Publicidad

Matrimonio, adopción y límites del mercado

Claudio Alvarado
Por : Claudio Alvarado Investigador Instituto de Estudios de la Sociedad www.ieschile.cl /@ieschile
Ver Más

En este contexto, no parece exagerado preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar en este debate: es el único modo de medir bien los pasos que estamos dando hoy. Se trata de un asunto muy importante, y que debiera importar especialmente a quienes señalan, con Michael Sandel, que existen ciertas cosas que el dinero no puede comprar: si llegamos a aceptar prácticas como el alquiler de vientre, el cuerpo humano (tanto del “donante” o vendedor como, sobre todo, de la mujer que lo facilita) tiende a convertirse en un objeto de comercialización.


Hace algunos días tuve la oportunidad de participar en El Informante, con motivo de la aprobación del Acuerdo de Vida en Pareja (AVP)en la Comisión de Constitución del Senado. Como era previsible, el diálogo tuvo poco que ver con la cohabitación: a estas alturas todos sabemos de qué estamos hablando. En efecto, siguiendo la tónica de los debates sobre AVP, el foco estuvo puesto en el matrimonio y en la posible adopción de hijos por parte de parejas del mismo sexo. En este contexto esbocé una idea polémica, pero indispensable en la medida que queramos discutir con seriedad: si tras el debate relativo al AVP en realidad existe una disputa sobre matrimonio y adopción homoparental, no es descabellado pensar que, a su vez, esta última discusión puede llevarnos más temprano que tarde a debatir temas como la maternidad subrogada (también llamada arrendamiento de útero o alquiler de vientre).

No se trata de sugerir que todos los partidarios del matrimonio entre parejas del mismo sexo necesariamente promuevan este tipo de procedimientos: sabemos que no es así. El punto es que a veces la lógica puede llevarnos más lejos de lo que pensamos y por eso, tal como explicara Manfred Svensson, debemos tomar conciencia de nuestra posición actual en torno al matrimonio. Ciertamente la relación entre sexualidad, reproducción y unión conyugal –el paradigma clásico de matrimonio– ha sido progresivamente puesta en entredicho, pero aún estamos muy lejos de asumir a cabalidad una comprensión del matrimonio donde sólo quepan e importen los afectos. Estos, dicho sea de paso, no bastan para fundar normas matrimoniales básicas y, en general, suelen ser irrelevantes para la legislación. Hoy nos encontramos en una situación intermedia entre estos dos paradigmas de matrimonio, y eso nos obliga a considerar hacia dónde puede llevarnos uno u otro polo en tensión.

[cita]En este contexto, no parece exagerado preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar en este debate: es el único modo de medir bien los pasos que estamos dando hoy. Se trata de un asunto muy importante, y que debiera importar especialmente a quienes señalan, con Michael Sandel, que existen ciertas cosas que el dinero no puede comprar: si llegamos a aceptar prácticas como el alquiler de vientre, el cuerpo humano (tanto del “donante” o vendedor como, sobre todo, de la mujer que lo facilita) tiende a convertirse en un objeto de comercialización.[/cita]

Por lo mismo, es pertinente advertir la orientación del matrimonio al que muchos parecen querer avanzar: uno entendido como una unión principalmente amorosa o afectiva. En especial porque quienes abogan por el matrimonio entre parejas del mismo sexo enfrentan una paradoja difícil de sortear: niegan el carácter básico de la complementariedad sexual, pero a la vez desean que las parejas del mismo sexo puedan constituir una comunidad compuesta por padres (y/o madres) y niños, que son precisamente el fruto de la unión entre lo masculino y lo femenino. En rigor, sin la intervención del artificio técnico o legislativo no se ve posible la formación de hijos por parte de parejas del mismo sexo. Dado que la demanda por la igualdad plena conlleva el anhelo por la crianza y educación de niños, las discusiones tienden a encontrarse.

Dicho en simple, la reivindicación homoparental lleva implícita la demanda por técnicas como el arrendamiento de útero, entendido además como un derecho que debe ser garantizado por la sociedad. ¿Por qué las parejas del mismo sexo no gozarían del derecho a tener y criar sus propios hijos, como todo el mundo? De hecho, este vínculo entre transformación del matrimonio, adopción homoparental y maternidad subrogada ha sido reconocido explícitamente en varias oportunidades, tanto en Chile como en el extranjero. En Francia, por ejemplo, buena parte del debate sobre matrimonio giró en torno a la eventual ampliación hacia las versiones más extremas de las técnicas de reproducción asistida.

En este contexto, no parece exagerado preguntarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar en este debate: es el único modo de medir bien los pasos que estamos dando hoy. Se trata de un asunto muy importante, y que debiera importar especialmente a quienes señalan, con Michael Sandel, que existen ciertas cosas que el dinero no puede comprar: si llegamos a aceptar prácticas como el alquiler de vientre, el cuerpo humano (tanto del “donante” o vendedor como, sobre todo, de la mujer que lo facilita) tiende a convertirse en un objeto de comercialización. La extensión de la lógica de los derechos individuales suele converger con una ampliación de los límites del mercado. Y éste, qué duda cabe, funciona a la perfección: en algunos países existe una verdadera industria de producción de niños, al punto que en la India este negocio mueve más de 2.300 millones de dólares al año.

Si creemos ser conscientes de los problemas que genera la mercantilización de la vida social, ¿cómo permanecer indiferentes ante este panorama? ¿Cómo no preguntarnos qué implicancias puede tener todo esto de cara a nuestro debate actual? Quizás el problema comienza cuando un hijo deja de ser concebido como un don que es fruto del encuentro directo e inmediato entre dos personas, y pasa a ser considerado como un medio u objeto para satisfacer una aspiración (lo que, en todo caso, dista de ser patrimonio de las parejas del mismo sexo: esta reflexión tiene un alcance muy amplio). Por buenas y comprensibles que sean las intenciones, el asunto es al menos problemático. Aquí está en juego el origen de la vida y la formación de los niños, y por tanto urge considerar desde ya todas las aristas del debate. En especial cuando no pocos dicen querer disminuir el radio de acción del mercado: a estos efectos, la disputa sobre el matrimonio parece ser mucho más importante de lo que a primera vista podríamos sospechar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias