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Un nuevo ciclo en la política exterior de Chile


En el campo de la política exterior, desde la reconquista de la democracia hasta el gobierno de la ex Presidenta Michelle Bachellet, la Concertación de Partidos por la Democracia debió encarar inmensos y complejos desafíos, la mayoría de los cuales logró sortear con incuestionable éxito.

En un sentido general, Chile se reinsertó proactivamente en la región y el mundo, ganó en prestigio político y ascendiente internacional, y consolidó el rol de nuestros intercambios comerciales como un factor contribuyente de carácter decisivo para nuestro desarrollo como nación.

Hay razones fundadas, suficientes y objetivas para estimar que se hizo una política exterior globalmente correcta y exitosa.

[cita]El panorama externo que hoy confrontamos es más complejo e incierto que a principios de la post-Guerra Fría. Han aumentado en número y crudeza los conflictos internos en todo el planeta, se ha incrementado el terrorismo transnacional y el crimen organizado, persiste el deterioro del medioambiente y la desigualdad social se incrementa. Nos encontramos ante la obsolescencia del antiguo multilateralismo, experimentamos una profunda crisis económica global, asistimos el fin de la hegemonía de una sola potencia y a la creciente dispersión del poder internacional y al traslado de su eje principal al Asia-Pacífico.[/cita]

Aunque simultáneamente sea preciso reconocer, con espíritu crítico y autocrítico, los errores, las inconsistencias e insuficiencias en los que igualmente se incurrió en el despliegue de nuestra política exterior durante todo este período.

Pensando en lo que sería preciso hacer desde ahora, y en lo que cabe asumir como elementos de contexto, hay que partir recalcando que las circunstancias prevalecientes en el escenario global y en la propia situación interna de Chile han variado significativamente desde unos años a esta parte. Por una y otra razón es necesario estimar que la política exterior de la transición forma parte de un ciclo ya finalizado. En consecuencia, lo que ahora corresponde es encarar en el más breve plazo un proceso de reflexión y elaboración que examine y concluya en la caracterización de las nuevas condiciones y variables regionales y mundiales en las cuales actualmente nos corresponde desenvolvernos como país, tomando siempre en consideración el modelo de desarrollo que queremos adoptar para nuestro futuro.

A partir de este análisis objetivo y descarnado, y teniendo en cuenta nuestras posibilidades y oportunidades de acción, será que nos propongamos una nueva estrategia de política exterior de mediano y largo plazo. Lo cual supone identificar objetivos distintos o complementarios a los que tradicionalmente nos han guiado en este campo, y definir las tareas y acciones concretas que se requieren para lograr los nuevos propósitos que hemos de plantearnos. Tal ejercicio debe incluir, por cierto, concebir y adoptar medidas específicas respecto a los instrumentos institucionales que sirven a la ejecución de la política exterior.

Por otra parte, si estamos de acuerdo que las viejas y tradicionales formas de hacer política en el plano interno están siendo profundamente cuestionadas, del mismo modo hemos de reconocer que las todavía más antiguas y anquilosadas formas de gestionar la política exterior han de de ser sometidas a un profundo examen crítico, con el propósito de superarlas y perfeccionarlas. En primer lugar, para hacer posible que la política exterior deje de ser un compartimiento estanco de carácter hermético y hasta secreto, opacidad que en buena parte se funda en la circunstancia que la gestión se pone en manos de burocracias corporativas exclusivas, las cuales tanto en Chile como en todo el mundo, se caracterizan por su vocación excluyente.

Es preciso que esta dimensión de la acción gubernamental sea colocada bajo el escrutinio ciudadano, tal y como debe ocurrir respecto a cualquier otra política pública. De un modo tal que cualquier persona que lo desee pueda conocer, salvo casos muy calificados, por qué razón se hace lo que se hace frente a una contingencia específica, a qué propósito o interés sirve determinada acción concreta, o qué implica optar por una estrategia en lugar de otra. Igualmente en este plano, es necesario adoptar las medidas que permitan que la ciudadanía tenga la posibilidad de opinar y aportar a la elaboración y ejecución de la política exterior.

El panorama externo que hoy confrontamos es más complejo e incierto que a principios de la post-Guerra Fría. Han aumentado en número y crudeza los conflictos internos en todo el planeta, se ha incrementado el terrorismo transnacional y el crimen organizado, persiste el deterioro del medioambiente y la desigualdad social se incrementa. Nos encontramos ante la obsolescencia del antiguo multilateralismo, experimentamos una profunda crisis económica global, asistimos el fin de la hegemonía de una sola potencia y a la creciente dispersión del poder internacional y al traslado de su eje principal al Asia-Pacífico.

Todo lo anterior, junto a otros tantos factores de crisis, inestabilidad e incertidumbre, requieren aportar a la construcción de un nuevo orden mundial que sea capaz de administrar los múltiples problemas de un mundo cada vez más conflictivo, conectado e interdependiente. Y Chile debe determinar qué es lo que está dispuesto a hacer tras este propósito que siendo universal nos compete, lo cual debiera implicar el fortalecimiento de la dimensión multilateral de nuestra acción exterior.

Aunque muchas veces se tienda a percibir la política exterior como una esfera independiente y separada de la política externa, y hasta como un espacio de la gestión gubernamental que responde a sus propias lógicas, lo cierto es que la política exterior es en realidad la proyección en el plano exterior de la política interna.

La política exterior está íntimamente conectada con la política nacional, refleja el carácter de nuestras instituciones y, de modo particular, se relaciona con las características específicas del modelo de desarrollo económico y social adoptado, al cual sirve a cada paso contribuyendo a hacer posible el logro de sus objetivos explícitos.

Chile experimenta una profunda crisis de legitimidad de sus instituciones, las cuales están siendo sometidas a fuertes cuestionamientos. Idéntico fenómeno afecta al pacto social vigente, el cual fue construido a principios de los años noventa y viene normando el tipo de gobernabilidad que predomino durante la transición y se extiende hasta hoy. La crisis de legitimidad y gobernabilidad se funda en el agotamiento del modelo, fenómeno que alienta el surgimiento de demandas ciudadanas de distinta naturaleza y significación, todas las cuales convergen en la denuncia de un sistema de relaciones políticas, sociales y económicas de carácter inequitativo y excluyente. Por lo mismo, la reforma profunda del modelo de desarrollo o su sustitución, ha pasado a convertirse en condición necesaria para la satisfacción de las demandas ciudadanas.

Es en este sentido concreto es que la política exterior se ve afectada por la crispación social, pues hace también parte del imperativo de reformular el modelo y, en consecuencia, de imaginar e implementar una nueva forma de inserción internacional del país que sea congruente con un modelo alternativo que habrá de definirse. Desde allí habrá de desprenderse la necesidad de imaginar una nueva forma de situarnos en la región y en el mundo, que sea acorde con un modelo de desarrollo más justo y equitativo, tal y como lo reclaman las grandes mayorías nacionales.

En el plano de la política exterior, demasiadas veces determinadas concepciones se presentan como consensuales o como correspondientes a “Políticas de Estado”. Es decir como asuntos frente a los cuales no cabe discrepar, en circunstancias de que en verdad se trata de asuntos enteramente controvertibles y opinables. En el campo de la política exterior, como en muchos otros, los necesarios consensos no pueden seguir siendo construidos mediante vetos o hegemonías forzadas. En política exterior también es preciso abrir paso al dialogo plural y democrático de carácter nacional, para producir la necesaria conexión entre lo que se postula y efectivamente se hace, con las aspiraciones ciudadanas más genuinas.

En esta perspectiva, temas tales como el posicionamiento de Chile en el sistema global, la necesidad de tener una mirada descentralizada de la cooperación y el desarrollo, el equilibrio entre los aspectos comerciales y políticos de nuestra inserción en el mundo, la integración con América Latina en general, y con el vecindario en particular, la necesidad de imaginar e implementar una solución permanente y mutuamente satisfactoria a la demanda marítima boliviana, el examen de nuestros vínculos con Brasil con miras a su incremento multidimensional, y la construcción de una Cancillería moderna que viabilice la consecución de estos objetivos, son todos propósitos, entre varios otros, que requieren ser debatidos de modo amplio, sin vetos anticipados ni prejuicios. Como parte de un esfuerzo de profundización, extensión y perfeccionamiento de nuestra democracia, marco desde el cual debemos abrir un nuevo ciclo en la política exterior chilena.

Reidentificar los intereses nacionales partiendo de un diagnóstico común sobre el panorama internacional facilitará la construcción de consensos básicos y veraces que reflejen lo que quiere nuestra sociedad. Tales consensos, ayudaran a que el compromiso explicito de todos se refleje en un esfuerzo como país, para mejorar la posición relativa y el margen de negociación externa de Chile, pensando siempre en el beneficio del país en su conjunto, y no en el de determinados grupos de interés o territorios específicos, en detrimento de otros.

Todo lo anterior es perfectamente posible y necesario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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