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Jorge Baradit y los nuevos historiadores

Manuel Loyola
Por : Manuel Loyola Universidad de Santiago de Chile manuel.loyola@usach.cl http://revistaslatinoamericanas.org
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Una reciente exposición en la revista Red Seca, los historiadores Estefane, Thielemann, Casals y Baeza, colocan sobre el tapete la recurrente problemática de la comunicación pública de la producción intelectual, asunto que en el caso de los y las historiadores/as, implica una tensión casi nunca bien asumida ni menos bien resuelta, y esto no porque no les interese, sino porque el problema conlleva aspectos para los que ellos/ellas no están preparados, ni tampoco son de la atención de los administradores y dueños de los medios de comunicación de masas. Como se sabe, estos jóvenes historiadores emprendieron una severa crítica contra el escritor Jorge Baradit y sus pretensiones –registradas en su producción editorial y en apariciones en radio y TV, entre otros– de hacer y ofrecer un producto de base historiográfica pero de fácil digestión y amplio consumo, cosa que, según cifras y comentarios, ha conseguido.

Ahora bien, digamos de nuestra parte que la postura “epistémica” de Baradit es efectivamente olímpica, echa al saco a troche y moche todo cuanto le sirva a su estrategia, y reparte leña por doquier. Al no dejar títere con cabeza, su oferta ha implicado, por sobre todo, poner en la picota a lo que llama “las elites del poder” (la curia religiosa, militares, cúpulas políticas, entre otras), a la par de denostar la actividad historiográfica de la academia y el rol de los docentes del área.

En su conjunto, estos acusados lo serían por no atender adecuadamente el conocimiento del pasado nacional, además de perpetuar, quizás por qué bastardos móviles, hechos y situaciones que se mantienen “ocultos”. En definitiva, ante tamaña torpeza y complicidad, él (Baradit) ha llegado para “develar” lo que los poderes oligárquicos se han encargado de mantener apañado en aras de moldear las mentes de chilenas y chilenos con narraciones de ocasión, mitos y otras tantas faramallas de lo que se supone ha sido nuestro pasado. Y no es que para esta finalidad de aclaración cuasisalvífica haya que hacer nuevas y enjundiosas investigaciones: ello no es necesario, los datos ya están, ya han sido establecidos (para ello, siempre autorreferente, le gusta citar su propia novela Synco, basada en el trabajo de Edén Medina, investigadora en Indiana University), pero como los mismos se han tergiversado u ocultado por las élites, la verdad no logra aparecer.

Remata, nuestro escritor, su cruzada como siendo parte de las tendencias mundiales de hoy de repudiar las manipulaciones, engaños y conspiraciones que desde antaño han llevado a cabo los poderosos, las mismas que, en los últimos años, han quedado al desnudo gracias a la astucia y valentía de personajes que para él han servido de soporte y ejemplo: Snowden y Assange.

[cita tipo=»destaque»]Si algo bueno ha tenido el asunto Baradit, ha sido que les ha recordado a los doctos la dimensión comunicacional amplia que probablemente corresponda a su oficio, plano que, de no ser elaborado por ellos (por ellos/as, y no por otros, pues nadie vendrá a darles una mano) seguirá dejando el campo libre a los impostores, además de condenar a la supina impotencia a sus contradictores.[/cita]

A la luz de lo dicho, no cabe sino respaldar la reacción que han tenido Casals, Thielemann et al., en la medida que Baradit, utilizando una fraseología facilista y generalizante, muy funcional a la masa a que busca llegar, no pasa de ser un pobre charlatán que, en vez de ir sinceramente tras las “élites” superando la anécdota, no puede sino agradecerles su existencia y desempeño, sin los cuales él mismo no existiría. Está claro que Baradit tiene que sacarles punta a sus entuertos y apurarse en ello pues, dentro de poco tiempo, ya no será “éxito” aún, si –como siempre ocurre– insistiera en su fórmula con otro tomito de verdades: como ocurriera con la siquiatra Cordero, su obra luego pasará a saldos en remate.

Esto, sin embargo, no pasará de ser un episodio circunstancial y sin mayor trascendencia si es que los historiadores/as, como se señalara al comienzo, no abordan el asunto de la comunicación de sus resultados en públicos amplios. A este respecto, consignemos lo siguiente: desde el punto de vista divulgativo, la información historiográfica (la historia escrita y/o comunicable) puede adquirir cuatro modalidades principales: primero, la académica (erudita y técnica, de audiencias ínfimas); luego, la prosa histórica, especialmente en formatos literarios de ensayo y novela (de públicos un poco mayores a la producción académica); la historieta o comic, de orden bastante más ficcional, de lectores preferentemente juveniles, pero casi sin aparición en Chile; y, por último, la producción de chatarra histórica, de consumo mayor aunque no necesariamente masivo. Todas estas modalidades son legítimas, y nadie podría suponer su supresión.

Lo importante es que el lector, consultante o consumidor sepa qué está consultando, diferencie y no confunda contenidos e intenciones, y que tenga claro que, por lo general, los emisores, editores o inventores de estos productos –ansiosos de ganancias y fama– los presentan como ciertos en un sentido directamente proporcional a sus desechos: mientras más “chamullentos” o morbosos ellos sean, más esfuerzo se hará por darles buena cara, ofrecerlos como novedosos y concluyentes, barriendo con potenciales contradictores. En concreto, no hay nada más sospechoso de falacia que aquello que se presenta como “verdadero”.

¿Qué harán nuestros historiadores/as para que los Baradit (y demás émulos), si bien sigan haciendo su trabajo, no lo hagan con bolsillos de payaso? Es decir, ¿cómo harán para que sus investigaciones y estudios no solo se formateen como artículos que ni ellos mismos leerán, y los traduzcan a espacios sociales más amplios? La “lucha es cruel y es mucha”, como dice el tango, pero no queda más que darla para que, de un lado, los cuenteros y narcisos ocupen el lugar que les corresponde y, de otro, los estudiosos del pasado no se queden completamente aislados, ensimismados en sus “objetos” y pendientes únicamente de journals WoS o Scopus.

Si algo bueno ha tenido el asunto Baradit, ha sido que les ha recordado a los doctos la dimensión comunicacional amplia que probablemente corresponda a su oficio, plano que, de no ser elaborado por ellos (por ellos/as, y no por otros, pues nadie vendrá a darles una mano) seguirá dejando el campo libre a los impostores, además de condenar a la supina impotencia a sus contradictores. Jóvenes historiadores: denles duro a los Baradit pero, por sobre todo, denles más duro a las acciones comunicacionales amplias con buenas ideas, buenas plumas, con humor, evitando la gravedad, con habilidad, sencillez, combinando elementos, expresiones, participantes, aprendiendo técnicas y formas de expresión… parece que es hora del folletín 3.0

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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