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El cine y la novela gráfica: ¿Una fuente inagotable de originalidad?


De los varios centenares de películas americanas que se estrenan en circuitos comerciales de cierta envergadura cada año, menos de un 5% (bastante menos) están basadas en cómics.

Eso no es un obstáculo para que, de cuando en cuando, algún sesudo analista de las comunicaciones sostenga que a la industria del cine se le está apagando la mecha y que su gran veta de la originalidad narrativa está ahora en explotar la novela gráfica.

Mi impresión es distinta. Los grandes maestros del cómic hoy muy rara vez son adaptados al cine. No se hacen películas basadas en novelas gráficas de Chester Brown, Seth, Art Spiegelman, Chris Ware, David B o Joe Sacco. Se eligen otras y son casi siempre novelas mediocres que se transforman en películas igualmente mediocres. O se insiste en los libros de Alan Moore o los del fascistoide Frank Miller, con ganancias económicas que normalmente van acompañadas por el vapuleo de la crítica.

¿Un asunto de originalidad? No. Lo que ocurre es precisamente lo contrario: Hollywood casi siempre elige novelas gráficas que fueron compuestas desde un inicio dentro de los estándares narrativos y con la chatura intelectual que, según parece creerse, conviene a una industria millonaria, novelas que fascinan a los vacuos y que, convertidas en películas, pasan a deleitar a una mucho más amplia legión de espectadores que nunca pedirán originalidad en ningún sentido relevante (de allí la perfecta sintonía con los chatos analistas de comunicaciones que celebran el fenómeno).

Los cómics que se suelen llevar al cine son aquellos que han sido escritos con el cine en mente, tal como ocurre con una miriada de novelitas de tercer orden desde hace décadas: son la obra de autores que no respetan su propio medio suficientemente y que creen que la verdadera consagración llegará cuando alguien mire su trabajo y diga: «esto se podría convertir fácilmente en una película taqullera».

Medir la orignalidad en un arte es un asunto difícil, en el que chocan o se complementan muchos criterios distintos. Una cosa es segura: no se puede medir en función de cuán adaptable es una obra a otro lenguaje ni, mucho menos, en función de cuántos réditos le dé a quien asuma la tarea de esa adaptación, o cuánto dinero se pague por sus derechos, o con qué frecuencia se ejecute la operación.Hit-Girl-Kick-Ass-Movie-320x480

Mientras tanto, ciertamente, al margen de la veta guionística, el cómic sigue produciendo obras magistrales. Sólo en el último año, por ejemplo, allí están Acme Novelty Library: Lint, de Chris Ware; X’ed Out, de Charle Burns; How to Understand Israel in 60 Days or Less, de Sarah Glidden; Market Day, de James Sturm o Denys Wortman’s New York, de Denys Wortman, por citar solo algunos y quedarme únicament en el mercado norteamericano.

Y el cine americano (me circunscribo a él porque es el único que estos comentaristas tienen en mente) sigue haciéndolo también, casi siempre al margen del pequeño mundo de las adaptaciones de cómics: True Grit, Black Swan, Winter’s Bone, por ejemplo, son cintas de primer nivel, muy superiores a las pocas adaptaciones de cómics que han aparecido en el año que recién terminó (donde el cómic solamente aportó la base para una cinta realmente interesante y original: Kick Ass).

Entonces: ¿encuentra Hollywood una fuente notable de originalidad en los cómics que lleva a la pantalla? En verdad, no. Encuentra, sí, la fuente de películas extraordinariamente olvidables y formulaicas, como, siempre centrándonos en el año pasado, Jonah Hex, The Losers, Iron Man 2 y The Last Airbender, para muchos, la película más ridículamente mala del 2010.

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