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Cumbres Borrascosas: O’Reilly y la educación de las élites Opinión

Cumbres Borrascosas: O’Reilly y la educación de las élites

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Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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La nervadura que irrigaba santidad a la conciencia siempre tan pura de quienes se autoperciben en tanto especiales y distinguidos por su angelical formación, termina nuevamente herida y viene a coronar un espectáculo francamente monstruoso, esa es la palabra: La Polar, las farmacias, los pollos, el caso Cascadas, el caso Penta… Todo sumaba para configurar un deterioro que hoy, también podemos advertir, tiene una nota de espiritualidad; es decir, hoy ni la supuesta espiritualidad escapa al abismo y por ello ya no conjura el pecado capital de la avaricia tan evidente en esta elite de rictus católico austero.


Es evidente que aún queda mucho camino por recorrer en lo judicial, pero lo cierto es que el efecto de esta primera etapa que deja como culpable al cura O’Reilly, el cura favorito del tea party chileno, por abusos contra una menor en el contexto de una supuesta educación espiritual, es francamente abrumador para la elite nacional.

El Colegio Cumbres terminó por convertirse en el agujero negro que, cual atajo directo, llevó de bruces al cura predilecto de la elite a los rigores del Noveno Círculo. Así por lo menos queda en el imaginario colectivo.

Va a ser prácticamente intolerable que no se nos permita advertir que el corazón espiritual de la elite fue, mediante la sentencia de ayer, atravesado por una bala de plata que termina por paralizar a un cuerpo que ya había sido herido, otrora por una estaca, pero a través de la sentencia vaticana en contra del otro cura amado por el santo cuiquerío criollo, Fernando Karadima. Y que Dios me perdone por usar las metáforas de la bala de plata y la estaca para estos casos, cuando pude haber recordado la severidad de Jesús de Nazareth en contra de quienes tengan a los niños como objetos de sus fechorías. Es que insisto, hablo desde la expansión ilimitada del imaginario que abre recién un primer hito judicial.

Ahora bien, resulta del todo donosiano que a tan sólo un día de proclamar la santidad en vida de tres curas populares, estemos dirigiendo la mirada del cielo al infierno, para escandalizarnos por un abuso brutal contra una niña, brutal no precisamente por su violencia sanguinaria, sino por su violencia arropada de cortesía y guantes de seda blancos, violencia que ataviada de rosarios y jaculatorias nos perturba e indigna: el mundo gore, contrahecho y turbio de José Donoso.

[cita]La educación de la élite chilena se configura a través de un modelo metafísico fuerte, que concibe un orden antropológico natural que no es posible de transgredir porque con ello estaríamos faltando al diseño que la creación impone a través de su inteligencia divina. En ese cosmos ideológico (fantasmagórico) cabe desde el neoliberalismo de mercado hasta la culpa, desde el derecho natural hasta la misión de fin de año, desde la subsidiariedad constitucional hasta el rezo del ángelus y, lo que es peor, desde la justificación de la dictadura hasta la misa en memoria del capitán general: cabe en esa educación todo lo que la elite conservadora chilena es y quiere ser.[/cita]

La nervadura que irrigaba santidad a la conciencia siempre tan pura de quienes se autoperciben en tanto especiales y distinguidos por su angelical formación, termina nuevamente herida y viene a coronar un espectáculo francamente monstruoso, esa es la palabra: La Polar, las farmacias, los pollos, el caso Cascadas, el caso Penta… Todo sumaba para configurar un deterioro que hoy, también podemos advertir, tiene una nota de espiritualidad; es decir, hoy ni la supuesta espiritualidad escapa al abismo y por ello ya no conjura el pecado capital de la avaricia tan evidente en esta elite de rictus católico austero.

Sin embargo, bien lo sabemos, esa es una espiritualidad (un nicho de mercado) que fácilmente puede ser absorbida por el monopolio del Opus Dei, quienes suben sus bonos en la bolsa de indulgencias, pues los recién llegados Sodalicios ya tendrán su hora nona cuando el periodismo haga su tarea en el vecino país. En consecuencia, el actual CEO del Opus Dei sabe, al igual que todos nosotros, que el mercado del espíritu se vuelve cada vez más suyo a la hora de la educación espiritual, que empieza, por cierto, en la más tierna edad escolar.

La educación de la élite chilena se configura a través de un modelo metafísico fuerte, que concibe un orden antropológico natural que no es posible de transgredir porque con ello estaríamos faltando al diseño que la creación impone a través de su inteligencia divina. En ese cosmos ideológico (fantasmagórico) cabe desde el neoliberalismo de mercado hasta la culpa, desde el derecho natural hasta la misión de fin de año, desde la subsidiariedad constitucional hasta el rezo del ángelus y, lo que es peor, desde la justificación de la dictadura hasta la misa en memoria del capitán general: cabe en esa educación todo lo que la elite conservadora chilena es y quiere ser.

Es flagrante, en todo caso, la visión que tiene de la infancia esta educación de las élites, cargada de un brutal platonismo.

Más que en La República, es en Las Leyes donde encontramos, uno de los principales mitos griegos que Platón dejó enclavados en la historia de todos los conservadurismos y totalitarismos educativos, ese que afirma que los niños, por ser niños, no tienen un carácter ontológicamente superior como sí lo tendría un adulto. La infancia en Platón es pura posibilidad (no-ser), es inferioridad, es material para proyectos político-ideológicos: los niños son como las bestias y la educación llega para disciplinarlos en aras del mundo que los adultos creen mejor.

Es un franco y espinudo problema ese de la “educación espiritual” en niños desde su más tierna edad, problema que no se agota con lo dicho, es cierto, pero que tan sólo con lo ya dicho nos da que pensar y, sobre todo, imaginar lo mal que olería el aire allá arriba, en las cumbres, si siguiéramos destapando esa muy especial metafísica de la infancia.

Valga entonces este primer paso judicial que destrona no sólo a un cura, sino que a toda una configuración espiritual en la elite conservadora chilena, para afirmar con mucha fuerza que, hoy, una educación que no emancipe no es tolerable, de la misma manera que tampoco es tolerable una concepción de la infancia sin derechos. Los adultos no somos los dueños de niños.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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