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Bachelet, la generación de los sobrevivientes  y la “Orquesta Roja” Opinión

Bachelet, la generación de los sobrevivientes y la “Orquesta Roja”

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Y es cierto que, más allá de la distancia abismal entre la conducta de López y la actual dirigencia socialista que nos gobierna, en el tiempo se ha prolongado una lógica de actuación política que recogería el espíritu de la famosa orquesta de Trepper: el síndrome Jaime López. La debilidad humana frente a circunstancias terribles es explicable y es difícil de juzgar. Lo que no cabe es justificar conductas indebidas mediante una supuesta lógica racional de “jugar a dos bandas” y, menos, trasladar ese enfoque a la práctica política.


Corría el año 1985. En la Universidad de Talca, al regreso de una de esas noches en que, según nuestra inocencia juvenil, “desafiábamos al régimen”, supimos por boca de nuestro “enlace” –“Ernesto”, se hacía llamar– que había existido una Orquesta Roja, llena de hazañas. Se notaba el influjo que sobre esa generación de la JS Almeyda de fines de los 70 o comienzos de los 80 tenía aquella historia. Como sabemos, la Orquesta Roja fue la red de información más importante y más eficaz de las que funcionaron durante la Segunda Guerra Mundial. Implantada en el corazón mismo del imperio nazi, tejiendo su tela sobre toda la Europa ocupada, desempeñó un papel decisivo en la derrota de Alemania. Decenas de sus miembros fueron decapitados, fusilados o ahorcados, pero su acción hizo que centenares de miles de soldados alemanes –200 mil, según el almirante Canaris, jefe de la Abwher– cayeran para no levantarse más sobre tierra rusa. Provocaron, en pleno auge del poderío nazi, el enojo de Hitler, quien llegó a decir que “los bolcheviques nos superan en un solo dominio: el espionaje”. Y ganaron la guerra por eso.

Leer La Orquesta Roja de Gilles Perrault –quizá mejor que El gran juego del propio Trepper, quien, como buen espía, le contó a Perrault sólo una parte de lo que sabía y el resto se lo reservó para sí– con una mirada desde la historia reciente de Chile, nos lleva a buscar no sólo la saga del “Gran jefe”, el judío-comunista que logró engañar y escapar de los nazis, gracias a su sagacidad y capacidad de supervivencia, una vez que su red cayó en manos enemigas por la incompetencia de los jefes de la inteligencia rusa instalada por Stalin después de las purgas del Ejército Rojo. Y no sólo la historia de un hombre que hizo de la revolución su ethos de vida y que, con su Orquesta Roja, mantuvo el ánimo del Ejército Rojo en el infernal Stalingrado, ayudando decisivamente –pese a la imbecilidad y al carácter criminal de Stalin– al triunfo final de los soviéticos sobre la amenaza nazi, que dirigió a un grupo selecto que informó desde el corazón de Berlín todos los movimientos del ejército alemán hacia el Este, un grupo cuya lealtad con la causa de la revolución hizo que una de sus integrantes –Käthe Voelkner–, sin delatar a nadie, mientras escuchaba al tribunal militar que la condenaba a ser decapitada, saludara con el puño cerrado y dijera sonriendo: “Soy feliz por haber podido hacer algunas cosas por el socialismo”.

[cita]Fue ese miércoles cuando me volví a acordar de la Orquesta Roja –la hazaña predilecta de la generación socialista de Michelle Bachelet–, pues sus declaraciones, al parecer, cierran la temporada de reformas, y abren la de la sobrevivencia, tal cual como en más de alguna ocasión lo hizo Trepper para no morir en manos de los nazis, aunque la sobrevivencia inspirada en la astucia y la capacidad de sobrevivir de ese selecto equipo de espías no da cuenta del verdadero Trepper y de su inolvidable sinfonía: el compromiso inquebrantable con sus ideales y el espíritu de resistencia, al que no renunció nunca.[/cita]

Pues bien, pasó el tiempo y mientras escribía mi libro El Socialismo Chileno: de Allende a Bachelet, me volví a topar con el mito, esta vez indagando los múltiples problemas que enfrentaron los socialistas a partir de 1973, en el contexto de la desaparición de dos direcciones clandestinas sucesivas y el papel del número uno de la organización interna (Jaime López) en esa tragedia. Quien me retrotrae a la historia es Iván Parvex, sobreviviente de ese núcleo, seleccionado por el propio Lorca para desempeñar funciones de apoyo y quien responsabiliza a López de esa tragedia: “Yo no descarto que la caída de Carlos Lorca esté relacionada con la detención de Jaime López… Jaime salió de Chile cuando Carlos estaba todavía en libertad, y Jaime volvió una y otra vez en ese periodo… Todos vimos a Jaime López en Grimaldi, incluso él silbaba el himno de la Juventud… Jaime siempre estuvo apartado de nosotros. Jaime era un gran admirador de La Orquesta Roja y de jugar a dos bandas, esta cosa de ser doble espía… yo creo que hizo eso porque estaba en un doble juego. Pensó que él, como Trepper, iba a ser capaz de manejar la situación, entregándole información a la DINA y manteniendo contacto con nosotros y así poder salir del escollo de la mejor manera, pero lo que está en contra de eso es que Jaime ya era un colaborador de la DINA”.

Y es cierto que, más allá de la distancia abismal entre la conducta de López y la actual dirigencia socialista que nos gobierna, en el tiempo se ha prolongado una lógica de actuación política que recogería el espíritu de la famosa orquesta de Trepper: el síndrome Jaime López. La debilidad humana frente a circunstancias terribles es explicable y es difícil de juzgar. Lo que no cabe es justificar conductas indebidas mediante una supuesta lógica racional de “jugar a dos bandas” y menos trasladar ese enfoque a la práctica política. Cuando no se procesa adecuadamente el modo de proceder frente a circunstancias adversas, se termina por defender la mera conducta de adaptación o sobrevivencia, lo que ha venido ocurriendo, en parte, por quienes optaron por adaptarse frente a los poderes existentes antes que mantener convicciones, lo que es siempre mucho más costoso en el corto plazo. En este caso se trata del ciclo de comprometerse con luchas políticas y, luego, ante las dificultades, justificar retrocesos y ceder espacio al adversario, siendo seducido o comprándose sus argumentos o, definitivamente, terminar haciéndolos propios. Lo vimos en la anterior administración de la presidenta Bachelet, donde el espíritu de cambio que ella representó mudó durante su mandato a la mantención del statu quo, apoyada en su ministro de Hacienda Andrés Velasco. Es más, en algunas áreas se retrocedió, tal cual ocurrió con las famosas manos en alto en educación, la represión sobre el pueblo mapuche y la destrucción de la coalición de gobierno que había hecho la transición y que significó en 2009 la derrota de la Concertación. Lo acabamos de ver en el pleno del PS, donde “la astucia” de Andrade –operar en forma previa para prolongar su mandato, y luego hacer otra cosa – permitió extender la sobrevivencia de Escalona hasta el próximo año, cuando Isabel Allende haya dejado la presidencia del Senado.

¿Se ha ido configurando un fenómeno similar en su actual administración? Luego de partir como caballo inglés en su ímpetu reformista ha ido, poco a poco, cediendo a las presiones de los poderes fácticos –“los de arriba aprietan”, decía Escalona, o “Bachelet, recula”, dicen en el barrio– en reforma tributaria, el enredo en que está metida la reforma educativa y el escaso ánimo de emprender alguna iniciativa destinada a modificar de verdad nuestro desgastado modelo institucional donde, a pesar de todo, sigue vivita y coleando la autoritaria y centralista Constitución de 1980 y que, por boca de Harboe, sabemos que no se modificará en este gobierno. Las recientes declaraciones de la Presidenta, emitidas en medio de la difusión del Imacec, van en esa lógica, incluyendo una frase desafortunada: “A mediados de nuestro gobierno esperamos estar nuevamente con la casa bien ordenada y creciendo establemente”. No sabemos si quiso señalar, con ello, que heredaba una situación de desorden o que las reformas planteadas han desordenado el ambiente –“hay un paquete de reformas que desordenan”, repiten a coro los empresarios, junto a los transversales economistas neoliberales, los actores políticos de derecha y, por cierto, también los Walker-Martínez, comprándose el argumento del otro para salir con astucia, aunque aún con nada en las manos, de un escenario político complejo–. La metáfora de la “casa ordenada”, claramente dirigida a la Señora Juanita, también puede prestarse para dobles interpretaciones: ¿se administra un país como si se tratara de una casa?

Fue ese miércoles cuando me volví a acordar de la Orquesta Roja –la hazaña predilecta de la generación socialista de Michelle Bachelet–, pues sus declaraciones, al parecer, cierran la temporada de reformas, y abren la de la sobrevivencia, tal cual como en más de alguna ocasión lo hizo Trepper para no morir en manos de los nazis, aunque la sobrevivencia inspirada en la astucia y la capacidad de sobrevivir de ese selecto equipo de espías no da cuenta del verdadero Trepper y de su inolvidable sinfonía: el compromiso inquebrantable con sus ideales y el espíritu de resistencia, al que no renunció nunca. Se sabe que Trepper, incluso, fue a ajustar cuentas con Moscú, responsable de la caída de su equipo, y pasó una larga temporada en la cárcel –diez años– por mantener sus convicciones. Se salvó de morir allí nada más porque Stalin murió (“Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra… cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano”, dirá el poeta insigne Pablo Neruda) y comenzó un tibio proceso de apertura en la dictadura soviética. Koba, el temible, se había ido de la URSS, aunque no por ello desaparecieron sus traumas y miedos.

Decía Semprún, que fue número dos del PC clandestino español, que le disgustaban los que han hecho de la sobrevivencia algo banal, pues en la dictadura de Franco sobrevivir era un acto heroico que simbolizaba lo más preciado de quien enfrenta un totalitarismo: intentar no entregarle nada al adversario, ni una sola vida. Ese era su gran triunfo.

La generación de la Presidenta parece aproximarse al formidable equipo de Trepper privilegiando la dimensión de la astucia y la sobrevivencia, sin leer bien la historia. “El Gran Jefe” incluso en su captura por los nazis moduló y mantuvo un diálogo con ellos, pero pensando siempre en su objetivo principal de fugarse (y lo hizo) para volver a lo suyo: una pieza que contribuye, en el metarrelato de la época, a caminar, a tientas, en pos de un mundo mejor, que en esas mentes no era otra cosa que la realización plena del comunismo. Sabemos el influjo que ejerció el relato de la Orquesta Roja sobre López, y la ascendencia de éste sobre sus compañeros de época. Es como si de ese relato se hubiese leído y sacado como lección, por algunos de ellos, solo lo que hay de astucia y sobrevivencia y no lo que hay de triunfo del espíritu humano sobre la podredumbre que, a veces, también acompaña al género humano. Se evidencia entonces una conducta muy similar a la condición del dominado.Como si en la vida sólo fuera cierto aquello de que “más vale un pájaro en la mano que cien volando”, terminando por hacer suyo el argumento de que los cambios solamente traen problemas y no la posibilidad de que, por medio de ellos, también crezca y se expanda la vida.

No, no busquen en la influencia en Chile de la historia de Trepper y su Orquesta Roja sólo el idealismo de un puñado de judíos que, entre otras cosas, tenía batallas particulares que librar con los nazis, y que los llevó a abrazar causas y defenderlas a costa del máximo sacrificio. Busquen también en la generación que hoy nos gobierna la otra lectura de Trepper, la de la “astucia” y la “sobrevivencia”. Las últimas declaraciones de la Mandataria han resaltado, como ya había ocurrido antes, su esfuerzo para que su gobierno sobreviva echando mano de la astucia, aunque sea olvidando su programa, al cual tal vez se vuelva, si es que el movimiento social torna imposible no emprender las transformaciones que requiere el país o, quizá, una vez que la casa esté ordenada… en unos años más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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