producto Interno Bruto (PIB). Es evidente, no puede haber una redistribución del ingreso de esta magnitud sin cierta convulsión social y lo potente es que se hace en los marcos de la democracia.

El liderazgo de Chávez puede incomodar, la idea de su partido PSUV puede no gustarme y la pelea con los medios de comunicación puede resultarme innecesaria, pero otra cosa es prestarse para desestabilizar a un gobierno que convoca a elecciones periódicas. Lo que falta es que Rossi se suba al avión con Allamand y Walker como observador parcial de las elecciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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