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Sobre la relación entre política y economía en el debate constituyente: un aporte desde las ideas económicas de Aristóteles Opinión

Sobre la relación entre política y economía en el debate constituyente: un aporte desde las ideas económicas de Aristóteles

Álvaro Muñoz Ferrer
Por : Álvaro Muñoz Ferrer Profesor de Ética, Universidad Adolfo Ibáñez.
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Uno de los elementos distintivos del estallido social de octubre de 2019 es su articulación en torno a un rechazo transversal al abuso. Jubilaciones de pobreza, salud precaria o impagable, abandono de la educación pública y salarios que hacen del endeudamiento una obligación han sido algunas de las reclamaciones que más se repiten en las intensas movilizaciones del último tiempo. Esto ha sido refrendado incluso por la última encuesta CEP: las cuatro principales respuestas a la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el gobierno?” son pensiones, salud, educación y sueldos. Una característica fundamental del abuso es que se produce, en todos los ámbitos mencionados, por la incapacidad de la política de hacer frente al poder económico, es decir, por la incapacidad del Estado de regular adecuadamente a las AFP, a las Isapres, a los centros de educación y, en general, al mundo empresarial.

En los albores de un año constituyente, lo anterior exige una discusión acerca del tipo de relación que tendrá la política y la economía en el Chile post-Constitución de 1980. El objetivo de esta columna es contribuir a esta discusión a partir de las ideas económicas centrales de quien, a juicio de varios historiadores de la economía, aparece como el descubridor de la disciplina: Aristóteles. ¿Por qué Aristóteles hoy? Por lo siguiente: el pensamiento económico del estagirita se encuentra inscrito al interior de lo que hoy conocemos como economía normativa, esto es, el tipo de economía que no sólo busca describir los hechos, sino que intenta recomendar acciones para que, a partir de lo descrito, un país sea próspero. Este tipo de juicios es habitualmente rechazado por la economía ortodoxa por considerarlo subjetivo o carente de rigor científico, sin embargo, al tratarse la economía de una ciencia social, es natural que incorpore componentes de carácter valórico o morales. La economía, a diferencia de la física o la química, no estudia fuerzas naturales perfectamente medibles, sino que analiza la interacción humana e inevitablemente incorporará juicios normativos. Para Aristóteles, lo anterior era evidente: el estudio de la economía debía contemplar ciertas virtudes, pues al igual que toda disciplina humana, ella apuntaba hacia la conquista de la vida buena [eudaimonia]. Como es sabido, tras el surgimiento y consolidación de la economía de mercado, la virtud quedó fuera de la discusión y la “ciencia económica” se desincrustó del entramado social, adquiriendo reglas propias y, por consiguiente, fines propios. Ante esto, tal vez pueda ser útil para el debate público retomar el pensamiento de un pensador que comprendió la importancia de la economía en la búsqueda de la felicidad colectiva, pero que, al mismo tiempo, entendió que se trataba de una actividad que, en tanto que colectiva, debe estar regulada por estándares deliberados por la comunidad.

En Aristóteles encontramos tres elementos económicos centrales: una teoría del valor, una teoría del dinero y una teoría sobre el interés. Todos estos elementos son analizados a partir de lo que hoy llamaríamos un “marco sociológico”, pues para Aristóteles la economía sólo es comprensible como parte de la vida en sociedad. Este marco tiene tres pilares fundamentales: la comunidad, la autosuficiencia y la justicia. El vínculo entre estos tres pilares queda explicitado en la idea aristotélica del intercambio comercial: un intercambio es “natural” o “bueno” sí y sólo sí conserva los lazos internos de la comunidad [philia], restaura la autosuficiencia de la polis [autarkeia] y se realiza en base a “precios justos”. Para el discípulo de Platón, la comunidad se mantiene unida en base a lazos de buena voluntad; un intercambio “injusto” o, en palabras de hoy, un abuso podría romper la confianza y, con ello, se destruiría la vida en sociedad. Como se ve, la actividad económica tiene un rol puramente económico – relacionado con la conservación de la autosuficiencia nacional – y un rol social – relacionado con las relaciones intersubjetivas – que están íntima e ineludiblemente conectados.

La noción de intercambio antes descrita se construye sobre algunos supuestos interesantes: en primer lugar, no existe algo así como una “escasez natural” que la economía clásica supone como punto de inicio. Si el objetivo de la polis es tener lo necesario y los seres humanos se guían por una racionalidad que identifica riqueza con satisfacción de necesidades, y no con acumulación o lujos, entonces el mundo ofrece naturalmente los medios para un equilibrio perfecto entre, como diríamos hoy, oferta y demanda. En segundo lugar, Aristóteles entiende a la economía como un instrumento de justicia: se trata de una herramienta que permite satisfacer las necesidades de las personas y, en tanto que herramienta, está al servicio de la política. Ambos supuestos fueron desechados por la economía política del siglo XVIII: el sujeto post-industrial está guiado por su propio interés y es maximizador de utilidad, por lo que tiene necesidades infinitas y, por consiguiente, la escasez aparecerá como el punto de partida incuestionable de la economía. Además, la actividad comercial parece tener ciertas reglas internas que, al ser perturbadas por el exterior (esto es, la acción del Estado), colapsa y se genera un desequilibrio que destruye la armonía económica “natural” (según los clásicos) o “artificial y óptima” (según los neoliberales).

Del pensamiento aristotélico no podemos obtener recetas para solucionar los problemas de la economía de mercado contemporánea, pero sí podemos extraer excelentes ideas para diagnosticar sus problemas y delinear algunas soluciones. En primer lugar, el tratamiento del abuso. Para Aristóteles, la injusticia en el intercambio tiene el potencial de acabar con la sociedad y, como se indicó al principio del texto, es precisamente la sensación de abuso permanente lo que detonó el estallido social. La regulación del poder económico, entonces, se convierte en una necesidad urgente si queremos construir una sociedad justa y estable. En segundo lugar, la importancia de la comunidad. Aristóteles entiende la economía como un elemento que es parte del tejido social y, como tal, no puede, en base a sus propias reglas, desligarse de la comunidad. Más aún, su rol debe ser entregar herramientas para alcanzar el bien común. En tal sentido, el desafío de la economía contemporánea debe ser compatibilizar su conocimiento técnico con ciertos estándares definidos por la comunidad. Un ejemplo de este desafío es el problema previsional: el modelo de AFP es económicamente eficiente en términos de sostener al sistema financiero chileno, pero es socialmente incompetente en términos de otorgar pensiones dignas. ¿Qué puede aportar la economía al respecto? ¿Cómo podemos conciliar eficiencia y dignidad? En tercer lugar, la autosuficiencia. Un interesante aporte de Aristóteles fue haber advertido la importancia de la estabilidad macroeconómica para que los países desarrollen la capacidad de satisfacer las necesidades de sus habitantes. El intercambio, en este sentido, está justificado – es “natural”, como dice Aristóteles – cuando un país no puede llevar a cabo esta tarea. En la discusión constitucional que se avecina, un asunto de vital importancia será el siguiente: ¿seguiremos con un modelo económico basado en el rentismo extractivista o migraremos hacia un modelo sustentable de mayor estabilidad e independencia macroeconómica? No hablamos, evidentemente, de la autarquía de las ciudades-estado de la magna Grecia, sino de un grado de independencia ante los vaivenes de los mercados internacionales. No se trata, como ha señalado recientemente el profesor Ffrench-Davis, de proteccionismo, sino de escoger entre financierismo o productivismo, entre los grandes auges con grandes caídas o una estabilidad con desarrollo productivo sostenible.

Finalmente, los tres aportes aristotélicos anteriores pueden sintetizarse en una idea: la necesidad de retomar la economía como instrumento para el desarrollo. Todos los ejemplos de abuso que hemos señalado al inicio tienen en común el hecho de que han puesto a las personas al servicio del gran poder económico y, tal como prueban 3 meses de movilizaciones, esta relación puede durar algunos años, pero es una bomba de tiempo que terminará, tal como advirtió Aristóteles, destruyendo las relaciones sociales. En el debate constituyente será fundamental, entonces, decidir qué tipo de economía queremos y qué relación tendrá con la política: ¿será una economía instrumental al servicio de la sociedad o seguirá siendo una economía desincrustada del entramado social con objetivos propios?

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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