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Abortar la violencia, una ley cotidiana

Cristóbal Bonelli-Iglesias y Daniela Vicherat-Mattar
Por : Cristóbal Bonelli-Iglesias y Daniela Vicherat-Mattar Terapeuta familiar, Investigador Universidad de Amsterdam; y, Profesora de Sociología, Universidad de Leiden
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Las reglas familiares de un sistema estructurado por la violencia son en este sentido parecidas a las reglas ilegitimas que rigen a la gran familia chilena. Después de ganar en las primarias Bachelet dijo alto y claro que era preciso escuchar lo que pasa en la calle, y parece que hoy es imperativo también escuchar lo que pasa dentro de los hogares. Es en este punto donde la abuelita de Belén se parece en algo a las personas que luchan por el cambio de las reglas del juego constitucional defendiendo la imperiosa necesidad de una Asamblea Constituyente. Parece sensato el llamado que las une: no más violencia. ¡No más violencia democrática!


La rapidez con la que nacen, se desarrollan, y mueren las noticias humanas en la prensa es a-b-i-s-m-a-n-t-e. Esta misma columna será más veloz que una instantánea polaroid. Aún en el mejor de los casos en el que usted decidiera darse el tiempo de llegar hasta la última frase, la historia será la misma: usted probablemente se olvidará muy pronto de este escándalo que le contaremos y del que todos participamos, y que se llama, sin eufemismos, violencia democrática. Así que tome nota, porque esta columna se autodestruirá en 60 segundos, con suerte en 31 minutos, entre miles y miles de eventos mediáticos.

Comencemos por decir que los eventos de violencia que “hacen noticia” duran exponencialmente muchísimo más en la vida real de lo que dura su noticia, o su notificación en la prensa. Por ejemplo: la noticia de una niña violada por años, dura en la prensa los mismos efímeros días dedicados al notición que anuncia la muerte en llamas de una pareja de ancianos quemada viva en el sur de Chile. Eso si, ambas noticias duraron más que la trágica muerte de un joven Mapuche abatido defendiendo sus derechos, asesinado por la espalda por la policía nacional, o la sentencia ridícula de un curso de “ética empresarial” dictada por los tribunales como castigo para ladrones de terno y corbata que lucran con la salud y la muerte ajena -como en el ultimo caso de la colusión de farmacias. Todas estas han sido “noticias” que se desvanecen apenas la emoción que nos provocan se acaba.  Enumere usted las noticias de violencia y abuso, público y privado, que lo han estremecido. Hágalo usted porque la prensa no tiene memoria, y si la tiene, la tiene muy dañada. Alzhéimer mediático podría llamarse a este fenómeno, muy distinto al olvido imposible y al recuerdo traumático y que de por vida sufren las victimas de estos actos de  violencia y abuso.

[cita]Las reglas familiares de un sistema estructurado por la violencia son en este sentido parecidas a las reglas ilegitimas que rigen a la gran familia chilena. Después de ganar en las primarias Bachelet dijo alto y claro que era preciso escuchar lo que pasa en la calle, y parece que hoy es imperativo también escuchar lo que pasa dentro de los hogares.  Es en este punto donde la abuelita de Belén se parece en algo a las personas que luchan por el cambio de las reglas del juego constitucional defendiendo la imperiosa necesidad de una Asamblea Constituyente. Parece sensato el llamado que las une: no más violencia. ¡No más  violencia democrática![/cita]

En este contexto de olvidos mediáticos, nótese que hace noticia en la prensa internacional el espaldarazo implícito y simbólico dado por el presidente Piñera al violador de Belén, un niña de la clase media del sur de Chile (curiosamente no tenemos registros de prensa sobre situaciones similares que involucren a niñas de clases alta, y si hubiesen ciertamente serían anónimos – protección al menor se llama a eso).  Aun cuando esta niña ha sufrido ya el aborto de su infancia, Piñera y más de alguno de sus asesores, se vanaglorió cuando la infante victima “decidió” responsable y maduramente (a los 11 años) continuar con su embarazo. Fíjese usted si hasta debiera complacer a las feministas porque esta niña estaba “decidiendo por si misma” continuar con su embarazo. Dudosa capacidad de decisión, no solo porque se trata de una menor, sino porque se trata de una menor abusada, concreta y simbólicamente. Acuérdese que esta menor tiene nombre propio – usted y yo la podemos apuntar con el dedo.

Lo anterior debiera llamarse mas bien complacencia con la violación. Es el nombre que merece este tipo de irresponsabilidades públicas en boca de nuestras autoridades, en una república en la que supuestamente el poder laico del estado esta separado del poder dogmático de la iglesia. Pareciera que el mensaje ideológico explicito del mandatario contra el aborto, implícitamente comunica a los violadores la idea que en realidad no es tan grave abusar y fecundar niñas (total el cuerpo aguanta) porque el valor último de la vida (el valor último!) trasciende al valor de la vida cotidiana, sobre todo de una infante. Quienes somos padres y madres sabemos que tener hijos no es como jugar a las muñecas, que los niños y niñas no son muñecos, y que los ciudadanos, niños y niñas incluidos, tampoco.

Si la violencia infringida sistemáticamente hace en ocasiones que las victimas defiendan ciegamente la posición del perpetrador, calificar como responsable y madura la decisión de alguien que “decide” en condiciones de vulnerabilidad es un acto irresponsable. Si este alguien además es un menor de edad, la irresponsabilidad es exponencial. Y más aún,  si el valor de fondo que mueve estos comentarios remite al valor trascendental de la vida, pareciera que el mensaje presidencial entonces también ‘le lleva’ minimización y negación.

Lo bueno de tanto descaro es que al menos nos deja en claro como piensan los que nos gobiernan: decisiones maduras y responsables pueden ser tomadas por  personas incapacitadas para tomar decisiones maduras y responsables. Y peor aún: decisiones irresponsables y abusivas pueden ser sistemáticamente avaladas por el estado -la niña violada que resista estoica, los enfermos abusados por las farmacéuticas coludidas que se callen y crean en “la ética empresarial”. Dan ganas de llorar con tanto abuso burdo y descarado: los comportamientos anti-éticos son afrontados con la anti-ética de la complacencia institucional mediada por el Alzheimer mediático.

Lo curioso es que en este escenario, lo que podemos imaginar como violencia al interior de los hogares y al interior del espacio privado, se vuelve también violencia mediática en el espacio público, y más aun violencia pública. La distinción entre violencia política y violencia sexual-familiar se desdibuja, porque el maltrato aparece ejecutado democráticamente por las figuras que en teoría debieran proteger: el padre y/o madre de familia, el jefe de estado, los representantes políticos, los tribunales.

Nosotros no queremos ser complacientes con este tipo de violencia, usted tampoco suponemos. Y entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer además de recordar que las reglas del juego nacional y de la gran familia chilena están siendo reguladas por una Constitución, hija ilegítima de una democracia violada? ¿Qué podemos hacer, si como pueblo, atrapado en esa lógica constitutiva post-dictadura, somos todos, en alguna medida, hijos bastardos que seguimos eligiendo democráticamente como representantes a una elite, para la que la violencia, concreta y simbólica, fue y es una forma legítima de gobernar?

Las reglas familiares de un sistema estructurado por la violencia son en este sentido parecidas a las reglas ilegitimas que rigen a la gran familia chilena. Después de ganar en las primarias Bachelet dijo alto y claro que era preciso escuchar lo que pasa en la calle, y parece que hoy es imperativo también escuchar lo que pasa dentro de los hogares.  Es en este punto donde la abuelita de Belén se parece en algo a las personas que luchan por el cambio de las reglas del juego constitucional defendiendo la imperiosa necesidad de una Asamblea Constituyente. Parece sensato el llamado que las une: no más violencia. ¡No más  violencia democrática!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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