El drama de las familias de Chiloé producto de la llegada de la Marea Roja a esa zona, se ha transformado en uno de los conflictos más complejos de la administración de Michelle Bachelet. En este escenario naturalmente se esperaría la presencia de los principales ministros abordando la temática y buscando soluciones. Pero ha llamado la atención la ausencia del titular Interior, Jorge Burgos, quien en un comienzo, en medio de las tensas y angustiosas negociaciones entre chilotes y el gobierno, habló claro, habló duro, para luego dar paso al silencio. Si se analiza el sentido y alcance de la polémica frase que pronunció y en el momento que lo hizo, tiene sentido, pues al parecer algo está cambiando en Chile.
En un acto característico de la lógica que se está imponiendo en el Gobierno, en cuanto al manejo de las finanzas fiscales, el ministro Burgos planteó “este es un Gobierno que va en ayuda de la gente, pero no es un Gobierno de billetera fácil”, la primera parte de la frase es una obviedad; no podría pensarse ni declararse de otra manera un Gobierno, ningún Gobierno.
Sin embargo, no fue ahí donde estuvo el problema, sino en la segunda parte de la ya polémica frase. Consignar la disponibilidad presupuestaria, la asignación de recursos y la concurrencia del Estado en una emergencia -la Billetera de Burgos-, tiene una lógica graduada en términos facilidad-dificultad en su despliegue y disposición. Esto a su vez tiene al menos dos implicancias: en primer término no puede dejar de invocar la imagen de un padre, abriendo su billetera ante el requerimiento de un hijo necesitado y, por tanto, desliza la lógica de que esa facilidad- dificultad se presenta en función de la concordancia, o de la afinidad del progenitor poseedor del recurso, con la demanda planteada. No se define necesariamente en función de la necesidad esgrimida. Se podría pensar, desde esta lógica, que si el hijo se porta bien, entonces el padre lo tratará bien y abrirá su billetera. En sentido contrario podría negarse la posibilidad del recurso ante un comportamiento poco afortunado por parte del hijo.
Ante la obviedad de la primera parte de la frase, la segunda aparece delimitándola, dándole sentido y enmarcándola.
La segunda implicancia, emerge con la forma de preguntas por el criterio aplicado; ¿cómo se determina la gravedad de una situación?, ¿cómo se evalúa?, ¿quién sino el ministro del Interior debiese calibrar y ponderar, ordenar y anticipar, en el ámbito de los requerimientos, los conflictos en el territorio?, ¿cómo se acoge la demanda, el sentir, la necesidad?. Con todo parece no ser una billetera la que pueda responder estas preguntas.
La frase en comento, es por tanto, una actitud, un pensamiento, una disposición.
En todo caso si se observa la frase de Burgos a lo largo de todo el conflicto, no resalta por estar fuera de concordancia con la actitud del gobierno a lo largo de este, sino sólo con su falta de tino. Dicho de otra forma, por el hecho de ser demasiado grosera, burda. Basta recordar que en un comienzo el gobierno optó por invisibilizar la situación. Cuando esto no fue posible, se negó y luego se le quitó parte del peso. Posteriormente, con la gente organizada se optó por fracturar los movimientos, aduciendo que la diversidad de objetivos, por ejemplo entre pescadores y organizaciones sociales de la isla, iba en contra de una negociación efectiva.
[cita tipo=»destaque»] Sabemos que las reacciones que produjo la frase fueron diversas, pero en su mayoría, como era de esperarse, de condena, porque al parecer hoy la ciudadanía no está ya para acoger actitudes dictatoriales de parte de un padre severo o indulgente. Sabemos también que ella, tanto en su contenido como en su temporalidad, significaban agitar aún más un contexto ya bastante complicado y tenso. Hoy también es evidente que, seguido de las declaraciones del ministro Burgos, resultaba impensable visualizarlo como interlocutor en el conflicto, sobre todo entendiendo que en aquel momento las sensibilidades exigían tranquilidad y diplomacia.[/cita]
A Burgos, entonces solo se le podría alegar su falta de tino. Dicho de otra forma, el ministro fue grosero y destemplado.
Sin embargo, se hace posible ensayar otra mirada respecto de las implicancias de la frase espetada por el Ministro Burgos.
Sabemos que las reacciones que produjo la frase fueron diversas, pero en su mayoría, como era de esperarse, de condena, porque al parecer hoy la ciudadanía no está ya para acoger actitudes dictatoriales de parte de un padre severo o indulgente. Sabemos también que ella, tanto en su contenido como en su temporalidad, significaban agitar aún más un contexto ya bastante complicado y tenso. Hoy también es evidente que, seguido de las declaraciones del ministro Burgos, resultaba impensable visualizarlo como interlocutor en el conflicto, sobre todo entendiendo que en aquel momento las sensibilidades exigían tranquilidad y diplomacia.
Si además de entender lo anterior, se toma en consideración que Jorge Burgos es un político de larga trayectoria, que ha tenido destacadas participaciones tanto en el Congreso, en los gobiernos de la Concertación, y en este gobierno ha sido ministro de las carteras de Defensa y, en el último año, surge la pregunta evidente ¿Por qué enunció dicha frase?
Resulta imposible pensar en una explicación basada en la inexperiencia en conflictos. Incluso si sólo consideráramos su desempeño como ministro del Interior, Burgos demostró un despliegue totalmente distinto al observado en la movilización de los camioneros ocurrido en 2015.
¿Un desliz verbal? Difícil. Además esta hipótesis cuestiona directamente las características personales que se le atribuyen al ministro y que fueron esgrimidas por diversos actores al momento de asumir el cargo.
Queda aun una explicación, incomoda, compleja, que por esas mismas razones es difícil de pensar, y en cualquier caso imposible de admitir: porque quería restarse del conflicto.
Las razones que pueden esgrimirse pasan por el puro y duro cálculo político; proyectando un escenario futuro para él, asumir un rol activo en el conflicto deterioraría su imagen minando sus aspiraciones políticas. No sólo para él, sino para cualquier hombre que estuviera en su lugar, una situación como la que vive hoy Chiloé y lo difícil de la solución, significaría, por lo menos, un desgaste en su imagen. Por tanto asumir un costo inicial sobre sus dichos es menos complejo de administrar, que desgastarse en un conflicto cuyas características y complejidades hacen recordar lo sucedido en Aysén hace unos años atrás. Y aquí sí se observa una billetera política fácil, una administración de capital político, dejando abierto un conflicto entre el cálculo político y la ética pública.
En cuanto al Gobierno, hay que señalar que la estrategia de devolver el conflicto a la gente sin resolverlo en toda su extensión, hace esperable su retorno. Pensar que las relaciones establecidas entre las personas, los habitantes, no se rearticularán, es desplegar una visión de corto plazo y apegada in extermis a la contingencia.
Y en cuanto a Burgos quedan un par de preguntas dando vueltas; ¿Cómo se posicionará el ministro del Interior ante un nuevo conflicto? ¿Es Burgos un hombre de Estado?