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Tetazo, Miss Reef y su lectura superficial

Nathalia Cedillo Carrillo
Por : Nathalia Cedillo Carrillo Magíster en Comunicación
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El patriarcado se reinventa constantemente, naturalizándose en nuestras sociedades, conciencias y cuerpos, a tal punto de que la visión androcéntrica se impone como neutra y sin la necesidad de enunciarse en discursos capaces de legitimarla, como sucedió recientemente en el artículo publicado en este medio, denominado “Tetazo, Miss Reef y feminismo radical: qué hay detrás de ellos” y aunque nunca se muestra que hay detrás de ellos, se afirma sin sustento, que el patriarcado en la sociedad moderna occidental no existe y que muestra de ello es la “libertad” con la que se pueden realizar en nuestros países un Miss Reef como un «Tetazo» sin que esto implique el asesinato o encarcelamiento de las mujeres por parte de un “supuesto” sistema patriarcal opresor. Tal es así la “libertad” capitalista en que vivimos, que según el autor “la mujer, puede ofrecerse en prostitución, desear llegar virgen al matrimonio, usar minifalda, dirigir su hogar o usar burka, siempre y cuando lo haga libre y voluntariamente, sin que esto deba sernos relevante en términos políticos”.

Efectivamente, temas como la prostitución, derechos sexuales y reproductivos, el trabajo doméstico y de cuidado, la libertad en sus más amplias manifestaciones, jamás fueron temas “relevantes” en nuestras sociedades patriarcales. Precisamente, fue el movimiento de mujeres a lo largo de la historia y alrededor del mundo, el que permitió poner sobre la mesa de discusión en la sociedad y el Estado éstas y otras temáticas de discriminación, hasta conseguir que adquirieran su actual importancia política y sin las cuales no hubiese sido posible avanzar en términos de igualdad de derechos.

Hoy en día nos parecería ridículo pensar, por ejemplo, que por ser mujeres no podemos estudiar en la escuela o la universidad, que nos prohíban votar, poseer bienes, decidir con quién casarnos o divorciarnos, vivir solas o que el sacerdote o nuestro padre aprueben la ropa que vestimos; es increíble pensar que esto haya sido un privilegio para las mujeres en épocas pasadas.

Los derechos conquistados por las mujeres ya no se perciben como tales porque las nuevas generaciones los han interiorizado, sin embargo en su momento también fueron calificados como “radicales”, cuestionados y condenados. El camino nunca ha sido fácil, pero aún existen muchas otras reivindicaciones que conquistar si queremos avanzar hacia una sociedad justa e igualitaria  (que no es lo mismo que “uniformidad” como confunde el autor), como por ejemplo, que hombres y mujeres reciban igual remuneración por la realización del mismo trabajo o la posibilidad de caminar libres sin temor a ser violadas o asesinadas.

La búsqueda de igualdad en un contexto de desigualdad

Negar la existencia del patriarcado en nuestra sociedad es pretender negar que vivimos en la región con mayor violencia de género del mundo, según Naciones Unidas de los 25 países en los que se comete un mayor número de homicidios y agresiones a la mujer, 14 son latinoamericanos; es dar la espalda a miles de mujeres que son asesinadas de forma violenta por razones de género o que son víctimas de violencia intrafamiliar o explotación sexual, es ignorar que en Chile, de acuerdo al Informe de Desarrollo Social 2015, “el 20,2% de las mujeres jóvenes no participa del mercado laboral ni estudia, lo que equivale a 12,5 puntos porcentuales más que los hombres que se encuentran en una situación similar (7,7%). La inactividad y la ausencia de estudios que afectan principalmente a las mujeres jóvenes, pone en evidencia la profundización del rol tradicional de la mujer en la sociedad debido a que las tareas de cuidado (25,6%) y la realización de quehaceres del hogar (24,5%) son las motivaciones fundamentales para explicar la decisión de no insertarse laboralmente ni estudiar en la juventud. Esto provoca una pérdida de autonomía económica, perpetuando la vulnerabilidad, pobreza y desigualdad contra las mujeres”.

A su vez, los hombres reciben un ingreso de la ocupación principal que es 36% mayor que el que reciben las mujeres, en definitiva, tienen una escolaridad promedio más alta, mejores sueldos, mejor inserción laboral con respecto al género femenino, el cual por el contrario registra los mayores índices de pobreza, desocupación, menor cotización previsional, así como acceso a un seguro de salud. Afirmar ligeramente que el patriarcado no existe, peor aún, es legitimar esta desigualdad estructural.

Discurso, verdad y poder

Que una mujer pueda mostrar sus nalgas en un concurso como el Miss Reef o ser parte de un “tetazo” y -para ir más lejos- de una “tetada masiva” como rechazo a la prohibición de amamantar a sus hijos en los espacios públicos, lejos de ser expresiones de “libertad” de la bondadosa sociedad capitalista como plantea el autor, son dimensiones de las relaciones de poder que se expresan en un mismo régimen político patriarcal.

La relación cuerpo-poder de Foucault es clave para entender aquellas formas de disciplinamiento de la sociedad y la manera en que el cuerpo constituye el territorio donde se manifiestan dichas relaciones de poder y dominación. En su obra Vigilar y Castigar, Foucault plantea que “el cuerpo está directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos». Tanto es así, que en la sociedad capitalista-patriarcal, está normada la exposición del cuerpo femenino, la misma que por un lado se legitima desde la explotación y como objeto de consumo, es decir el cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y sometido; y por otro, se castiga a los cuerpos femeninos que buscan legitimarse a través de una plataforma cultural transgresora. Basta con preguntarnos por qué los espectáculos de camisetas mojadas o el propio Miss Reef, no provocan la violenta reacción policial contra las manifestaciones en defensa al derecho de las niñas y niños a la lactancia sin restricciones, ni la llegada de veinte policías para disuadir a tres mujeres en topless.

[cita tipo=»destaque»]El feminismo, contrario a lo que plantea el autor desde su discurso pseudoliberal, no pretende “controlar y ordenar qué debiéramos desear, pensar y soñar, y qué no”, eso es una facultad propia de la sociedad de consumo que él defiende, tampoco se presenta como “superioridad moral” de la sociedad, pero sí levanta planteamientos radicales (que sin duda generan resistencias) en lo que respecta a la reorganización de todos los parámetros de la vida desde el respeto de la diferencia sexual y sus múltiples manifestaciones; no concibe a la mujer como víctima, ni como sujeto pasivo de la historia, por el contrario la reconoce desde su papel como agente transformador de la sociedad.[/cita]

Cada sociedad tiene su régimen de verdad y sus prácticas culturales orientadas a construir subjetividades y procesos de normalización que están inmersos en relaciones de poder. En el caso del cuerpo femenino se edifican una serie de imaginarios sociales que lo disciplinan, fabricando lo que Foucault denomina “cuerpos dóciles”, esta noción explica como un cuerpo puede ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado, por una parte, para cumplir con la función reproductora, que es relacionada principalmente con la pureza; las madres son consideradas como una expresión de discreción y recato, una imagen de pudor que se contradice con el acto de amamantar y mostrar una parte del cuerpo que además es potencialmente erótica. Sin embargo, la des-sexualización del cuerpo femenino en el imaginario de la maternidad y su ocultamiento, se contrapone por otra parte a la función sexista-exhibicionista del cuerpo de la mujer en el marketing, “realities”, programas deportivos, informativos y un largo etcétera en dónde por el contrario se encuentra normalizada socialmente y exigua de cuestionamientos.

Desde la teoría política, el planteamiento Foucaultiano sobre el poder es importante porque nos permite replantear el concepto de dominación y entenderlo no como una propiedad, ejercido exclusivamente desde una persona o grupo de la sociedad, sino como una compleja interrelación de fuerzas que se sostienen unas a otras y van configurando a los sujetos.

En este punto, vale la pena destacar que la dominación puede legitimarse desde los más diversos motivos de sumisión (o voluntad de obediencia) que pueden estar en función del habitus, la incorporación inconsciente a prácticas sociales naturalizadas, así como el interés racional de someterse por alguna conveniencia. Es así que una relación de dominación no excluye el que pueda surgir por un contrato formalmente libre, como lo es la relación patrono-obrero o para referirnos al caso en cuestión del Miss Reef, las mujeres que perciben y cumplen con las reglas del juego (históricamente definidas) de la sociedad de consumo. Hay diversos factores que empujan a las mujeres a decidir lo que el patriarcado quiere y en ese mecanismo la cultura es una pieza fundamental.

El tema es que la legitimidad de una dominación puede llegar al punto de negar su existencia, como la dominación del señor sobre el vasallo que ha contraído libremente el pacto feudal.

Sobre los prejuicios anti-feministas

La teoría feminista, lejos de “ordenar al resto, los ‘oprimidos’, qué es emancipador y qué no” como supone el autor del artículo, ha contribuido a la transformación de la sociedad, para hacerla más justa y equitativa no sólo para las mujeres, sino también para los hombres y las diversidades sexuales. Concientizar y visibilizar que la violencia contra las mujeres es una violación de los derechos humanos y deconstruir los imaginarios culturales donde persiste el machismo es producto de los movimientos feministas, sus luchas nos permiten replantear la identificación del poder involucrando al sujeto, no como víctima de la represión, sino como responsable de esa aceptación o rechazo, de lo que el régimen patriarcal de una sociedad prohíbe u obliga.

El feminismo, contrario a lo que plantea el autor desde su discurso pseudoliberal, no pretende “controlar y ordenar qué debiéramos desear, pensar y soñar, y qué no”, eso es una facultad propia de la sociedad de consumo que él defiende, tampoco se presenta como “superioridad moral” de la sociedad, pero sí levanta planteamientos radicales (que sin duda generan resistencias) en lo que respecta a la reorganización de todos los parámetros de la vida desde el respeto de la diferencia sexual y sus múltiples manifestaciones; no concibe a la mujer como víctima, ni como sujeto pasivo de la historia, por el contrario la reconoce desde su papel como agente transformador de la sociedad.

Finalmente, recordar que el orden social funciona como una inmensa maquinaria simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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