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CNTV: Libertad en “la medida de lo posible…”

Salvador Muñoz
Por : Salvador Muñoz Cientista Político
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En pleno siglo XXI es normal que una sociedad pueda reírse de sí misma. Aún cuando no soy creyente, a la figura de Torquemada, personaje extraño, poderoso y fanático que quiere imponer su religión por medio del terror, prefiero la de San Francisco de Paula, apóstol de la religión por el amor.


Los cargos formulados por el CNTV contra el programa “El Club de la Comedia” por sus parodias a Jesús me hizo recordar los peores tiempos de la Inquisición, perdón, de la transición. Si los ejemplos de censura y falta de libertad de expresión en Chile se multiplicaron durante la dictadura de Pinochet y sus secuaces, la mal llamada transición a la democracia no se ha quedado atrás.

Si para la derecha y la Concertación el retiro de los militares del gobierno fue condición para burlar la justicia,  la libertad y todos sus derechos asociados no escaparon  a ese acuerdo. Bien lo sabe Genaro Arriagada, uno de los padres de la Concertación y de “la medida de lo posible”, y uno de los Consejeros del CNTV que impulsó los cargos contra Chilevisión.

En la institucionalidad heredada de la dictadura y consolidada por la Concertación, la libertad de prensa, el pluralismo, la difusión de ideas, la inteligencia, la creatividad y la cultura son los parientes pobres aplastados por las técnicas de envilecimiento del pensamiento y el dominio sin contrapeso de la vulgaridad.

¿Quién ignora cuál es el espíritu de esta institucionalidad, cuáles son los derechos que consagra y privilegia, y  qué intereses resguarda?

El CNTV demuestra cómo, gracias a cambios superficiales en materia institucional,  la esencia de la dictadura sigue rigiendo la vida de los chilenos. Condenable como es la actitud del CNTV, tiene el mérito de poner en evidencia la necesidad de terminar de una vez por todas con esta Constitución ilegítima y de devolverle al pueblo de Chile su plena Soberanía. De Roberto Garreton a Pablo Ruiz-Tagle, las mentes más esclarecidas del país han reclamado la adopción de una Constitución democrática, mientras el maridaje Alianza-Concertación hace oídos sordos. Ruiz-Tagle, poco sospechoso de anarcosindicalismo, ha precisado que en la actual Constitución “Hay una concepción que tiene un fundamento no democrático, que no es republicano…”. Y agrega que en los afeites y maquillajes efectuados “Sobre todo no se cambia la sustancia dogmática”.

[cita] En pleno siglo XXI es normal que una sociedad pueda reírse de sí misma. Aún cuando no soy creyente, a la figura de Torquemada, personaje extraño, poderoso y fanático que quiere imponer su religión por medio del terror, prefiero la de San Francisco de Paula, apóstol de la religión por el amor. [/cita]

En un lamentable documento proveniente de la Concertación, difundido con el pretexto de conmemorar la victoria del NO, la necesidad de adoptar una institucionalidad democrática está tan ausente como la participación ciudadana que continúan negando en los hechos. Parafraseando a Ruiz-Tagle (y a Lampedusa), no queda sino llamarles “Gattopardos”. Aun cuando “Conservadores” no les iría mal.

Esta encogida democracia permite y ejerce la censura pública y la coerción sobre la libertad de expresión de los chilenos. La querella de Arellano Stark contra Patricia Verdugo en 1990 por su libro “Los Zarpazos del Puma”. “Los secretos de Fra Fra” (1992) de la periodista María Irene Soto fue el primer libro prohibido en esta curiosa democracia. Siguió la condena y reclusión del periodista Francisco Martorell por su libro “Impunidad Diplomática” (1993). La película de Martin Scorsese “La Última Tentación de Cristo” tuvo el honor de ser censurada tanto por la dictadura como por la mal llamada democracia. Los periodistas Paula Coddou y Rafael Gumucio fueron detenidos porque éste último se refirió al entonces presidente de la Corte Suprema, Servando Jordán, como un “viejo feo y con un pasado turbio”. Ambos estuvieron 19 días presos y lograron recuperar su libertad solo al precio de una fianza. El “Libro Negro de la Justicia Chilena” de la periodista Alejandra Matus, que tuvo que buscar refugio en los EE.UU., es historia conocida.

Aunque fue una de las obras más leídas en Chile, el “Libro Negro de la Justicia Chilena” no duró ni siquiera 24 horas en las librerías antes de ser confiscado, y estuvo prohibido desde 1999 hasta el 2001.

Los casos de censura más recientes, como la obra teatral de Arturo Prat en 2003 y las multas a Canal 13 y Chilevisión por el caso Spiniak, terminan de vestir esta pinche democracia con la sotana de Torquemada. Tuve la ocasión de ver las parodias de “El Club de la Comedia”. A pesar de sosas, aburridas e insulsas, no merecen un actus fidei, o sea la ejecución del suplicio del fuego pronunciado por la Inquisición. En pleno siglo XXI es normal que una sociedad pueda reírse de sí misma. Aún cuando no soy creyente, a la figura de Torquemada, personaje extraño, poderoso y fanático que quiere imponer su religión por medio del terror, prefiero la de San Francisco de Paula, apóstol de la religión por el amor.

Se ve que el CNTV presentó los cargos contra Chilevisión para recordarnos y enrostrarnos la sociedad en la que vivimos: una en la que no hay ni libertad, ni justicia, ni respeto por la inteligencia. Parafraseando a Wilde podemos decir, “Las obras que el CNTV juzga inmorales son las que le tienden el espejo de su ignominia”.

Millán-Astray y sus aspiraciones no andan lejos… “¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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