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Tántalo, el “winner” y las oportunidades Opinión

Tántalo, el “winner” y las oportunidades

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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En reiteradas intervenciones Golborne ha jugado la carta del niño winner de Maipú. Institutano que a punta de esfuerzo ascendió hasta las cimas de la industria del “retail” como ahora lo hace en su vocación política. Pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para asegurar la igualdad de oportunidades? ¿Y hasta qué punto sus padrinos políticos lo acompañan en esta tarea? Es algo sobre lo que el candidato debiese dignarse a hablar —tal como lo hizo respecto al Acuerdo de Vida en Común—. De modo que su apelación a la igualdad de oportunidades deje de ser simple retórica de marketing —y una retórica bastante dudosa considerando a sus padrinos UDI—.


El discurso sobre la igualdad de oportunidades es hoy transversal. De derecha o izquierda, la intuición fundamental parece ser que lo correcto es avanzar hacia la igualdad de oportunidades. Es también el caso del precandidato presidencial de derecha Laurence Golborne, quien en su proclamación por parte de la UDI afirmó que “el Estado juega un rol esencial en igualar las oportunidades, en proteger a los indefensos, en resguardar una sociedad libre”. Considerando su biografía, de la que hace profuso uso, parece ser incluso la carta de presentación de su candidatura.

Mucho habla a favor de la intuición acerca del valor de la igualdad de oportunidades. Además, parece estar en armonía con la notable confianza en el valor de la meritocracia que dejó de manifiesto la encuesta CEP. (Notable en sentido literal: difícil de entender al contrastarla con nuestra sociedad clasista y de nepotismos extendidos). Pero forzando a Kant, «las intuiciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos». Dicho de otro modo: ¿De qué se habla al referir a la igualdad de oportunidades?

La igualdad de oportunidades puede ser entendida de modos diversos. Pero incluso la apelación indeterminada a su valor es productiva. Al aceptarla debemos descartar modos de asignación de bienes que recurran a jerarquías de nacimiento (como el sistema feudal o de castas). Pero descartada esta opción, en tanto no se especifique un concepto, la apelación a la igualdad de oportunidades es difusa. En definitiva, no sabemos de qué estamos hablando. Considere dos posibilidades.

Usted puede ser un libertario civilizado. En ese caso, usted propondrá que la asignación de bienes debe estar dada por un mercado libre sujeto a la igualdad formal de oportunidades. Me explico. Si usted es un verdadero libertario (y no un simple defensor de ventajas y prerrogativas, como suelen ser los autodenominados libertarios en nuestro país), deberá sostener un principio de igual libertad para todos (entendida como ausencia de interferencia) plus un principio de mérito natural. Es decir, los individuos son los legítimos receptores de los bienes que obtienen producto de la inversión libre de sus dotes, tales como fuerza, talento, aplicación, etc. Pero para civilizar su libertarianismo usted deberá aceptar también un principio de igualdad formal de oportunidades. Esto implica que en los intercambios que asignan bienes se deben descartar modos de discriminación en razón de criterios ilegítimos, como género, raza, apellido, etc. Ciertamente, esta es una interferencia en la libertad para discriminar. Pero su justificación radica en que de este modo alcanza expresión la idea del mérito natural: si tiene los talentos requeridos y se esfuerza, puede competir por el bien deseado sin ser discriminado. Así entendida, la igualdad de oportunidades se expresa como una política antidiscriminatoria.

[cita]El entramado social en su conjunto afecta la igualdad de oportunidades. Por lo tanto, avanzar hacia ella implica intervenciones profundas. Y en nuestro país estamos lejos incluso de la concepción de igualdad formal de oportunidades. La asignación de bienes tiene lugar aun según criterios como el colegio de procedencia, el apellido, el barrio, el fenotipo, etc. En algunos casos, nepotismo puro. Todas características que la igualdad formal de oportunidades descarta.[/cita]

O usted puede ser un genuino defensor de la meritocracia. Como en el caso anterior, usted debe sostener la igual libertad y el mérito natural. Pero a diferencia del caso anterior, usted deberá sostener un principio de igualdad efectiva de oportunidades. Me explico. Imagine que en la sociedad no se discrimina de modo ilegítimo entre todos aquellos que compiten teniendo las capacidades y conocimientos relevantes (es decir, igualdad formal de oportunidades). Pero el proceso de desarrollo y adquisición de estas capacidades y conocimientos está mediado por la capacidad de pagar. ¿Disponen de igualdad de oportunidades aquellos que carecen de recursos y por tanto no han podido adquirir estas capacidades y conocimientos? Evidentemente, no. La igualdad efectiva de oportunidades exige más que una política antidiscriminatoria: los individuos deben no sólo poder competir sin ser discriminados, sino que deben haber podido desarrollar y adquirir las capacidades y conocimientos para poder competir. Esto exige una intervención estatal anterior y profunda. Esta intervención debe apuntar a la estructura institucional de la sociedad y debe aspirar a —utilizando palabras de moda— nivelar la cancha. Educación es aquí central. Pero también lo son elementos como la garantía de un entorno social seguro, acceso a la salud, etc. Así, la igualdad efectiva de oportunidades aseguraría la genuina meritocracia: la consecución de bienes y cargos de acuerdo efectivamente al talento y esfuerzo de cada cual.

El entramado social en su conjunto afecta la igualdad de oportunidades. Por lo tanto, avanzar hacia ella implica intervenciones profundas. Y en nuestro país estamos lejos incluso de la concepción de igualdad formal de oportunidades. La asignación de bienes tiene lugar aún según criterios como el colegio de procedencia, el apellido, el barrio, el fenotipo, etc. En algunos casos, nepotismo puro. Todas características que la igualdad formal de oportunidades descarta. Y que decir de la igualdad efectiva de oportunidades. Barrios y escuelas segregados en los cuales, salvo contadas excepciones, la calidad de vida y de aprendizaje depende directamente de la capacidad económica. Acceso económicamente segregado a la atención de salud. Usted mismo puede seguir ampliando esta lista. Todavía el origen sigue constituyendo, en ocasiones de un modo determinante, el destino.

¿Cuál es la igualdad de oportunidades de Golborne? De acuerdo a su curioso entendimiento de las reglas de la comunicación, la relación entre escuchar y decir correspondería a un juego de suma cero. Es decir, un juego en el que lo que uno gana, necesariamente lo pierde el otro. De este modo él afirma que habla poco para escuchar más (una boca, pero dos oídos). Probablemente expresa la maldición de todos aquellos que siempre quieren decir lo que los otros quieren escuchar. Pero a pesar de su parquedad para comunicar en temas sustanciales, si atendemos al uso que realiza de su propia biografía, no es irrazonable suponer (aunque como en toda suposición, el error está a la vuelta de la esquina) que Golborne apuesta por alguna concepción efectiva de igualdad de oportunidades. En reiteradas intervenciones Golborne ha jugado la carta del niño winner de Maipú. Institutano que a punta de esfuerzo ascendió hasta las cimas de la industria del retail como ahora lo hace en su vocación política. Pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para asegurar la igualdad de oportunidades? ¿Y hasta qué punto sus padrinos políticos lo acompañan en esta tarea? Es algo sobre lo que el candidato debiese dignarse a hablar —tal como lo hizo respecto al Acuerdo de Vida en Común—. De modo que su apelación a la igualdad de oportunidades deje de ser simple retórica de marketing —y una retórica bastante dudosa considerando a sus padrinos UDI—.

Tántalo robó a los dioses néctar y ambrosía. Los dioses vengativos lo condenaron a estar eternamente en un lago con el agua hasta el pecho y bajo un árbol repleto de frutas, pero sin poder beber el agua ni comer los frutos. Cada vez que desesperado por el hambre y la sed Tántalo intentó (y según entiendo, debe seguir intentando) alcanzar el agua y las frutas, éstas se alejaban. Una castigo sólo imaginable a la fantasía brutal y sádica de los dioses. Es la tortura del deseo inalcanzable. En tanto no avancemos significativamente en dirección a la igualdad efectiva de oportunidades seguiremos atrapados como sociedad en el peligroso destino de Tántalo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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