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Las siete razones que explican la caída de Beyer ANÁLISIS

Las siete razones que explican la caída de Beyer

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Aquí se analizan cuáles son los factores determinantes del nuevo Chile que explican la caída del ministro de Educación Harald Beyer y que la clase política pasa por alto o definitivamente no ve. Factores sociológicos y culturales de un Chile que llegó para quedarse.


El guión cinematográfico —porque eso ha sido— al cual La Moneda y la derecha social y política se aferraron durante estas últimas semanas, no pudo ser otro. Lo construyeron desde sus medios de comunicación día a día con un lirismo tan cursi como descarado que uno no podía dejar de sonreír de vergüenza ajena.

Claro que da vergüenza. Porque decir que Mariana Aylwin es una experta en educación, la verdad, sonroja. Decir ahora que el ministro Bitar fue un gran ministro, después de lo discreto de su gestión para el presupuesto de miles de familias chilenas, ruboriza. Decir que José Joaquín Brunner, adalid del ‘udepedismo’, es uno de los expertos más connotados de nuestro país, después de conocer y analizar su tesis de doctorado presentada el 2008 en la Universidad de Leiden, en el marco de un programa de cooperación entre la Universidad Diego Portales que él mismo dirige, es francamente divertido; sobre todo para los cientos de estudiantes chilenos de doctorado que hoy en diversas partes del mundo realizan sus proyectos de tesis buscando con originalidad epistemológica y metodológica nuevos saberes, nuevas perspectivas y nuevas preguntas que iluminen las ciencias y presten servicio a nuestro país.

José Joaquín Brunner, cuando se mira cada mañana al espejo, ve sin sorpresa no su particular rostro, sino el de Bryce Echenique copiándose a sí mismo. Hoy ya no tiene validez la primera parte del descubrimiento realizado hace algunos años por el historiador Alfredo Jocelyn-Holt en un discurso en la Universidad de Chile, pero vaya que sigue teniéndola su segunda parte, cuando dijo que “el Sr. José Joaquín Brunner no dispone de ningún grado o título académico universitario […] ello sin embargo no ha impedido que se le considere desde hace años ‘experto’ en educación, convirtiéndose en, sin duda, el principal artífice de la administración del modelo educativo nacional, legado de la dictadura…”. Hoy Brunner ya tiene su doctorado. Finalmente para eso están los amigos y podemos entender —en su caso particular— que se haya copiado a sí mismo. Además todos tienen derecho a superarse y no sólo Luis Jara. El punto es que las instituciones universitarias se lesionan y el resto de la comunidad académica se inquieta cuando no puede hacer nada ante situaciones que involucran a los amigos del poder político institucional de turno.

En fin, la política académica-universitaria es así. El punto es que cuando esos intelectuales posan de expertos en los medios afines a intereses económico-políticos y se prestan para lobbys quién sabe para obtener qué ganancia, y no lo sabemos o no lo vemos, lesionan con ello a toda una comunidad científica que, movida por intereses país, quiere lo mejor para la educación chilena.

[cita]La Concertación se armó en sus inicios con una serie de “PhD de palo” y otros “PhD de verdad” que llegados de Londres, París o Norteamérica juraron traer la panacea educativa y se sentaron en los sillones del Mineduc, el Ministerio de Hacienda o La Moneda, y armaron y desarmaron sus pactos con la derecha educativa a fin de quedar bien con Dios y con el Diablo, para articular el tan mentado negocio, la industria de la educación en Chile. Se apoderaron con un discurso adornado de racionalidad tecnocrática —pero sin historia y sin humanidades— de las decisiones del Ejecutivo y realizaron la peor de las reformas educativas que jamás nuestro país hubiese conocido, además la hicieron no sólo desde la perspectiva financiera, jurídica y administrativa, sino que también la emprendieron con una reforma cognitiva que hoy tiene a miles de nuestros niños y jóvenes sin filosofía, historia, arte, música o economía.[/cita]

¿Y Beyer? De Beyer nadie sensato puede decir que es un experto o un gran académico, porque no lo es. Lo grafico así. Un gran profesor de filosofía moderna, cuando un estudiante le preguntó socarronamente sobre la controversia respecto a la existencia del alma, éste le respondió de la misma manera, “¿cómo vamos a dudar de la existencia del alma si hasta el gran Iván Zamorano dijo el fin de semana ‘jugamos con toda el alma’?”

Bueno, si hasta nuestro gran Patricio Navia dijo por estos días en Twitter que “Revisando papers académicos indexados ISI de H Beyer. Uno en 10 años. Respetable intelectual. Pero gob de Piñera siempre exagera laureles.”, entonces no caben dudas. Copiar marcos teóricos foráneos y aplicarlos a nuestro contexto te hace un gran experto en replicar fórmulas, no en un gran intelectual. John Dewey cuando se quejaba y advertía al mismo tiempo: “Existe una tendencia a convertir los resultados de las investigaciones estadísticas y los experimentos de laboratorio en direcciones y reglas para la organización e instrucción escolares […] no existe así el tiempo necesario para aquel lento y gradual desarrollo de teorías independientes que es una condición precisa para la formación de una verdadera ciencia”.

Como decíamos al inicio de este análisis, toda esta saturación mediática por la caída de Beyer no responde sino a un guión cinematográfico perfectamente urdido. Y el mismo ex ministro se aferró a ese guión por considerarlo digno de él, un cuadro, un intelectual formado para la lucha y el sacrificio hecho política.

Beyer se sabe protagonista esta vez y ha cumplido el papel que le escribieron a la perfección, pues es un papel para el cual ha sido educado y entrenado. Como en Toro Salvaje, la famosa película de Martin Scorsese, hemos visto esta última semana a ‘nuestro’ Toro Salvaje, Harald, dentro un ring, solitario pero listo para el combate, lanzando el típico juego de puños al viento contra un enemigo imaginario, saltando de aquí para allá con ese movimiento de caderas que hace bailar la bata animal print como una especie de capa de superhéroe, un Toro Salvaje envuelto en el lirismo tan cursi como predecible del intermezzo de la Cavalleria Rusticana que le da al blanco y negro o al espesor del gris de la película de Scorsese, un sfumato inmemorial, mítico, que sólo los flashes lo retrotraen a la realidad, la triste y dura realidad, la de un boxeador que terminará sus días obeso en bares de mala muerte por mucho trote madrugador que haga.

Pero qué sucede. Sucede que Toro Salvaje no ve lo que nosotros los espectadores vemos en primer plano. Vemos los elásticos del ring, la jaula invisible del boxeador, el cuadrilátero ideológico del cual no puede salir y que lo condena a ser la comparsa de una pelea que él cree suya, pero que no es más que un pacto entre managers desalmados que lo instrumentalizan todo, los Don King de la política chilena, los Piñera, los Larroulet, los Ibañez, los Matte, pero también los Brunner, las Aylwin, los Correa-Sutil. Ellos han querido arreglar una pelea con las reglas de un viejo Chile, a punta de columnas de opinión, cartas al director, almuerzos de desagravio, de argucias y leguleyadas típicas de abogado a sueldo chileno, y con un sin fin de chapucerías tan evidentes como vergonzosas. Desde el vespertino del viernes hasta los matutinos del domingo, los diarios del país no han parecido sino suplementos sobre Harald, sin embargo Harald cayó, y esos mismos suplementos que ayer fungían de lobby para la clase política, hoy sólo sirven para envolver la reineta que el fin de semana compraremos en las ferias libres del país.

La pregunta importante de hacerse es ¿qué está sucediendo en este país que nos podría explicar tamaña derrota de este Toro Salvaje chileno?; ¿dónde estuvo el uppercut que no vieron venir?; ¿es sólo politiquería de baja estofa? Por cierto, no. Ese tipo de hermenéutica es tan mercurial como las columnas del rector Peña. Demos siete breves interpretaciones plausibles de lo que está ocurriendo en este Chile que cambió y que explican la caída de este tan extraordinario ‘Harald Toro Salvaje’, el boxeador de todas las batallas de la derecha chilena.

1.- Ganó la calle

Es el primer factor que explica la caída de Beyer. Sin duda ganó la calle, pero no cualquier calle, porque hace rato que la calle cambió. ¿Cómo así? El otro día tuve la suerte de encontrarme con un genio, un joven de no más de 25 años un tanto adrenalínico y dispuesto a tragarse el mundo de un bocado, por cierto, un tipo fuera de serie. ‘Sube al cerro de noche y mira Santiago —me dijo— mientras tú ves millones de televisores encendidos, yo veo celulares produciendo e intercambiando opinión’. La calle no es la turba desenfrenada de jóvenes revolucionarios queriendo destrozarlo todo. La calle no es el lugar de la impolítica, la mala política o el espacio de espíritus enajenados resentidos, bárbaros. Hace ya un buen tiempo que la calle se está transformando en el lugar donde se están configurando nuevas percepciones sobre un conjunto de derechos que teníamos olvidados, por cierto, el derecho a una educación gratuita, justa y de calidad, pero también, es lo que quiero destacar, el derecho a la resistencia. La calle es donde el derecho a la resistencia se hace patente no porque tengamos un tirano que nos gobierna, sino porque tenemos una Constitución autoritaria y antidemocrática que nos atenaza institucionalmente, política y económico-socialmente. La calle significa en primer lugar derecho a resistencia. Pero, en segundo lugar, la calle que gana es sobre todo una calle 2.0 —esos miles de celulares produciendo opinión— las calles de las redes sociales que se expresan, además, en el cemento de las marchas. No lo vemos, porque vemos televisores. Pero bueno sería que aquellos que tanto difaman la calle un día marchen; Villegas, Peña, Colodro y tantos otros que sentados en sus sillones Chesterfield critican la calle fumando puro y leyendo a Freud. Chile cambió.

2.- La derrota de los PhD.

Es el segundo factor relevante. La Concertación se armó en sus inicios con una serie de “PhD de palo” y otros “PhD de verdad” que llegados de Londres, París o Norteamérica juraron traer la panacea educativa y se sentaron en los sillones del Mineduc, el Ministerio de Hacienda o La Moneda, y armaron y desarmaron sus pactos con la derecha educativa a fin de quedar bien con Dios y con el Diablo, para articular el tan mentado negocio, la industria de la educación en Chile. Se apoderaron con un discurso adornado de racionalidad tecnocrática —pero sin historia y sin humanidades— de las decisiones del Ejecutivo y realizaron la peor de las reformas educativas que jamás nuestro país hubiese conocido, además la hicieron no sólo desde la perspectiva financiera, jurídica y administrativa, sino que también las emprendieron con una reforma cognitiva que hoy tiene a miles de nuestros niños y jóvenes sin filosofía, historia, arte, música o economía, que si la tienen no es más que el Reader’s Digest que necesitan para la tontificación de la masa trabajadora. Chile cambió y hoy le pide a los PhD, los de verdad y los de mentira, ya no más su adecuación a sus cuentas corrientes, sino su adecuación a lo que el país necesita críticamente.

3.- El cambio en la representación de los intelectuales

El tercer factor importante a considerar es que hace ya algún tiempo, mientras caían los tecnócratas, mientras caían los Velasco y los Beyer, viene emergiendo una serie de intelectuales que no están dispuestos a ser serviles con los intereses meramente económicos de nuestro país, por una parte, pero que también quieren reivindicar la historia de intelectuales que ha tenido nuestro Chile que no se han dejado llevar por el culto a las estadísticas, el análisis empírico analítico o la economía neoclásica rampante. En todas las universidades los hay, no tienen la voz principal porque —hay que decirlo— los rectores les temen, no vaya a ser que hablen de más y se produzcan problemas o daños colaterales como que, de un día para otro, las comunidades académicas se alcen en pos de la democracia universitaria. Mala cosa para ellos. Pero están ahí, escriben libros, papers, artículos, columnas de opinión y de una u otra manera están levantando la voz.

 4.- El hastío por la educación como bien de consumo

Es el cuarto factor determinante. Si alguna vez fue un negocio y una industria incluso para las chicas y chicos de la Concertación —qué decir para los comunistas, la iglesia Católica y los masones— hoy ya resulta casi insoportable seguir considerando a la educación como un bien de consumo o un bien de inversión. Produce hastío y asco. La educación entró en tierra derecha en el área de los derechos fundamentales y hay que decirlo claramente: si la educación es ofrecida por Bachelet o quien sea como gratuita en un contexto en el que sigue siendo considerada un producto de consumo y de mercado, nadie, pero absolutamente nadie va a aceptar tamaña gratuidad. En un contexto de mercado todos dudamos de aquello que nos regalan gratuitamente, aunque sea una muestra o un pedacito del nuevo chorizo valdiviano en el Jumbo. Es necesario, para este Chile que cambió, comenzar a pensar —incluso la DC— cómo articular una nueva educación pro-país como en Finlandia, tal cual.

5.- La batalla por Bachelet.

Es el quinto factor, qué duda cabe. Bachelet que no sabe estar mal con nadie, que no sabe quebrar huevos, que no duerme bien si tiene la imagen en su subconsciente de alguien en las calles o arriba de una grúa gritándole por sus derechos; Bachelet que gusta de callar y ‘pasar’ ante situaciones complejas siempre y cuando no haya operado su leal Escalona o su fiel Andrade o sus orgánicos Correa, Garretón y Ottone; Bachelet es un factor en cuanto está librada la batalla por ganársela. Ella no está claro que haya decidido jugársela por uno u otro sentido: un día es muy pro Escalona-CPC y otro es muy Giorgio Jackson y los sentidos de la ciudadanía. Un día ella está en Los Morros y vocifera que ella es de ahí y otro en una cena con empresarios y sin cámaras de tevé ni puntos de prensa. Ella se deja querer y en ese dejarse querer, está olfateando quién es quién, es decir, quién le puede rendir más en la popularidad que la fortalece y empodera. Un día nuestra reina y madre es de izquierda y el otro es de centroderecha. No importa. Está esperando quién gana la batalla de su corazón. Con la caída de Beyer, es cierto que el principado de la DC, los Patricio Walker, los Undurraga, los Orrego, perdieron sus batallones, y los Girardi, avanzaron considerablemente.

6.- La insignificancia de Piñera

Es el sexto factor, el de la insignificancia —concepto tomado de Castoriadis— de nuestro Presidente. Piñera ha disuelto la Presidencia en farándula, exposición mediática de errores, salidas de los ministros a ningunear a la clase política y a los parlamentarios; Piñera ha hecho de la política una impolítica, una política de ninguna cosa o de nada que sea la cosa pública: los almuerzos de Lavín, las bravatas de Matthei, las campañas Elige Vivir Sano, los Simce, las remodelaciones de la Plaza de la Constitución, qué sé yo, se ha comportado como un candidato más llamando a la candidata Bachelet a terreno cuando él debiendo estar en terreno no hace más que ajustar sus tres pantallas de computador (¿quién puede tener tres pantallas de computador en su escritorio? …sólo Gordon Gekko) para ver cómo siguen las encuestas. Piñera no tuvo ninguna importancia en la caída o no caída de Beyer, y cuando leyó el bluff de Bianchi demostró ser un pésimo jugador de póker, porque quién ganó fue sin duda la UDI y su lógica schmittiana de la guerra y de los enemigos. Piñera no es factor.

7.- El ‘bullshit’ de Harald

Es el séptimo factor y no por ello el menos importante. Harald, el Toro Salvaje de la derecha política chilena, jugó su juego desde el primer momento en que le plantearon el guión cinematográfico de su propia caída, y lo jugó a la perfección. Este fin de semana incluso se atrevió, sentado como un lobo estepario en la escalera de su casa, a fotografiarse leyendo una serie de textos compilados de Hannah Arendt, en un libro  titulado “¿Qué es la política?”. El mensaje es claro y lo fue desde el primer momento: la política es mala y ese juego no es para quienes como yo, debemos ser santificados como uno más de los Sócrates de la polis o los Thomas Moro del reino. Qué mala lectura de Platón (… si supiera quién era ese Platón) en todo caso y qué burda lectura de la política y de Hannah Arendt. A la derecha se le sale el autoritarismo por los poros con su lenguaje militarista, como lo dijera con sus palabras Jocelyn-Holt este fin de semana. O dicho de otra manera, los amigos de Harald son los mismos que llaman ‘política’ a todo lo que no es ‘política de derecha’, como dice Carlos Pérez Soto. Fue en realidad la perfomance de Beyer un triste espectáculo: diciendo en un canal de TV que él era el único en el país que había leído por completo la acusación; diciendo en otro canal que él estaba del lado de la razón; diciendo de cara al país, usando el mismo lenguaje pinochetista, que todo no era más que politiquería y demagogia… ¡Bullshit! Sí, ¡Bullshit! Fernando Atria, en su libro ‘La mala educación’ nos dice qué debemos entender por aquel hombre que sólo dice “Bullshit”; lo hace citando al filósofo Harry Frankfurt: es esa persona que no le interesa ni la verdad ni la falsedad, aquel que “no está en absoluto en los hechos, salvo en la medida en que ellos sean pertinentes para su finalidad de salirse con la suya con lo que dice. No le preocupa si las cosas que dice describen la realidad correctamente. Él simplemente las toma, o las inventa, para servir sus propósitos”.

Creo que después de toda su perfomance final, no hay nadie que no se convenza, sobre todo leyendo al Harald Beyer político este fin de semana, que su discurso es un puro y gran Bullshit. Tan liviano como —que me perdone Roger Ebert que la consideraba una gran película— el Toro Salvaje de Scorsese bailando en la bruma del intermezzo de Mascagni.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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