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Tres semanas en Chile después de 31 años

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Eduardo Medina
Por : Eduardo Medina Estudió sociología en la universidad de Chile, fue militante del MIR y salió al exilio en 1983. En la actualidad se desempeña como profesor de sociología en la Universidad de Mälardalen en Suecia.
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Durante toda mi permanencia en Chile tuve la sensación de vivir una vida doble. Me sentía muchas veces pensando en sueco y observando y juzgando situaciones desde una perspectiva sueca. Sin embargo, sentía que mi vida sueca la mantenía guardada, casi escondida. Esto me hacía sentirme extraño, como que yo tenía algo oculto que me diferenciaba de los demás. Cuando escuchaba hablar “chileno” en la calle, por ejemplo, sentía como que me era cercano pero lejano a la vez. Sentía como que no estaba realmente donde estaba…


Lo primero que me llamó la atención cuando llegué a Santiago fueron las nuevas carreteras y el gran parque automotor. Providencia, Ñuñoa y Las Condes están muy cambiadas con sus innumerables nuevos y grandes edificios, aunque en menor medida también los hay en otras comunas. La única zona de Santiago que vi casi sin diferencias con el Chile que dejé fue Peñaflor, la que seguía siendo pobre, y me imagino que no es una excepción. Desde El Golf hacia Providencia y Costanera me llamó la atención “Sanhattan”, el barrio que es el centro financiero de Santiago y de Chile con su propio edificio World Trade Center y otros rascacielos, el mayor de 60 pisos: la Gran Torre Santiago, que simboliza el nuevo capitalismo chileno. Esta gran torre se podía apreciar desde el pobre cementerio general como algo monumental entre el valle y la cordillera, contrastando la miseria y la inconmensurable riqueza de los actuales ricos.

Con frecuencia me sentí como extraño en mi propia tierra. Al hablar con desconocidos no era fácil que notaran que yo había estado ausente por tres décadas, pero me desenmascaraba como extraño al tomar locomoción colectiva con ayuda de un mapa, al mirar los letreros del metro buscando el nombre de las estaciones, al leer el valor de las monedas y los billetes en el momento de pagar, al preguntar cosas tan obvias como qué es una “chelita” o un “carrete”. Otro ejemplo que demostraba que yo ya no era de ahí lo viví al salir del metro en la estación Pedro de Valdivia por calle Nueva Providencia, calle que yo no había alcanzado a conocer. Ahí tuve que preguntar hacia dónde quedaba la calle Pedro de Valdivia, estando a escasos metros de ella y habiendo sido para mí una esquina conocidísima. Por la forma de hablar la gente me consideraba chileno, pero quizás no santiaguino. En otra oportunidad, al bajarme de un taxi una tarde en la zona de Rosario Norte, el taxista viéndome confundido me indicó los nombres de las calles aledañas. Yo no reconocía nada, siendo ella una zona donde yo solía andar en bicicleta cuando adolescente y que conocía como la palma de mi mano. Ahora había pasado a ser un territorio desconocido, “otro país”.

[cita]Durante toda mi permanencia en Chile tuve la sensación de vivir una vida doble. Me sentía muchas veces pensando en sueco y observando y juzgando situaciones desde una perspectiva sueca. Sin embargo, sentía que mi vida sueca la mantenía guardada, casi escondida. Esto me hacía sentirme extraño, como que yo tenía algo oculto que me diferenciaba de los demás. Cuando escuchaba hablar “chileno” en la calle, por ejemplo, sentía como que me era cercano pero lejano a la vez. Sentía como que no estaba realmente donde estaba… [/cita]

En los olores y las comidas sí reconocí a Chile. La vega central mantenía sus olores y en gran medida su forma. Pero además del reconocimiento me impactó la amplia oferta de nuevas variedades de frutas, la extendida cocina peruana y la comercialización de nuevas especies marinas, como la reineta, los culenques y los berberechos. La reineta parece haber colonizado el territorio de la merluza no sólo en el mercado sino también en el mar mismo. La fauna urbana también presenta cambios: en mi época no había cotorras argentinas, las que junto a las tórtolas han colonizado el antiguo territorio de los gorriones y las cuculíes, aves que ahora casi no se ven. La reducción de la paloma doméstica prácticamente sólo al centro de Santiago, es también un hecho significativo.

Otra dimensión de la “fauna urbana” que me impresionó fue la gran cantidad de perros vagos, lo que no sólo constituye un problema sanitario sino además un problema de seguridad: supe de personas mordidas y escuché hablar de un niño muerto por perros vagos. Lo que me parece paradójico es que dentro de la misma población que es afectada existe resistencia para eliminarlos…

Me llamó la atención que haya tanta gente en trabajos poco o nada productivos. No me refiero sólo a las personas que limpian parabrisas en las bencineras o las personas que pesan la fruta y el pan en los supermercados, sino también a los grupos de vendedores en las tiendas que conversan entre ellos sin tener qué hacer. Incluso hay personas que cobran estacionamiento oficialmente con una maquinita en la mano, lo que en el resto del mundo ha sido reemplazado por automáticos. Pero si la tendencia globalizadora aún no ha llegado a Chile completamente, parece estar ingresando por lo menos idiomáticamente. Ya no sólo se dice “jeans” y “sandwich” como cuando yo salí sino que ahora se habla además del horario “peak” de la congestión vehicular, de un “laptop” para navegar en la “web” y de los “malls” donde las vitrinas anuncian diversos “sale”.

En comparación con el país que dejé, encontré un Santiago militarizado, lo que para mí fue una señal de continuismo. Cuando salí de Chile la dictadura no permitía ningún tipo de organización que oliera a militar o que pudiera competir con su ejercicio del monopolio sobre lo militar. Pero ahora no sólo había guardias armados en el metro, sino que también guardias de seguridad con chalecos antibalas en los supermercados y grandes centros comerciales. Es más, ahora cada edificio y cada condominio tiene conserjes que franquean el paso y en algunos de ellos incluso hay que identificarse con documentación y quedar registrado para poder ingresar. Además vi guardias municipales uniformados llamados “Seguridad Ciudadana”, que vigilan los barrios con avanzada infraestructura de telecomunicación, incluyendo autos y motos. Asimismo, me llamó la atención que cuando comentaba esto a mis conocidos en Chile la mayoría decía no haber reflexionado sobre ello. Posiblemente estas nuevas prácticas sociales son consecuencias inevitables del largo período de dictadura militar y que fueron naturalizadas y normalizadas en ese marco…

Nunca pensé, parafraseando a Violeta Parra, que uno pudiera “volver a los veintiséis”. En muchas oportunidades, particularmente durante la primera semana, me sentía de 26 años. Al caminar por esas calles tan conocidas y tan vividas sentía a momentos que yo era aquel hombre joven que dejó el país hace 31 años, como que hubiera viajado en la máquina del tiempo. Este desdoblamiento fue una cosa extraña que nunca me imaginé que pudiera suceder. Era como que ahora continuaba lo que dejé a principios de los ochenta…

Durante toda mi permanencia en Chile tuve la sensación de vivir una vida doble. Me sentía muchas veces pensando en sueco y observando y juzgando situaciones desde una perspectiva sueca. Sin embargo, sentía que mi vida sueca la mantenía guardada, casi escondida. Esto me hacía sentirme extraño, como que yo tenía algo oculto que me diferenciaba de los demás. Cuando escuchaba hablar “chileno” en la calle, por ejemplo, sentía como que me era cercano pero lejano a la vez. Sentía como que no estaba realmente donde estaba…

Me sentía chileno pero a la vez no. En lo que se refiere al habla, además de llamarme la atención que la gente diga más garabatos que antes, también me llamó la atención la forma de decir la palabra “hola” por los empleados de tiendas: ya no dicen “hola” sino que “holaa”. También noté que hay una tendencia a entonar las frases alargando ciertas vocales, sobre todo dentro de la gente joven. La pregunta es si esto efectivamente es un cambio real que se ha producido en las últimas décadas o es que después de tanto tiempo fuera del país uno desarrolla una cierta capacidad para escuchar de otra forma su propio idioma…

He vivido en Suecia más tiempo de lo que viví en Chile, ciertamente la mayor parte de mi vida adulta. Pero en Chile viví mi infancia y mi adolescencia. Además cinco años de mi juventud los viví como estudiante universitario y cinco años más los viví como profesional de una organización clandestina luchando por un Chile mejor. Por eso, y a pesar de que la mayor parte de mi vida la he vivido en Suecia, todavía me siento chileno…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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