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El bosque nativo antiguo de Chile necesita candado

Pilar Valenzuela Del Piano
Por : Pilar Valenzuela Del Piano Ingeniera Ambiental. Consejo de Defensa de la Patagonia.
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El observatorio de bosques Intact Forest ha señalado que el año 2013, a nivel mundial, quedaba solo el 23,2% de los bosques antiguos. Más de tres cuartos ya se habrían perdido. Chile no es la excepción. Se calcula que teníamos 30 millones de hectáreas de bosque a la llegada de los españoles. De esos bosques antiguos, según la FAO, el año 2010 solo quedaban 4,4 millones, menos del 15% de la superficie original y mucho menos que el promedio mundial.

Según investigadores, el año 2015 ya se perdió el 81% del bosque nativo de la Zona Central, e incluso se afirma que solo queda un 1%. Es decir, somos el país más deforestado de América Latina. De ahí que poner énfasis en lo que nos queda de bosque antiguo cobra doble relevancia ante la pérdida masiva de biodiversidad y la evidencia sobre su importancia frente al cambio climático.

Es necesario hacer una diferencia en el tratamiento del tema. Tendemos a hablar del bosque nativo en general, mezclando áreas de árboles en crecimiento o renovales con el bosque antiguo, adulto o prístino, aquel que nunca ha sido intervenido o donde no hay indicios claramente visibles de las actividades humanas, según la definición de la FAO.

Nuevos estudios indican que la pérdida del bosque antiguo tiene un triple efecto: se pierde la capacidad de captura de carbono, en particular al afectarse el suelo; se disminuye la capacidad de enfriamiento de la superficie terrestre; y se liberan a la atmósfera grandes cantidades de carbono actualmente retenido. Las emisiones de origen humano derivadas de los cambios al uso de la tierra y de cobertura son la segunda fuente más grande de carbono en la atmósfera después de los combustibles fósiles. Y son también el componente más incierto del ciclo global del carbono.

Estimaciones actuales sugieren que, a nivel mundial, los bosques antiguos retienen 300 mil millones de toneladas de carbono en sus partes vivas, o aproximadamente 30 veces la cantidad anual de emisiones producto de la quema de combustibles fósiles. Estudios recientes señalan que el bosque primario actúa como sumidero de carbono, contradiciendo el clásico paradigma de Odum, que señala que los ecosistemas antiguos alcanzan un equilibrio entre producción y respiración. Políticamente, la visión de la neutralidad del carbono ha sido utilizada para “rejuvenecer” los bosques, es decir, usar comercialmente su madera.

[cita tipo= «destaque»]Mientras revisamos con lupa qué está pasando y cuánto nos va quedando de bosque nativo adulto, necesitamos poner urgencia a su protección y candado a su uso “sustentable”, no más uso maderero de ningún tipo en bosques antiguos, a su protección ya llegamos tarde. Una vez degradado el bosque, no volveremos a ver a esos gigantes en muchas generaciones.[/cita]

Los árboles viejos continúan capturando carbono a lo largo de toda su vida y son los bosques antiguos los que más carbono retienen, pues la capacidad de retención de carbono aumenta con la biomasa y la biomasa aumenta con la edad. Además, algunos autores muestran que es el suelo, y no los árboles, el gran protagonista en la captura de carbono. La biomasa que contienen los suelos puede ser varias veces superior a la que ocurre sobre la superficie (esto también es válido para suelos de turberas y otras formaciones vegetales). Así, los bosques antiguos han acumulado carbono durante siglos y su intervención implica la liberación de ese carbono. Al contrario, protegerlos permitiría ahorrar en medidas de mitigación y adaptación al cambio climático. Hacer contabilidad integral del carbono del bosque primario debe ser parte de la contabilidad de emisiones de carbono.

Complementariamente, la remoción de los bosques nativos disminuye la disponibilidad de agua en las cuencas y produciría un clima más seco y cálido, con implicaciones para la dinámica de la vegetación, la descarga de agua y aumento de los extremos climáticos. Ello porque la copa de los bosques retiene el agua de la lluvia, el agua al evaporar enfría,  además, la sombra retiene el agua en el suelo, las raíces facilitan la penetración del agua y su captación en las napas, y evita el escurrimiento superficial. Cuento corto, los bosques enfrían el planeta, son importantes reguladores de la temperatura terrestre y el cambio climático no solo es culpa de andar en auto. Si los patos caen asados es porque talamos el bosque.

A pesar de que el bosque adulto es particularmente relevante en la adaptación y mitigación del cambio climático, está ausente de las políticas y compromisos del país, y el bosque nativo en general está mínimamente considerado. La Estrategia Nacional de Cambio Climático y Recursos Vegetacionales no hace ninguna diferencia entre bosque de renovales y bosque adulto, y menos contempla medidas específicas respecto al bosque adulto.

Y los compromisos de Chile ante la Convención de Cambio Climático (INDC) señalan el manejo forestal sustentable de 100.000 hectáreas de bosque nativo (¿acaso los actuales planes de manejo no lo son?) y la forestación, “principalmente”, con especies nativas de otras 100.000 hectáreas (condicionadas a cambios legales), metas que se deberían concretar al año 2030. Si se considera que en Chile se consumen anualmente cerca de 10 millones de m3 de leña proveniente de bosques nativos, lo que equivale a unas 77.000 ha intervenidas, en su gran mayoría informalmente y sin plan de manejo, las metas comprometidas no tienen ninguna significación.

Las autoridades y documentos generalmente hablan en términos generales del bosque nativo, sin hacer diferencia entre los bosques centenarios o milenarios que tiene Chile y los que están en crecimiento. Esto da una falsa sensación de que la conservación del bosque y la captura de carbono están mejor de lo que realmente están. El portal del Ministerio del Medio Ambiente muestra orgulloso cómo ha disminuido la tala de bosque nativo a una tasa anual de 6.720 hectáreas y señala que desde el año 2000 el bosque nativo habría aumentado en 127.000 hectáreas. Por otro lado, Conaf también señala que el bosque estaría aumentado y la deforestación de bosque nativo estaría controlada, pero ¿cuánto de esa tala corresponde a bosques primarios? Los que no son recuperables en plazos humanos. Las ONG señalan que la deforestación se mantendría en 30.000 ha anuales.

Las estadísticas forestales de Conaf, el principal instrumento de orientación y seguimiento de las políticas públicas respecto al bosque nativo, son incompletas y confusas. En su página web, Conaf señala que Chile tiene 17,3 millones de ha de bosque, de las cuales 14,18 millones serían de bosque nativo. Desglosando un poco más, 6.062.522 ha serían de bosque nativo adulto, que corresponde a bosque antiguo o prístino (según la definición de Ciren del 2013), dato que no coincide con los 4,4 millones de hectáreas que señala FAO el 2010. A su vez, el catastro del año 2011 señalaba 5.912.235 ha de bosque adulto y no es posible que haya aumentado en 150.287 hectáreas en 5 años.

Nuestros bosques nativos son de formación y crecimiento muy lentos. Son varios cientos de años, si es que no miles, para que la naturaleza logre generar esos ecosistemas repletos de vegetación y con los grandes mañíos, boldos, palmas, alerces, etc. Por supuesto tenemos árboles nativos de crecimiento rápido, por suerte, pero un bosque es una variedad de relaciones y especies que se toman su tiempo en constituirse, como una gran familia llena de interacciones y dependencias.

El Instituto Mundial de Recursos (WRI) señala respecto a nuestro bosque antiguo: quedan 4,5 millones de hectáreas; el 95% de ellos se encuentran de la X Región al sur, tres cuartas partes están desprotegidos, y nuestras regulaciones y manejo forestal no protegen adecuadamente los bosques nativos.

Como botón de muestra, el catastro de las regiones V, Metropolitana y VI entregado por Ciren 2013, señala que en dicho año se cambió la metodología de conteo de bosque a partir de la Ley de Bosque Nativo. Se consideró en la Región de Valparaíso y la Metropolitana el 10 % de cobertura de copa arbórea (haciendo excepciones en algunas comunas), cuando antes en ambas regiones se había considerado previamente un 25% de cobertura, y en la Región del Libertador Gral. Bernardo O’Higgins se aplicó el 25 % de cobertura, cuando antes se había considerado un 10%. Esto afectó la superficie de bosque nativo clasificada y aparecieron 918.000 nuevas hectáreas como por arte de magia. Este cambio hace que no sean comparables los datos previos, es decir, tenemos un catastro de bosque nativo para la Zona Central de Chile hasta el año 2012 y otro a partir del 2013.

El que se considere un 10% de cobertura puede implicar una distribución natural de baja cobertura, o que lo que se cuenta como una hectárea de bosque en la realidad sea la décima parte. Este criterio podría explicar tan solo en parte los erráticos datos de palma chilena: el catastro de 2011 indicaba que había 716 ha y el censo actual señala 15.085 ha. Ésta última cifra requiere una explicación, pues ni se ve en terreno ni se entiende, y no está desglosada entre bosque adulto y renoval. Además, cabe separar árboles adultos de bosque adulto. Una palma chilena sobreviviendo sola entre un pastizal quemado, no es un bosque de palma, es un individuo. Por cierto tiene valor su conservación, pero no constituye un bosque. Si lo errático de los criterios utilizados con la palma se repiten en el resto del Catastro, entonces es difícil saber qué se está contando.

Al respecto es interesante revisar la metodología que está aplicando Mitsubishi Research Institute (MRI) en Indonesia para contabilidad del bosque primario, utilizando imágenes satelitales de altísima resolución para calibrar y diferenciar adecuadamente entre bosque prístino y renoval. Los resultados indican un margen de error de un 34% respecto a métodos con imágenes de menor calidad en la detección del bosque primario.

Santiago del Pozo señala que “es importante que las actualizaciones del Catastro de Vegetación Nativa se refieran y den cuenta de la evolución que han seguido las unidades censales que originalmente se catastraron, para saber qué pasó con ellas”. Además, pone en tela de juicio los resultados del catastro, puesto que son contradictorios con los del WRI, y propone someter dicho catastro a una auditoría internacional. Esto permitiría realmente entender con qué información contamos, si es adecuada, cuál es homologable, obtener recomendaciones para su optimización y dar énfasis a los datos sobre bosque adulto. Mal que mal, es la propia institución que entrega los permisos de manejo y fiscaliza el bosque la que realiza el catastro; hacer una revisión externa también permitiría contar con una evaluación libre de posibles conflictos de interés.

Por otra parte, la protección que da al bosque nativo el Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Estado (SNASPE) es completamente insuficiente. El 50% del bosque nativo se localiza en las regiones de Aysén y Magallanes, sin embargo, la mayor biodiversidad de Chile se haya entre los 35 y los 41 grados de latitud sur y en esta zona el 90% de las áreas del SNASPE se encuentran sobre los 600 m de altitud, donde prácticamente no hay vegetación, es decir, las áreas con mayor valor de conservación no se encuentran en el SNASPE.

En este contexto, la contribución de Douglas Tompkins a la conservación de los bosques de Chile y a la mitigación del cambio climático seguirá cobrando cada vez más relevancia. El Senado de hoy mezquinamente puede desconocer el aporte, pero no cabe duda que a futuro su contribución, la mayor realizada en el mundo, llevará a que más de una calle de Chile lleve su nombre. El aporte de los propietarios privados es sumamente relevante y requiere ser reconocido y apoyado por políticas gubernamentales específicas. La nueva Ley de Derecho real es un gran avance, pero requiere de incentivos concretos para que tenga impacto. A su vez, las empresas privadas debiesen contribuir más allá de sostener las áreas de bosque nativo que les pertenecen. En este sentido, la donación de 20 millones de dólares realizada por la Minera BHP a la conservación de la Reserva costera valdiviana destaca por ser la única realizada al margen de cualquier compromiso legal y tiene el doble mérito de haberse efectuado en una zona lejos del área de influencia de sus operaciones.

Mientras revisamos con lupa qué está pasando y cuánto nos va quedando de bosque nativo adulto, necesitamos poner urgencia a su protección y candado a su uso “sustentable”, no más uso maderero de ningún tipo en bosques antiguos, a su protección ya llegamos tarde. Una vez degradado el bosque, no volveremos a ver a esos gigantes en muchas generaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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