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David Bowie, starman

Fernando Muñoz
Por : Fernando Muñoz Doctor en Derecho, Universidad de Yale. Profesor de la Universidad Austral. Editor de http://www.redseca.cl
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«La celebrada capacidad de Bowie de transformarse en distintas y sucesivas personas representa, en ese sentido, una apropiación tanto de la transitoriedad implicada en dicha tesis, como su misma negación. Bowie logró, reinventándose, incluso desapareciendo, incluso muriendo, ser famoso a lo largo de toda una vida».


No es fácil añadir algo a lo mucho que ya se ha dicho sobre la obra de David Bowie; mucho menos, cuando el momento en que uno intenta decir algo es ahora, tras su repentina desaparición. Sin embargo, la profunda significación de Bowie para la música, la estética y, por qué no decirlo, el sentido del yo en la contemporaneidad postmoderna ameritan que el esfuerzo sea hecho.

La capacidad que Bowie demostró de recoger, procesar y reconvertir las más diversas influencias culturales y artísticas, desde el soul afroamericano hasta el cabaret alemán de entreguerras, desde la música electrónica y la música industrial hasta su último flirteo con el jazz, así como la gigantesca influencia que estas síntesis bowienianas ejercieron en músicos como Lou Reed o Nine Inch Nails, justifican de sobra la atención que el inglés recibió a lo largo de su extensa carrera. Estos méritos, en el plano artístico, no pueden ser minusvalorados. Por otro lado, y como lo evidencia la muestra itinerante “David Bowie Is”, la influencia de Bowie se extendió considerablemente más allá de la música; a su influjo en la moda y la estética se suman sus incursiones en el teatro, el cine, e incluso la pintura. La dificultad de encontrar artistas contemporáneos que demuestren tal ubicuidad y versatilidad hace necesario buscar paralelos en otras épocas culturales; Bowie, en ese sentido, se asemeja más a las grandes figuras artísticas del Renacimiento o del Romanticismo que a sus pares del pop contemporáneo.

En efecto, si es que hubiésemos de apuntar hacia alguna categoría que permitiese comprender la obra bowieniana, habría que apuntar a la teoría de la Gesamtkunstwerk de Richard Wagner. Con este concepto, Wagner resumió su proyecto de crear un arte total, que abarcase de manera unitaria las diversas disciplinas artísticas que la modernidad ha diferenciado. La Gesamtkunstwerk es, en ese sentido, para Wagner, un regreso al teatro griego clásico, y con ello un esfuerzo por restituir al arte su sentido ritual y comunitario: el objetivo del arte total es transitar hacia la sublimación del yo mediante el éxtasis artístico. Pero la teoría de Wagner es también una teoría del Gesamtkünstler, del artista total, transdisciplinario, capaz de enfrentarse por sí mismo a la diversidad de medios expresivos requeridos por tan magno desafío creativo.

Si Wagner, a través de su arte total, busca un concepto arcaico de comunión, Bowie puede ser calificado como un Gesamtkunstler futurista y postmoderno, con todo lo que ello implica. Desde luego, en primer lugar, Bowie es un artista postmoderno, en el sentido que a dicho concepto le asignara Lyotard. Su arte, como lo entiende bien la película Velvet Goldmine, es arte por el arte, en la huella de la proclama con que Oscar Wilde comienza El Retrato de Dorian Gray; no es arte comprometido, como el que Neruda resumiera en la tesis de que el poeta no es una piedra perdida. Su arte carece de una narrativa trascendente a lo artístico; al menos, de manera explícita. Por añadidura, y también en línea con las temáticas propias de la postmodernidad, la producción creativa de Bowie constituye un canto a la autoproducción del sujeto y a su autenticidad. A partir de ello, desde luego, es posible construir e imputar significaciones ulteriores a su obra, entendiéndola como una forma artística adecuada al individualismo característico del capitalismo contemporáneo (Bowie como mercantilizador de sí mismo) o bien como una proyección cultural de la demanda por reconocimiento expresada en la identity politics (Bowie como desalterizador de la otredad). Ambas interpretaciones, desde luego, son más complementarias que rivales.

Y si Wagner encuentra en el arte total un medio adecuado a la sensibilidad artística romántica de sublimación del yo, Bowie emplea su condición de artista total para navegar la sensibilidad de una época definida por su amigo Andy Warhol como aquella en que todos serán famosos durante 15 minutos. La celebrada capacidad de Bowie de transformarse en distintas y sucesivas personas representa, en ese sentido, una apropiación tanto de la transitoriedad implicada en dicha tesis, como su misma negación. Bowie logró, reinventándose, incluso desapareciendo, incluso muriendo, ser famoso a lo largo de toda una vida.

Finalmente, se hace necesaria una breve reflexión sobre las características del conocimiento público de su deceso. Desde la muerte de Freddie Mercury que el mundo de la música pop angloamericana no contemplaba algo tan singular: una salida de escena tan singular, tan apropiada para una vida vivida de manera teatral. Esta repentina muerte guarda significativas semejanzas con la forma en que Bowie dio simbólicamente muerte a Ziggy Stardust (muerte transformada por el cineasta Todd Haynes en el eje central de Velvet Goldmine), así como con el autoimpuesto silencio en que Bowie vivió durante una década, hasta el inesperado lanzamiento de su single Where Are We Now?. Es imposible no hacerse la siguiente pregunta: ¿planificó Bowie su teatral desaparición? ¿Trabajó intensamente en su último disco, Blackstar, pensando que a su lanzamiento le seguiría prontamente su muerte? Responder a esta pregunta es innecesario; basta con la gestualidad misma del hecho para darle plenitud y sentido a este momento.

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