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Wikileaks ¿estallido de volcán o pedo de vieja?

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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La trascendencia limitada de los documentos y el hecho que se hayan escapado de las computadoras del Departamento de Estados indican que el edificio washingtoniano está agrietado.


A primera vista, los documentos de la diplomacia estadounidense que se están publicando más parecen lo segundo, es decir, el escape de un gas intrascendente. Los informes “secretos” sobre la cautela de Angela Merkel, las maniobras de la dinastía saudita, la poca fiabilidad de Sarkozy o el entendimiento “machista” entre Putin y Berlusconi suenan a chismografía previsible y, además, de segunda categoría.

Lo que los diplomáticos norteamericanos afirman sobre tales personajes lo han dicho hace rato con más riqueza, ingenio y fundamento los analistas de The New York Times, Le Monde, The Economist… ¿Y quién no sabe que Putin le regaló a Berlusconi la cama emperor size que acoge sus hazañas de la Villa Certosa? La revelación sobre las fiestas de Ramzan Kadirov, el sátrapa instalado por Putin en Chechenia, en las que se arrojan billetes de cien dólares a los bailarines, recuerdan el informe “top secret” en que la CIA daba cuenta durante la guerra de Vietnam de que el líder comunista Ho Chi Minh había dejado de fumar cigarrillos Camel para pasarse a los Chesterfield. ¿Y quién no sabe que los Estados Unidos consideran al norcoreano Kim Jong-il y al iraní Ahmadinejad sus archienemigos y que Hugo Chávez les da urticaria? Y en cuanto al espionaje light en las Naciones Unidas, ¿qué país no lo practica?

[cita]La trascendencia limitada de los documentos y el hecho que se hayan escapado de las computadoras del Departamento de Estados indican que el edificio washingtoniano está agrietado.[/cita]

Las “revelaciones” que presenciamos generarán a lo más turbulencias diplomáticas de baja intensidad y corta duración. Cualquiera de los documentos publicados por Peter Kornbluh en The Pinochet File sobre la brutal intervención de Nixon contra Salvador Allende es más revelador y explosivo que los que estamos leyendo. Hasta parecería que Wikileaks y los diarios que los publican, asustados de su propio atrevimiento, hubieran decidido omitir todo aquello que revele el rostro más injerencista e imperial de los Estados Unidos.

Pero la filtración es también estallido de volcán…

La publicación de los 250 mil documentos marca el fin de la diplomacia secreta de emperadores, reyes, ministros o presidentes que acompañó las guerras coloniales, las intervenciones de ultramar, la expansión, los choques y alianzas entre las grandes potencias, el reparto del mundo. Se ha iniciado la era de la transparencia. Los pacifistas que a comienzos del siglo XX denunciaban los pactos secretos que precedieron y acompañaron la primera guerra mundial estarán celebrando en sus tumbas.

Más aún, en tiempos de vuelco profundo de los equilibrios y correlaciones mundiales, cuando los Estados Unidos pierden a ojos vista su hegemonía, es sintomático que las filtraciones se escapen precisamente de Washington y no de Pekín, el poder en ascenso, ni de Moscú. A Obama, el bienintencionado, le ha tocado la mala suerte de que el destape tenga lugar en momentos en que se esfuerza por afirmar su autoridad.

En el mundo global de nuestros días, cuando vivimos del y para el espectáculo, la última hazaña del hacker australiano Julian Assange, patrón de Wikileaks, es más simbólica que otra cosa. La trascendencia limitada de los documentos y el hecho que se hayan escapado de las computadoras del Departamento de Estados indican que el edificio washingtoniano está agrietado. Con su publicación, el gran país ha quedado desnudo, y su cuerpo cuarteado a la intemperie. ¿Quién lo va a seguir respetando y temiendo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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