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Escalona y Navarro ¿error estadístico o tendencia?

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
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Si se quiere más evidencia empírica, pues hay que retrotraer un poco más la bobina del tiempo, no demasiados años incluso, y sacar cuentas. Pero si se quiere encontrar pruebas todavía más contundentes y abrumadoras para concluir que no es normal que seres políticos como Escalona y Navarro ocupen esas posiciones, desde siempre reservadas para los elegidos de las familias más conspicuas, pues vaya usted a los textos de historia e infórmese en detalle sobre quiénes han ocupado en el pasado esas posiciones.


Alguna vez el ex presidente peruano Alejandro Toledo, reflexionando sobre sus propios orígenes sociales y culturales, se describió a sí mismo como un “error estadístico”. Lo dijo para subrayar la circunstancia extraordinaria, hasta  entonces muy improbable y por lo mismo enteramente anómala en la historia política peruana, de que un hombre con su historia personal y familiar, uno de aquellos individuos que en su infancia lustró zapatos en las calles de Lima y que hacen parte de los que las clases peruanas pudientes aluden despectivamente como “cholos”, al igual como las nuestras llaman “rotos” a quienes desprecian, hubiese podido alcanzar, sin embargo y contra todo pronóstico basado en las leyes no escritas, la más alta magistratura de la nación.

En una región como la latinoamericana, tan profundamente marcada por el racismo, el clasismo y la discriminación que unos pocos ejercen contra las grandes mayorías ciudadanas, todavía resulta inusitado que ocurran este tipo de fenómenos. Los que cuando se presentan, casi siempre de improviso, parecen querer venir a pulverizar tradiciones inconmovibles, pero que en verdad, solo logran mellar levemente la blindada superficie de un sistema político, económico, social y cultural profundamente arraigado en las culturas y las mentes de quienes profitan del mismo y por lo mismo sostienen. No pocas veces, además, con el concurso activo de quienes lo soportan estoicamente.

Este estado de cosas no se ha modificado sensiblemente, aunque así lo pueda parecer. Por más que Bolivia esté hoy gobernada por un presidente como Evo Morales, quien para variar, se parece a la mayoría de sus compatriotas, como también ocurre en el propio Perú; no ha cambiado a pesar que Brasil haya sido gobernado con gran brillo por un ex obrero metalúrgico; sobrevive pese a que Venezuela sea regida por un hombre mestizo; se mantiene a contrapelo a que el presidente Mujica no tenga nada que ver con la oligarquía terrateniente y ganadera uruguaya de cuyas familias han salido la inmensa mayoría de los gobernantes y parlamentarios de ese país; permanece intacto en lo esencial, no obstante que Argentina sea gobernada por una mujer proveniente de una provincia del extremo sur patagónico, una de esas regiones remotas que la oligarquía argentina mas tradicional asentada en Buenos Aires y las provincias aledaña ha mirado, incluida a sus gentes y desde siempre con abierto desprecio y desdén. Y en nuestro propio caso, este estado de cosas pervive, a pesar de que una mujer como Michelle Bachelet haya logrado alcanzar la Presidencia de la República, lo cual como muy bien sabemos, no debe hacernos concluir que vivimos en una sociedad que ha logrado derrotar la suma de los innumerables prejuicios y discriminaciones que lastiman e insultan a diario la dignidad de millones de chilenos y chilenas.

[cita]Lo comentado implica además un desafío a todos quienes se solazan en su clasismo y disfrutan roteando a quienes no reconocen como un igual en derechos y dignidad, mientras se aferran a un modelo de sociedad estratificada e injusta en donde la movilidad social se ha petrificado peligrosamente.[/cita]

Hemos avanzado, no cabe duda. Latinoamérica ya no es más ese continente en que todos su presidentes y otras altas autoridades a juzgar por sus apariencias parecían estar emparentados entre si, o cuando menos al escucharlos perorar, nos hacían pensar que habían estudiado en los mismos colegios y universidades. Pero aún hoy día, es preciso convenir que mientras esta tendencia inclusiva no se extienda y consolide, todavía tendrá validez aquella afirmación según la cual si acaso los Estados Unidos hubiesen estado situados geográficamente en Latinoamérica, Barak Obama jamás hubiese llegado a la Casa Blanca.

Sobre todas esta cosas y otras conexas reflexionaba mientras asistía desde la tribuna del Senado a la votación con la que debía renovarse la testera, mientras los candidatos de las respetivas coaliciones se sometían al veredicto de sus pares en medio de una atmósfera no exenta de tensión, pese a que el resultado era muy previsible.

Como se sabe, se impusieron Camilo Escalona como Presidente y Alejandro Navarro como Vicepresidente, y cuando eso ocurrió, un respiro de alivio recorrió la tribuna en que sus parciales asistíamos a este trámite cargado de simbolismos democráticos y republicanos.

Una votación más en que se midieron las fuerzas respectivas y los números hablaron, concluyeron algunos, a la vista de que en ambas votaciones los resultados fueron exactamente los mismos: 19 para la mayoría y 15 para la minoría. No, de ninguna manera concluimos muchos de los invitados, convencidos que lo que acaba de ocurrir en el Senado constituía un hecho notable y excepcional. Uno de esos sucesos en nuestra historia republicana que constituyen momentos de inflexión y que por lo mismo, han de marcar un antes y un después en la política chilena y en la historia de sus instituciones.

Lo acontecido tendrá que haber sido un trago especialmente amargo y difícil de tragar, casi un purgante para la derecha tradicional chilena y sus representantes más conspicuos situados en el hemiciclo senatorial, quienes no podían dejar de evidenciar en sus rostros sombríos y distantes la dureza del momento que les estaban propinando.

Debe haber sido una experiencia acaso traumática para los representantes de la derecha haber tenido que ser testigos impotentes de este acontecimiento que aunque anunciado, les debe haber sonado como algo rayano en lo intolerable. Dos representantes de los sectores sociales ubicados en las antípodas de los valores e intereses que la derecha encarna, y no solo ella, pasaban a constituirse en las más altas autoridades de una institución que históricamente ha reflejado en su composición lo más rancio, elitista y discriminador del grupo de familias que nos tutelan sin miramientos y desde hace siglos.

Si estamos de acuerdo que la política partidista refleja visiones e intereses contradictorios entre si, y que es función precisamente de la política y de las instituciones democráticas conciliar esas posiciones, es cuestión de mirar la composición de nuestro actual Senado para llegar a conclusiones interesantes y aleccionadoras, las mismas que debieran escandalizarnos, pero que tal parece que no nos hacen mella.

Si se quiere más evidencia empírica, pues hay que retrotraer un poco más la bobina del tiempo, no demasiados años incluso, y sacar cuentas. Pero si se quiere encontrar pruebas todavía más  contundentes y abrumadoras para concluir que no es normal que seres políticos como Escalona y Navarro ocupen esas posiciones, desde siempre reservadas para los elegidos de las familias más conspicuas, pues vaya usted a los textos de historia e infórmese en detalle que quienes han ocupado en el pasado esas posiciones, plagadas de los así llamados apellidos vinosos propios de nuestra aristocracia de mentira. Entonces podrá concluir, que lo que aquí ha ocurrido es un hecho inédito y acaso hasta extraordinario. Un auténtico y genuino error estadístico, parafraseando al ex presidente Toledo, o acaso una circunstancia que podría estar abriendo una nueva tendencia.

El Senador Camilo Escalona nos habló en su discurso de sus orígenes sociales modestos. De su padre, obrero panificador, que lo llevó a la política y lo acercó a las ideas del socialismo, y de su madre, una mujer que pudiera ser cualquiera de las madres hacendosas, sufridas y abnegadas que pueblan los márgenes de Santiago, quién  le inculcó el valor de la disciplina y la perseverancia.

Quienes conocemos al Senador Escalona, incluidos los que alguna vez hemos discrepado de sus posiciones y hasta de sus formas  a veces ásperas, reconocemos no obstante el inmenso valor de una personalidad  política como la suya, que tiene el mérito de haberse forjado a sí misma,  venciendo inmensos obstáculos, incluido el de su propio origen social, y el de ser un hombre esencialmente autodidacta. Lo cual no ha sido obstáculo para que llegara a ser un hombre culto y versado hasta en las cuestiones más complejas y ríspidas de la política. Camilo ha llegado muy alto, todos los socialistas sentimos orgullo por él, especialmente quienes nos damos cuenta que en su arduo camino ha debido vencer incluso obstáculos impensados.

Como los representados por consideraciones que no tienen que ver con los méritos políticos propiamente tales, sino con otro tipo de juicios, prejuicios y acciones de camarillas gestadas en historias comunes que les son ajenas, los que también suelen hacer de las suyas, incluso dentro de las propias organizaciones de la izquierda y el progresismo incluido su propio partido. Lo cual demuestra que ni siquiera las propias organizaciones de la izquierda logran sustraerse del todo de las conductas discriminatorias  que campean en nuestra sociedad.

Otro tanto se puede decir del Senador Alejandro Navarro, de origen social no menos modesto. Navarro, en su incansable activismo en pro de los más pobres, abusados y vilipendiados, los mismos que por su consecuencia le han premiado con altísimas votaciones en su carrera política, conoce por propia experiencia el significado de la pobreza y la precariedad.

Hijo de una familia modesta, dirigente estudiantil aguerrido y destacado en plena dictadura, obrero en una etapa de su vida y cotizante de Fonasa en lugar de tratar de ocultar o disfrazar como no pocos suelen hacer, precisamente para no ser todavía mas discriminados, el mismo suele resaltar siempre que puede. Precisamente para expresar buenamente un modo de encarar la política desde los principios el compromiso social y la propia experiencia, en una práctica cotidiana muy a tono con las exigencias de los tiempos sociales tumultuosos que vivimos.

La composición actual de la testera del Senado de la República constituye por todo lo dicho una suerte de acto de justicia, de reivindicación social y reconocimiento al mérito propio. También, ha de ser leído como un auténtico homenaje a los chilenos y chilenas modestos que hoy se manifiestan a lo largo de todo Chile, quienes a falta de un conducto que reconozcan como fiable y legitimo, han optado por el asambleísmo para hacerse escuchar.

Al mismo tiempo, lo comentado implica además un desafío a todos quienes se solazan en su clasismo y disfrutan roteando a quienes no reconocen como un igual en derechos y dignidad, mientras se aferran a un modelo de sociedad estratificada e injusta en donde la movilidad social se ha petrificado peligrosamente.

Escalona y Navarro desde sus nuevas posiciones oxigenan y dignifican a nuestra democracia agonizante, pues la tornan más verdadera y representativa. Si ellos tan solo logran a aportar a poner la política por delante de la economía, habrán ayudado a devolver un poco de la dignidad y el prestigio que nuestras instituciones han extraviado.

Reflexionando sobre estas cuestiones, un viejo y sabio amigo me dice que en Chile “los rotos producen premios Nobel, mientras que los “pitucos” casi solo producen santos”.  Me quedo pensando en esta afirmación audaz, mientras me vienen a la mente Gabriela Mistral, hija de un modesto profesor primario y Pablo Neruda, hijo de un obrero ferroviario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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