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Desde un acuerdo político ilegítimo a una nueva transición que emerge Opinión

Desde un acuerdo político ilegítimo a una nueva transición que emerge

Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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La suscripción del llamado “Pacto social por la paz y la nueva Constitución”, siendo una señal inequívoca de un sistema político totalmente sobrepasado, no es la solución mágica a los problemas que enfrentamos. A esto hay que agregar no solo el intento de imponer quórums altos, para evitar perder el control de la situación, sino que además el hecho de que el texto hace un respaldo explícito al Presidente de Chile, que es responsable político directo de asesinatos y violaciones a los derechos humanos, y cuya adhesión se encuentra en un nivel históricamente bajo.


En medio de estos días tan convulsionados, lo primero que cabe señalar es que la soberanía popular ha vuelto al lugar que le corresponde, gracias a esa gran mayoría de ciudadanos que, de un modo pacífico y consistente, ha salido a la calle a recuperar su dignidad. Y lo ha hecho con toda la fuerza que las iniquidades, sufridas durante tanto tiempo, suelen despertar.

Esta vez, el pueblo decidió cambiar el país, pero no en un tiempo indeterminado, sino que ahora. Tomar esta decisión tiene costos asociados, pues expone a la cesantía, al funcionamiento caótico de las ciudades y muchas más cosas… Sin embargo, una gran mayoría que ha sostenido esta movilización, ha vivido en una pobreza dura o relativa.

Y quien ha vivido la pobreza sabe que tiene muy poco que perder. Por el contrario, se ha ganado la esperanza de cambio, que parecía olvidada.

Por ende, es un acto de justicia aclarar que lo avanzado en estas semanas de conflicto ha sido una conquista, incluso contra los partidos políticos y sus clásicos líderes. Sin excepción, estos dirigentes de todas las tendencias y colores posibles son los que han sostenido dos Chile, uno con salud, educación, seguridad y privilegios para quienes pueden pagar, y otro, que se reserva para los pobres.

Seamos claros, cualquier triunfo que a partir de ahora se logre no les pertenece ni a los partidos, ni al Gobierno y mucho menos a un Parlamento que la gente ya ha catalogado de ilegítimo (cosa de la que sus miembros aún no se enteran).

Tiendo a desconfiar de quienes, durante muchos años, actuaron con una coherencia rigurosa para sostener este modelo de desarrollo inequitativo y hoy parecen arrepentirse de todos sus pecados, prometiéndonos un cambio radical de su modo de ser, pensar y actuar. Y son ellos mismos los que hoy, paradójicamente, pretenden erigirse como salvadores de la patria amenazada por el caos. Permítanme decir que esto me suena más a un acto desesperado por salvarse a sí mismos y todo aquello que “con tanto sacrificio” han logrado acumular en estos años.

Pero que no se me malentienda. Lejos de pensar que la política resulta innecesaria, sostengo que hoy es cuando más se requiere de una buena política. Quienes se dediquen a la política, deben ser los y las mejores de entre nosotros, que recuperen esas tradiciones casi olvidadas de vocación de servicio público y conducta ética. Necesitamos más política de la buena, hecha por gente esencialmente decente.

La casta política está asediada por sus propias debilidades, tratando de sacar dividendo político, para seguir mantenido sus privilegios a costa de todos nosotros, los excluidos. Lo primero que ellos deben saber es que la ambición desmedida, el egoísmo llevado a su máxima expresión, su olvido inescrupuloso del dolor ajeno, su falta de compasión por quienes se han muerto esperando una intervención médica que nunca llegó, su indiferencia ante las miserables pensiones que reciben quienes han trabajado toda su vida y su olvido de cada uno de los excluidos de este país, han terminado con un hastío moral definitivo, por los abusos intolerables de un sistema individualista y mercantilizado.

Que no se hagan ilusiones los partidos políticos: ya no les queda sino cumplir su rol de agentes del Estado, no de representantes del pueblo que les entregó el poder. Porque cuando pudieron optar, lo hicieron por el “statu quo”.

Entre el Gobierno y el pueblo, eligieron el Gobierno. Entre pagar y no pagar la “deuda social”, decidieron ser deudores.

Y finalmente, siempre despreciaron la posibilidad de darles viabilidad a los esfuerzos populares por estructurar un nuevo modelo económico y social. Esta es su contradicción vital, ya que si hay un mañana, este debe ser construido sobre la base de la justicia social, de lo contrario no puede haber paz.

La paz, entonces, no es el resultado de la alineación favorable de los astros, sino una construcción humana, cuidadosa de la dignidad y el respeto de los otros, que es la esencia del pueblo mapuche, que lo ha llevado a defender sus derechos, hasta el día de hoy.

No somos violentos, por el contrario, somos un pueblo amante de la libertad, la convivencia comunitaria y la naturaleza, que es lo que tanto ha hecho falta en Chile, para combatir esa desigualdad que es eminentemente violenta y que el abuso transformado en una práctica habitual termina, inevitablemente, en irritar las conciencias.

En ese sentido, la suscripción del llamado “Pacto social por la paz y la nueva Constitución”, siendo una señal inequívoca de un sistema político totalmente sobrepasado, no es la solución mágica a los problemas que enfrentamos. A esto hay que agregar no solo el intento de imponer quorum altos, para evitar perder el control de la situación, sino además el hecho de que el texto hace un respaldo explícito al Presidente de Chile, que es responsable político directo de asesinatos y violaciones de los Derechos Humanos, y cuya adhesión se encuentra en un nivel históricamente bajo.

En definitiva, lo que estamos a punto de vivir como país es una nueva transición política. La experiencia más cercana se refiere al periodo iniciado con la recuperación democrática, luego de la oprobiosa dictadura. Ese proceso, que se hizo “en la medida de lo posible”, instituyó una democracia pactada, que no incorporó construir un país más equitativo y solidario. Más bien se optó por una partidocracia cómoda, que nunca cuestionó consistentemente la “obra maestra” de los “Chicago boys”, con sus “santos patronos”: Milton Friedman y Arnold Harberger.

Hoy, en cambio, deberemos transitar desde el neoliberalismo a una sociedad más justa. Pero de la puerta de salida del antiguo mundo quebradizo, debe nacer un nuevo sistema de justicia e igualdad, que debemos ayudar a construir.

La tarea del momento es crear una nueva política sistémica para reducir la desigualdad estructural que sufren millones de chilenos e incidir sobre las condiciones objetivas de los hogares, de tal manera que sea posible alcanzar las aspiraciones de movilidad y calidad de vida que el pueblo reclama. Las exigencias para este propósito serían dos: una mayor calidad de la democracia y una mayor capacidad distributiva del Estado. Este nuevo orden de cosas debe conformarse sobre la base de un nuevo pacto social y una nueva Constitución.

El camino que nos parece más adecuado es el de la Asamblea Constituyente de verdad, que no considere al actual Parlamento. En simultáneo, ese proceso debe reconocer a las primeras naciones indígenas, para que Chile se defina como un Estado plurinacional, un principio que debe pasar de los hechos a la definición de derecho.

Sin embargo, hay un espacio a abordar con seriedad, en esta nueva transición, que se define, en dos dimensiones: una de temas urgentes y otra de asuntos más importantes y profundos.

Los temas urgentes obedecen a acciones inmediatas que resuelvan los problemas del pueblo, que no pueden esperar hasta que se concrete el cambio constitucional. Me refiero a los temas que las mismas organizaciones sociales, sindicales, pobladores, indígenas y portuarios han pedido al Gobierno, por ejemplo: mejores pensiones ahora, que permitan dar dignidad a los adultos mayores. Lo mismo con las Isapres. Aumento del sueldo mínimo a un sueldo ético. La baja inmediata de la dieta parlamentaria en 50%. Llamado a elecciones anticipadas, sin reelección, plebiscito dentro de 30 días para cambiar la Constitución y llamar a Asamblea Constituyente. Entre otras medidas urgentes.

Entre las medidas de mediano y largo plazo, es fundamental crear un nuevo sistema electoral, que permita a los sectores excluidos acceder al poder político en todos los ámbitos del Estado. Lo que queda claro es que esta democracia electoral minimalista y capturada por una elite que se reproduce a sí misma, requiere ser perfeccionada urgentemente, porque ha perdido toda legitimidad ante los ojos ciudadanos, cansados de mirar que el poder se concentra en los mismos partidos y en las mismas personas.

Nuestros antepasados, en un momento triste de la historia, decidieron no rendirse a un dominio impuesto por la fuerza. Se les esclavizo, se les llevó a morir en los lavaderos de oro y se los sometió a todo tipo de vejámenes. Pelantaro, de Purén indómito, mi tierra, decidió nunca claudicar, porque sabía que la libertad no sería un regalo, sino el fruto de una consistente lucha por su conquista definitiva.

Esa visión, sustentada en la esperanza en un futuro mejor, le permitió a mi pueblo vencer al entonces Gobernador de Chile, y nos permite hoy determinar que nuestra hora de cambiar Chile ha llegado. Y para quienes nos critican desde la comodidad de los privilegios y la opulencia, les digo que no hay argumentos válidos para que los excluidos sigan esperando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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