Publicidad
España tiene un serio problema (Cataluña) Opinión

España tiene un serio problema (Cataluña)

Publicidad

El conflicto catalán ha monotematizado la actualidad, dejando a un lado otros temas importantes, como la educación, el desempleo y la corrupción, una lacra que ha embestido a España en estos últimos años. La nación se ha paralizado con una sociedad que se desgarra, sangrando y reavivando las viejas heridas del franquismo. Una llaga que se tapó, pero que nunca se ha curado del todo.


Hace falta voluntad política para salir del embrollo político catalán. Pero nadie sabe cómo desenredar la madeja. Y es que el tema no es nuevo. Es un asunto que se viene arrastrando desde 2010, cuando el Tribunal Constitucional español zanjó cualquier ánimo de independencia. Un debate independentista que ha pesado como una losa en la cabeza de la opinión publica nacional. Pero nadie, ni en la peor de sus pesadillas, presagió las imágenes que dieron la vuelta al mundo el pasado domingo 1 de octubre durante la celebración de un referéndum ilegal, con la policía nacional amedrentando a los votantes. Y hoy, nadie, tampoco, sabe cómo encausar el problema.

Lo primero que hace falta para mediar es que las dos partes se reconozcan mutuamente. Algo que no sucede. El martes habló el Rey Felipe VI, jefe del Estado español, apoyando la política del gobierno y criticando fuertemente al gobierno catalán. Hoy le tocó el turno al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, artífice del problemón que se ha levantado en Cataluña. En su discurso, el político catalán pidió una mediación. ¿Cómo?, cuando el primer ministro Mariano Rajoy no ve como intermediador valido a quien amenaza con declarar la independencia unilateral, lo más probable,  el próximo lunes, y quien ha llevado a Cataluña hasta el caos. ¿Ahora? Después que los políticos de toda España y Europa se han llevado las manos a la cabeza. ¿Será sincera esa petición de mediación? Lo más probable es que el máximo jefe de la Generalitat de Cataluña busque una mediación para que apoye su hoja de ruta independentista.

Y en este intento de negociación, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha pedido que la Unión Europea sea un ente mediador. Aunque desde Bruselas, de momento, se dice que este es un asunto español que se debe resolver dentro del país. Otros, apuntan que la Iglesia podría ser una institución mediadora. Pero para negociar habrá que renunciar a algo. Y ninguna de las partes ha mostrado tener voluntad de ceder.

Así, nadie da su brazo a torcer. Ni nadie confía en nadie. Tras el discurso institucional del presidente catalán, la vicepresidenta de España, Soraya Sainz de Santamaría, dijo: “Nunca ha vivido Cataluña ni España una fractura como la que vivimos ahora. España es una democracia, no una dictadura de pensamiento único. Fuera de la ley no hay democracia. Y el señor Puigdemont hace mucho tiempo que vive fuera de la ley y de la realidad”. El Ejecutivo asegura que no negociará fuera de la ley.

[cita tipo=»destaque»]En un balcón de la Gran Vía, una de las principales arterías de Madrid, se colgó durante días un cartel que decía: ¿Parlem? (hablemos, en catalán). Un mensaje de esperanza que tras el referéndum desapareció, dando paso a miles de banderas españolas que cuelgan en los balcones de todo país, como reafirmación de la españolidad, a la vez que en toda Cataluña las esteladas (bandera de la región) cubren las manifestaciones de estos días. En esta rivalidad de banderas no se logra vislumbrar la luz al final del túnel.[/cita]

Con la pelota en un lado y otro, negro se vislumbra el panorama. Y el nacionalismo catalán, por su parte, está muy bien organizado. Llevan tiempo prometiendo a los catalanes el paraíso terrenal. Con constancia y disciplina han ido sumando adeptos a su causa, con el fin de crear un estado independiente. Desde Madrid, incrédulo a este movimiento, el presidente Rajoy se ha amparado en la ley enviando policías a Cataluña para defender la Constitución. Días previos al referéndum, se encarceló a políticos catalanes responsables de llevar adelante la consulta. Algo que generó mucho malestar, tanto, que empujó a cientos de ciudadanos que dudaban del independentismo, a abrazar la causa.

Mientras tanto el país sufre las consecuencias de la nefasta actuación política. Ya que el conflicto catalán ha monotematizado la actualidad, dejando a un lado otros temas importantes, como la educación, el desempleo y la corrupción, una lacra que ha embestido a España en estos últimos años. La nación se ha paralizado con una sociedad que se desgarra, sangrando y reavivando las viejas heridas del franquismo. Una llaga que se tapó, pero que nunca se ha curado del todo.

En un balcón de la Gran Vía, una de las principales arterías de Madrid, se colgó durante días un cartel que decía: ¿Parlem? (hablemos, en catalán). Un mensaje de esperanza que tras el referéndum desapareció, dando paso a miles de banderas españolas que cuelgan en los balcones de todo país, como reafirmación de la españolidad, a la vez que en toda Cataluña las esteladas (bandera de la región) cubren las manifestaciones de estos días. En esta rivalidad de banderas no se logra vislumbrar la luz al final del túnel.

Una herida que va cavando cada vez con mayor profundidad entre los españoles. Y, por supuesto, en la sociedad catalana, que se ve fragmentada, con familias y amigos enfrentados entre el Sí y el No. Algo muy parecido a lo que  ocurrió en Chile el año 1988, cuando ganó el No, dejando a Pinochet fuera del poder. Otra analogía que ha vivido Cataluña con Chile estos días son las caceroladas nocturnas.

El control está en la calle. Y si la solución no viene desde la sociedad civil, que ya comienza a organizarse, difícil será ver la luz a corto plazo.

Señores, España tiene un serio problema, de proporciones históricas, y, de momento,  nadie sabe cómo salir de este.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias