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José Miguel Izquierdo
Por : José Miguel Izquierdo Director Main Comunicación
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La caída del modelo de liderazgo de Bachelet es, entonces, de entera responsabilidad individual de la mandataria y su esquema de incomunicación. Una estrategia que falló rotundamente, aunque se resistió a morir. Y un diseño político que debe cambiar.


¿Por qué vemos modelos de liderazgo tan pasajeros como los cimentados sobre la confianza, la cercanía y la identificación directa con las personas?

El modelo de liderazgo de Michelle Bachelet es uno de ellos. Caducado, como vencen los yogures, sanos, de corta vida. Su perfil político emerge hacia el 2000 y solo 15 años después se descapitaliza totalmente, aún después de haber obtenido la mayoría en dos elecciones presidenciales.

El hecho es que en 2014 decíamos que la presidenta era incombustible y en 2015 estamos haciendo estas preguntas, atónitos frente a los nuevos indicadores de la encuesta CEP. Tan sólo 29% de aprobación, 10 puntos menos que en el peor momento de su gobierno. Pero el 56% que la desaprueba representa 14 puntos más que en el peor moemento de su mandato anterior.

¿Cuál es la gran diferencia entre aquel tiempo en que logró revertir la situación y salir con más del 70% aclamándola? La novedad no está en que hayan surgido casos de corrupción porque en su gobierno anterior también los enfrentó. La imagen que no teníamos antes era la de una presidenta que se ve forzada a protagonizar los mismos casos de corrupción.

Esta posición protagónica en la lacra más aguda de la democracia latinoamericana la adoptó Bachelet al fallar en considerar la oportunidad de sus respuestas. Demoró meses en sacar a su hijo del cargo, en dar una declaración, en proponer una agenda repetitiva, en anunciar cambios de gabinete. Al demorar, la opinión pública comenzó a dudar situándola al centro de la sospecha, perdiendo la confianza en ella, crucificándola más que por sus actos, por sus omisiones.

La caída del modelo de liderazgo de Bachelet es, entonces, de entera responsabilidad individual de la mandataria y su esquema de incomunicación. Una estrategia que falló rotundamente, aunque se resistió a morir. Y un diseño político que debe cambiar.

Bachelet usa dos recursos para revertir sus crisis, tal como vimos en su gobierno anterior: dinero fresco en forma de bonos y cambios orientados a establecer orden y disciplina en su gabinete para recuperar el control de agenda. Probablemente recibe con tiempo la encuesta CEP y por eso opta por adelantar el anuncio del cambio de gabinete y vuelve a centrar las luces en su acción.

No se puede calificar desde ahora como un exitosa la jugada elegida. Ciertamente que en lo comunicacional logra el cometido; todos atendieros a su anuncio y están expectante por sus decisiones. Pero Bachelet está a prueba. Debe demostrar que puede gobernar, que puede elegir bien a su equipo, dejar fuera a todos los que tienen boletas, responder a la expectativa de que el cambio es masivo, generar equilibrios políticos y, por último, seleccionar personas dispuestas a respaldar el programa, la reforma constitucional, la laboral, el aborto.

Son varios los problemas políticos que enfrenta Bachelet. El puzle no es fácil de armar y, aunque hoy solo cabe respaldarla, está en una posición muy débil para negociar con sus partidos. Con el 29% de aprobación son pocos los que le otorgan poder.

El reloj está contando y las piezas son difíciles de encontrar.

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