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Plantaciones de paltos: la carencia de una legislación para el uso del suelo Opinión

Plantaciones de paltos: la carencia de una legislación para el uso del suelo

Fernanda Miranda
Por : Fernanda Miranda Geógrafa de Fundación Terram
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Según los catastros de Odepa-Ciren, la superficie total plantada con frutales paso de 89.488 hectáreas en 1975 a 315.375 ha en 2016, lo que significa un crecimiento de 252% en el período.
Esta situación refleja claramente el cambio que se ha ido gestando desde 1980 en el modelo productivo del sector agrícola. Las consecuencias socio ambientales de la reestructuración del sector son profundas, y se relacionan con problemas de pobreza rural y degradación ambiental, que, si bien han estado presentes en las diferentes etapas del desarrollo agrícola nacional, hoy adquieren características particulares. Esto porque la “modernización” productiva de la agricultura está estrechamente asociada a la práctica de monocultivos y a una incorporación de paquetes tecnológicos que han permitido una expansión vertical de la frontera agrícola, lo que ha conllevado serios efectos en los suelos, las aguas, la conservación de la biodiversidad, la salud y calidad de vida de los seres humanos.
Uno de los frutales protagonista en el escenario actual de la agricultura del país, es el palto. Este, según cifras de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA) ocupa el tercer lugar en superficie plantada a nivel nacional, con el 9,5%.

El modelo agroexportador de paltos en Chile ha estado orientado exclusivamente a maximizar la productividad de este fruto en el corto plazo, sin considerar los graves problemas sociales y ambientales que genera. Ejemplo de esto es la destrucción de suelos como consecuencia de las plantaciones de palto en laderas. Resultan preocupantes las cifras respecto al cultivo de paltos en suelos sin aptitud para ello. En la Región de Valparaíso, que concentra la mayor superficie plantada, con 19 mil ha al año 2017 –equivalentes a un 64% de la superficie nacional de paltos-, actualmente un 39% de las plantaciones de esta fruta, equivalentes a más de 7 mil hectáreas, se encuentra en suelos con capacidad de uso VII, es decir, con pendientes entre un 30 y un 60%, de baja profundidad efectiva -de ahí que el sistema de cultivo en camellones sea el más utilizado-, y con un muy alto riesgo de erosión. Casi un 9% se encuentra en suelos con capacidad de uso VIII, los cuales no tienen aptitud agrícola, ganadera ni forestal, con altísimo riesgo de erosión, por lo que debieran estar destinadas a la conservación de la vida silvestre y la protección de hoyas hidrográficas, y no a actividades productivas. La situación es la misma en las regiones de Coquimbo y Metropolitana que ocupan el segundo y tercer lugar respectivamente en la plantación de paltos a nivel nacional.

La alteración que se realiza en el suelo al momento de ejecutar una plantación en ladera, es siempre una acción de alto impacto, pero especialmente cuando las plantaciones se establecen en camellones en el sentido de la pendiente, como es la tendencia en nuestro país. La destrucción de suelo como consecuencia del cultivo de paltos en laderas está descrito en pocos estudios, sin embargo los monitoreos realizados a la fecha, indican que se está frente a un grave y silencioso impacto ambiental, ya que las tasas de erosión son 650 veces mayores en los sectores con camellones en comparación con el suelo sin intervención.

[cita tipo=»destaque»]Antes de que las laderas fueran ocupadas con plantaciones frutales, en estos sectores existía abundante vegetación nativa -y fauna asociada-, la que fue sustituida y alterada a través de una fuerte intervención destinada a la producción frutícola generando un grave impacto en ecosistemas con alto valor ecológico, en una zona donde justamente la conservación de la vegetación nativa juega un rol muy relevante para morigerar los efectos de los cambios en el clima y la disponibilidad de aguas. A la sustitución de vegetación nativa por plantaciones de paltos, se deben sumar las de plantaciones de otros frutales protagonistas en el modelo agroexportador chileno como la vid de mesa, nogales, manzanos, entre otros. Además, la destrucción/eliminación de estas formaciones vegetacionales es poco responsable considerando que, dichos ecosistemas no están representados en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas [/cita]

Antes de que las laderas fueran ocupadas con plantaciones frutales, en estos sectores existía abundante vegetación nativa -y fauna asociada-, la que fue sustituida y alterada a través de una fuerte intervención destinada a la producción frutícola generando un grave impacto en ecosistemas con alto valor ecológico, en una zona donde justamente la conservación de la vegetación nativa juega un rol muy relevante para morigerar los efectos de los cambios en el clima y la disponibilidad de aguas. A la sustitución de vegetación nativa por plantaciones de paltos, se deben sumar las de plantaciones de otros frutales protagonistas en el modelo agroexportador chileno como la vid de mesa, nogales, manzanos, entre otros. Además, la destrucción/eliminación de estas formaciones vegetacionales es poco responsable considerando que, dichos ecosistemas no están representados en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNASPE).

De este modo, la deforestación y la sustitución de vegetación nativa para sostener la expansión frutícola destinada principalmente al mercado internacional ha sido uno de los principales causantes de la transformación del paisaje en el centro norte del país, con un uso intensivo e indiscriminado del suelo y las aguas. Asimismo, la alteración del perfil del suelo y la pérdida de vegetación nativa, tiene un impacto directo en el aumento del escurrimiento superficial del agua y por consiguiente en la disminución en la infiltración, situación que ha afectado la recarga de acuíferos en regiones en donde este recurso –cada día más escaso- es esencial tanto para la pequeña agricultura como para la producción y abastecimiento de agua potable.

Desde los años 70’ en nuestro país ha estado ocurriendo una reconfiguración del mundo rural consolidando en el sector silvoagropecuario de Chile un modelo agroexportador. Este modelo de desarrollo implantado en dictadura se funda en la plena apertura de la economía al exterior y en el ordenamiento de la actividad productiva sobre la base de sus ventajas comparativas y el desarrollo de ventajas competitivas y se consagra producto de la suscripción de acuerdos comerciales con otros países durante los gobiernos de la ex Concertación. En este contexto, las condiciones agroclimáticas de gran parte del país estimularon de forma importante la expansión de la fruticultura produciendo grandes cambios en el uso del suelo, los cuales durante los últimos años han comenzado a mostrar sus consecuencias con las graves situaciones que de déficit hídrico que afectan a comunas como Petorca. Las nulas prácticas de ordenamiento territorial en zonas rurales en nuestro país, podrían estar contribuyendo a la erosión los suelos, y por consiguiente a la disminución de la recarga de acuíferos, condiciones que pueden agravarse a causa de la variabilidad climática.

Desde Fundación Terram consideramos que es hora de mirar más allá del modelo agroexportador y el beneficio de unos pocos. Se debe abordar de forma urgente la problemática asociada a los suelos y el agua que afecta a las comunidades y los ecosistemas. Creemos que es necesario avanzar hacia un modelo de desarrollo agrícola que sea socialmente justo y que esté en armonía con los procesos hídricos y edáficos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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