El único cuadro que adorna mi oficina es una foto de Pinochet. Básicamente porque creo que no hay que olvidar lo que pasó, para que no vuelva a pasar, y porque creo que queda todavía mucha justicia que cobrar.
Pero creo, sin embargo, que es pervertido transformar la tragedia de ese martes 11 en el centro de nuestras existencias. Esto porque cuando uno se define a partir de sus enemigos, al mismo tiempo, niega su propia oportunidad de construirse como identidad. El triunfo del pinochetismo sería total si dejase que hasta mi identidad y libertad (lo que hago o dejo de hacer) estuviese determinado por lo que él –o lo que dicen de él- representa. El infierno son los otros, decía Sartre.
En Chile vivimos en la globalización de este problema. Por una parte, porque de ese pequeño 15% o 17% que se declara de izquierda en las encuestas, la mitad, dice que ser de izquierda es “simplemente” no ser de derecha. Y por otra, porque la hegemonía política de izquierda desde el 89, se hizo con una Concertación de Partidos (hoy Nueva mayoría) llena de contradicciones, precisamente, porque se constituyó no desde un programa o una visión de mundo, sino que simplemente a partir de un Pinochetismo.
Y entonces hoy tenemos compartiendo bancas parlamentarias “de centro-izquierda” que están en contra de los derechos reproductivos de las mujeres, de la igualdad ante la ley de las personas LGBT, que promueven la segregación en educación, la influencia de la iglesia en la vida de las personas… ¡hasta he escuchado algunos que promueven la ocupación ilegal de Palestina!
Por eso me parece desvergonzada esa permanente fanfarria que nos tocan a Marco Enríquez Ominami y a los Progresistas –partido en el cual milito- y que dice: Que cómo es posible que le hayan pedido plata a los que representan a los asesinos de su padre (Enríquez). Me parece desvergonzada porque en efecto, nunca hemos negado que para competir de manera no-testimonial e independiente en política, decidimos buscar recursos en todos los canales legales posibles. Aunque esa legalidad contuviese el absurdo de obligarnos a jugar en la cancha de una política financiada por las empresas -y no por los impuestos-. Esa es la transparencia con la que tantos líderes de opinión hoy hacen gárgaras, y esa es la transparencia que respetamos, pero que queremos cambiar.
[cita tipo= «destaque»]Por eso me parece desvergonzada esa permanente fanfarria que nos tocan a Marco Enríquez Ominami y a los Progresistas –partido en el cual milito- y que dice: Que cómo es posible que le hayan pedido plata a los que representan a los asesinos de su padre (Enríquez). Me parece desvergonzada porque en efecto, nunca hemos negado que para competir de manera no-testimonial e independiente en política, decidimos buscar recursos en todos los canales legales posibles.[/cita]
Y cínica porque nosotros nos negamos a construir nuestra identidad política pinochetistamente desde un pinochetismo anti-pinochetista. Porque somos un partido que se niega a caer en el vacío perverso de vivir la vida desde los que debieran ser nuestros enemigos. No le pedimos plata a unos asesinos, y ni a representantes del pinochetismo. Le pedimos plata a todos los que –con negocios y trabajos legales- quisieran colaborar con el programa y proyecto político.
Esto porque somos un partido que aspira al poder, no para llegar al poder, sino que, para debatir y desarrollar un programa complejo, con nombre y apellido: La Social Prosperidad. Tenemos una existencia que va más allá de la historia. Porque lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino que lo que haremos con lo que han hecho de nosotros. Primero va la existencia, después la esencia… de nuevo Sartre. Tan olvidado. Debiera tener una foto de él también en la oficina.
En definitiva, no olvidamos la dictadura, pero no competimos ni rasgamos vestiduras por tratar de ser los más anti-pinochetista del mundo. Sabemos que solo desde la libertad se puede cambiar la historia, pero también, que nunca seremos libres si dejamos que sea ese “supuesto enemigo” el que defina lo que hacemos o dejamos de hacer. Si la filosofía es para sacarla al barro de la Historia, la libertad es para sacarla al barro de los espacios de poder. Para comprometerla, perderla y recuperarla por nuestros sueños, causas y causeos, por nuestros colectivos sociales y nunca desde el individuo, el francotirador o el ego.
La libertad no es para desmenuzarla analíticamente en la academia, y menos para guardarla y defenderla como guardianes del santo grial de la moral, en catacumbas y clubes exclusivos… como lo hacen de tanto en tanto y a cada rato esos puritanos intentos de frente amplio. Ser Progresista en Chile significa entonces, en efecto, estar siempre en la vereda de al frente. Es vivir la vida a veces contradictoriamente, porque hacemos política en un mundo que nos tiene con las contradicciones del capitalismo hasta el cuello. Es pertenecer a un club inclusivo -nunca excluyente- en el cual comprometemos nuestra libertad, porque estamos dispuestos, por nuestros sueños, a tragar cien sapos y a trancar la pelota tirándonos al suelo. Marco, representa todo esto.