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El derrumbe de la educación pública Opinión

El derrumbe de la educación pública

Sebastián Boegel
Por : Sebastián Boegel Director de Desarrollo IdeaPaís
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Como bien sabemos en Chile, cuando un edificio es embestido por la fuerza de un terremoto, su resistencia y estabilidad futura se juega en la fortaleza de sus cimientos. Así, cuando estos no están asentados en bases sólidas, o no han recibido el mantenimiento debido, existe un riesgo inminente de derrumbe. Hoy vemos a la educación pública, y en especial a sus instituciones más emblemáticas, tambalearse frente a nuestros ojos debido a los distintos temblores que representan la violencia, los disturbios y la disminución sistemática en su calidad de enseñanza.

Si bien el remezón que hoy viven estos establecimientos es un fenómeno multicausal, existe una razón en particular que excede a las instituciones educacionales, y que está degradando los cimientos, ya no solo de los colegios, sino de toda organización basada en la convivencia: el individualismo radical disfrazado de revolución social.

Cuando la retórica de la discusión política se basa únicamente en la lógica de “mi derecho a” ciertos bienes, las bases de la vida común se socavan poco a poco. Esto se debe principalmente a dos cosas: primero, a que la exigencia constante a la autoridad desconoce que a los miembros de las comunidades también les cabe una responsabilidad en su construcción y vitalidad; y segundo, al riesgo de que estas “luchas” instrumentalicen las comunidades en la búsqueda de agendas políticas particulares, distorsionando su naturaleza y desconociendo la historia y tradiciones que las fundan.

El mejor ejemplo de esto es el Instituto Nacional. Este establecimiento ha cumplido una función importantísima en la historia de nuestro país, recogiendo las aspiraciones de miles de jóvenes por un mejor futuro a través de la excelencia, formando literatos, científicos e incluso presidentes de la República a lo largo de su existencia. Sin embargo, hoy parece haber abandonado este rol y olvidado su historia; sus alumnos han cambiado los cuadernos por molotovs, los lápices por capuchas, y las clases por asambleas.

Todo lo anterior no es gratis: este problema ha generado una grave distorsión del rol que cumplen las comunidades educativas. Hoy pareciera ser que los colegios emblemáticos de Santiago, más que formar ciudadanos íntegros y educar en torno a la vida común, debiesen convertir a los alumnos en justicieros y promotores de agendas ideológicas, sin mediar responsabilidad o consecuencia alguna sobre sus actos.

Ante este panorama, el derrumbe de la educación pública parece inminente. Es urgente remover los cimientos erosionados por el romanticismo revolucionario, y reemplazarlos por la fortaleza de una enseñanza basada en la virtud, la responsabilidad y el respeto por la República. Si las autoridades y colegios no se muestran a la altura de este desafío, no nos sorprendamos después si, tarde o temprano, esta termina colapsando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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