Publicidad

Michelle y el puré de palta

Mario Gutiérrez
Por : Mario Gutiérrez Periodista, Académico y consultor
Ver Más


 

Fue la noche del 2 de abril de 2005, la misma en que murió Juan Pablo II. Después de informar en Radio Futuro, partí rápidamente a Ñuñoa al asado para ser puntual y lo fui. A las 20:30 horas ya estaba tocando timbre. Claro que como el dueño de casa, el periodista y actual senador Alejandro Guillier, siempre ha sido tan buen amigo como distraído, no me avisó que la junta se había postergado para las 22:30 hrs.

Por suerte, las dos horas pasaron volando entre cervezas Escudo de un litro, cigarrillos mentolados Marlboro y la entretenida conversación con el hijo menor de los Guillier, quien me contaba entusiasmado de su próximo viaje a París a estudiar música. Ni siquiera acatamos la advertencia de su madre, Cristina, para que dejáramos de fumar porque «a la doctora le molesta el humo «. Luego fueron llegando los otros invitados, periodistas, dirigentes políticos de base, amigos y vecinos de la familia y las pololas de los hijos, por supuesto.

De pronto apareciste radiante, como la estrella de la noche, junto al ex ministro Sergio Bitar, quien –desatendiendo las instrucciones del ex Presidente Lagos– te acompañaba gentil. Aprovechando que aún no se disolvía el tumulto de saludos, sonrisas, abrazos y aplausos, y muy bien dateado por el hijo músico del lugar –a esa altura mi amigo–, tomé una silla del comedor y la puse lo más cerca posible del sillón marengo donde a ti te ubicarían tras la cena. Y salimos al quincho.

La comida estuvo como siempre en la casa de los Guillier, la carne jugosa, las ensaladas perfectas, el cabernet sauvignon en su temperatura y aquel único puré de palta picante ( no guacamole ), que solo he comido en esa casa de calle Coventry.

[cita tipo=»destaque»] ¿Qué fue de ti, Michelle? ¿Dónde quedó esa mujer con la que casi todo Chile se sintió cómodo y acogido? ¿Fue que alguien te mal convenció o que el poder te cegó? ¿Qué pasó con esa antigua espontaneidad con la que brillabas? ¿O es que, acaso, solo te imaginábamos eficiente, jugada y cálida? ¿Será que nunca fuiste como pensábamos que eras?[/cita]

Al volver al living, te toqué sutilmente el hombro y te mostré tu sillón para asegurarme que mi plan no fallara. De la charla colectiva casi no me acuerdo, mucho más tengo que la memoria lo que pude hablar contigo cuando se daba la ocasión. Recordamos encuentros anteriores en el Ministerio de Defensa y la Embajada de EE.UU., por ejemplo. Elogié, sin exagerar, tu chaqueta negra con motivos indígenas que me dijiste la habías comprado en un mercado artesanal en Quito. Hablamos variado, de Energía Nuclear desde mi total ignorancia en el tema, de las indemnizaciones a los familiares de los DDDD, de la posibilidad de desalinizar el agua en Antofagasta y en los recuerdos de esa ciudad compartimos nostalgias. Mientras, de tanto en tanto, Alejandro convocaba a una conversación más abierta, advirtiendo mi interés por captar tu atención, al tiempo que yo confirmaba una vez más que eras tú una mujer encantadora, chispeante, divertida y buena conversadora. Una inspiración.

Les hablaste a todos, sin embargo, hubo tiempo para consensuar contigo la falta que hacen los profesores normalistas en el país; para que te detallara cómo se preparan los patacones de plátano frito y para que –con afable memoria– tú me preguntaras cómo se sentía mi mujer de entonces viviendo en Chile, siendo colombiana. «Dale tu apoyo, no siempre es fácil ser extranjero».

Cuando ya la noche se hacía adulta, el dueño de casa te pidió nos detallaras cómo te imaginabas Chile en unos años más. Fueron minutos en que abundaba la quietud en ese living, y tu discurso lleno de anhelos, proyectos y sonrisas asombraba a los invitados, mientras Sergio Bitar dormía, soñando quién sabe con qué.

A las 2:20 a.m. te despediste amablemente de cada uno y, pese a la insistencia de varios en acompañarte o, al menos, escoltarte, sacaste las llaves de tu cartera y partiste sola en tu camioneta Tucson blanca. Femenina, determinada y  autosuficiente. Un  punto más para mirarte con genuina aprobación. Cuando llegué a casa, desperté a Alejandra y no para decirle que había llegado bien, sino para reafirmarle que tú eras una persona digna del mayor respeto y que, si bien podíamos pensar políticamente distinto, tenías todo mi aprecio. Nunca  volví a verte en persona.

Han pasado los años y tantas cosas han trocado para mal. Hoy te critico todo cuanto puedo y pienso que todo lo haces pésimo. Me molesta incluso verte en televisión con tanto gesto forzado simulando decisión y autoridad, con esa mirada –que no es tuya– exhortando comprensión. Tanto a mí, como a muchísimos chilenos, se nos extravió tu encanto, tu cercanía, esa determinación. Y hasta se nos olvidó que eras  simpática.

¿Qué fue de ti Michelle? ¿Dónde quedó esa mujer con la que casi todo Chile se sintió cómodo y acogido? ¿Fue que alguien te mal convenció o que el poder te cegó? ¿Qué pasó con esa antigua espontaneidad con la que brillabas? ¿O es que, acaso, solo te imaginábamos eficiente, jugada y cálida? ¿Será que nunca fuiste como pensábamos que eras?

No lo sé, y prefiero trasladar mi incertidumbre a esta desilusión multitudinaria de los años. No lo sé, y sospecho que ni siquiera tú sabes muy bien, qué fue de ti, Michelle.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias