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ARCIS: genealogía de una crisis Opinión

ARCIS: genealogía de una crisis

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Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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Todo ello en medio de una sensación de hastío. Lo anterior hizo casi imposible el manejo de nuestra crisis y se agudizó alevosamente ante una seguidilla de portazos bancarios que inexplicablemente obviaron los recursos respaldados públicamente por la vía del CAE –un desconocimiento de la fe pública–. Pero no pretendemos negar la evidencia; el costo de un error de diseño institucional se debe a la impunidad respecto de nuestro marco crítico y pluralista.


En los últimos días hemos presenciado una espiral dantesca de juicios mediáticos y arremetidas ideológicas en contra de la Universidad que se fundó en los días más grises de la Dictadura militar (1981). Pero a diferencia de otras crisis, en esta oportunidad es la propia institución la que se autoinfligió una herida “cortopunzante” y por la cual debe responder públicamente. Los hechos están a la vista y son indesmentibles. Sin embargo, es necesario esclarecer un punto esencial: aquí no hay lucro en la dirección explicita –o subrepticia–. En un lenguaje más técnico; no estamos en condiciones de invocar curvas de crecimiento. El origen de esta infame situación comenzó con otra infamia mayor, a saber, la imposición de un proyecto de liberalización (gestional/acrítico) que buscaba fundar un modelo cuasiempresarial con prescindencia de los lenguajes críticos de ese “ethos” ARCIS, caracterizado por una infatigable subversión de la tecnologías positivistas. En una primera perspectiva se trataba de una fractura interna que operó como síntoma del proyecto abandonado hace algunos años (Utopías 2003, Voces críticas, Crítica Cultural, La invención y la herencia, Chile actual…). Posteriormente, esto se tradujo empíricamente en la derrota de un “comunismo-neoliberal”. La difícil expulsión de este modelo impúdico –que se instaló por defecto de otros– nos puso en los medios (¡a tiro de escopetas!) e instaló las condiciones para un “reventón institucional” de magnas proporciones. Ahí están los hechos y el aprendizaje es fundamental para una democratización efectiva que evite esos desbandes delirantes –por los cuales debemos pagar un alto costo–.

Ello se tradujo en un cese de sueldos que afectó severamente a los trabajadores de nuestro sindicato; una situación caótica. Una condición similar afectó a nuestros académicos y estudiantes. Esto también generó el clima funesto y propicio para que nuestra comunidad universitaria ingresara en un proceso de ebullición (caotización por la falta de sueldos y cadena solidaria), seguido sigilosamente por los medios de turno que habitualmente suelen indagar en detalle el estado de nuestra fragilidad financiera. Pero esta vez debemos admitir que se ha fraguado una cultura ARCIS (anti-Arcis), ARCIS (anti-PC). Todo ello en medio de una sensación de hastío. Lo anterior hizo casi imposible el manejo de nuestra crisis y se agudizó alevosamente ante una seguidilla de portazos bancarios que inexplicablemente obviaron los recursos respaldados públicamente por la vía del CAE –un desconocimiento de la fe pública–. Pero no pretendemos negar la evidencia; el costo de un error de diseño institucional se debe a la impunidad respecto de nuestro marco crítico y pluralista. Sólo desde esa amnesia nos podemos aproximar a un problema contingente (financiero) y como este último recursivamente agigantó una herida institucional de proporciones –ad hoc al escarnio de la prensa del establishment–. A decir verdad, más allá de la pregunta con sorna de los medios, esta vez la Universidad generó las condiciones y los espacios para que el monopolio mediático dejara caer “legítimamente” sus dardos enardecidos. Hasta ahí la cuestión coyuntural.

[cita]Ahora bien, dentro de un necesario diagnóstico politico-institucional que la Universidad se debe, cabría admitir que desde el año 2005 presenciamos el arribo de ICAL. Quizás nos debemos un minuto de franqueza: por diversas razones, a nuestra Universidad no llegaron los nietos de Luis Córvalan. Tampoco lidiamos con el Partido que cultivó “fielmente” el parlamentarismo liberal o la celebrada cordura institucional en los tiempos de la Unidad Popular.[/cita]

A pesar de las tremendas lecciones que debemos sacar, de las autocríticas que este proceso supone en lo inmediato para encarar sin ambages la reactualización del proyecto crítico (abandonado), tampoco podemos empatizar con las acciones que la derecha (en particular, el gremialismo UDI) busca alentar en las últimas horas. Se trata de una doble operación respaldada por el sustrato más liberal. De un lado, la tentación de someter a un descarnado escrutinio público al Partido Comunista y, de otro lado, declarar interdictos los discursos antagónicos que ARCIS representa. En el momento más crudo de nuestra crisis no debemos perder de vista la puesta en práctica de esta operación ideológica.

No podemos consentir que el gremialismo –carente de relato– incurra en acciones que busquen fiscalizar moralmente a la cultura de izquierda que ella misma contribuyó a exterminar en los centros de tortura, porque su reservorio moral no tiene ninguna consistencia sobre estas materias (off side). En nuestra Universidad estudian exiliados, hijos de torturados, detenidos desaparecidos, y otros actores que padecieron diversos vejámenes bajo el venerado “milagro chileno”. Desde ahí reconocemos a los cultores de ese modelo, a esa derecha fiscalizadora (oportunista y ladina) que nos enseñó que no hemos superado la experiencia de Auschwitz mediante Villa Grimaldi. Todo ello por obra y gracia de la modernización pinochetista. Pero he aquí nuevamente a los legionarios de Guzmán que buscan abrir nuevas heridas al interior del mundo de la izquierda y fracturar a esta familia eternamente tensionada. Se trata de una derecha que niega la diferencia, que busca configurar un espacio patógeno, un mundo de interdictos, de upelientos, de «comunachos», de seres pestilentes que no merecen ser “acreditados”.

Ahora bien, dentro de un necesario diagnóstico politico-institucional que la Universidad se debe, cabría admitir que desde el año 2005 presenciamos el arribo de ICAL. Quizás nos debemos un minuto de franqueza: por diversas razones, a nuestra Universidad no llegaron los nietos de Luis Córvalan. Tampoco lidiamos con el Partido que cultivó “fielmente” el parlamentarismo liberal o la celebrada cordura institucional en los tiempos de la Unidad Popular. Fuimos testigos del mundo comunista que en los años 90 fue invisibilizado por la tecnologías de la gobernabilidad neoliberal. Nuestra relación ha sido con aquella militancia que se opusó a los arreglos simbólicos de la transición, de quienes perdieron cuadros en la lucha callejera. Nos referimos a una militancia que –a mucha honra– resistió como pudo en los municipios, en la organización comunitaria (existir es resistir). Algunos se renovaron, otros fueron exterminados por la Dictadura, etc. De este modo se fue desarrollando una complicidad y una relación friccionada con una cultura que pululó entre el Frente y Gladys Marín, sin la ornamentation crítica de nuestro proyecto universitario (y sus desgarbos…).

Su desembarco en la Universidad vaticinaba una relación compleja para levantar un proyecto político-académico. Ello por obra y gracia del gremialismo que ahora busca fiscalizar al PC. Al mismo PC que está en las antípodas de editorial Quimantú, porque la policía secreta (protegida por ese gremialismo) le impedía pensar el horizonte de la democracia radical. Por eso ahora –a pesar de la crisis que envilece a nuestros espíritus– se abre una ventana, una posibilidad para que la comunidad universitaria se abra paso a un proceso de democracia radical (democracia del gobierno universitario).

Eso supone una acción menos fraticida. Para ello no debemos perder de vista algo esencial: la derecha busca auditar mordazmante al Partido Comunista y, de paso, pretende fracturar cualquier relación (hegemónica) entre nuestro proyecto universitario y el protagonismo que el Estado pretende asumir en materia de educación superior. Por de pronto, esta derecha busca arrebatar esa posibilidad que también debemos explorar. Por ello la comunidad universitaria debe expresar sus agonismos, pero en ningún caso eso puede pavimentar (ingenuizar) el camino de quienes pretenden jugar a la desinformación, potenciando nuestras fracturas ideológicas…

Por fin, si bien recordamos sin amagues la inspiración democrática del Partido de Luis Emilio Recabarren, este debería ser el último intento por renovar nuestras dinámicas, elaborar diseños realistas para otros tiempos, y enfrentar sin excusas el proyecto fundacional que hace algunos años impunemente dejamos escapar…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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