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En defensa de Cristian Warnken Lihn ante la ceguera del estudioso de la polis Opinión

En defensa de Cristian Warnken Lihn ante la ceguera del estudioso de la polis


Desde una vereda del pensamiento político y cultural cercana a la de Cristian Warnken Lihn y de igual generación, asumo como agente oficioso una defensa de nuestro intelectual, humanista y entrevistador, en relación con las críticas de que ha sido objeto a causa de la entrevista en Icare que realizó al exministro de Salud Jaime Mañalich, en este difícil escenario de pandemia global en que estamos inmersos, con poco éxito para detener sus efectos en materia de salud pública y económica.

Entre las críticas que ha recibido nuestro profesor de literatura y comunicador cultural Cristian Warnken por realizar la entrevista en cuestión, la primera en aparecer en prensa fue la del cantautor de la célebre “Catalina de la ropa artesanal”, Rudy Wiedmaier, que le pregunta con dolor al intelectual y excompañero de ruta de los 80, si era necesario realizar esa entrevista, en este complejo y doloroso escenario de pandemia COVID-19, en que se han desnudado nuestras tremendas carencias y desigualdades socioeconómicas como país.

Hasta aquí la crítica de Wiedmaier parece plausible y es en todo caso una demostración de respeto respecto de quien no se comparte su posición en una determinada acción pública. A los pocos días se sumó una declaración del cientista político Alfredo Joignant, absolutamente destemplada e iracunda a través de un Twitter suyo, en que descalificado al entrevistador y a propósito de la columna de Rudy Wiedmaier en que critica a Warnken por la entrevista al exministro de Salud, la califica como “… la lamentable degradación de Cristián Warnken, a quien no logro descifrar ni comprender”. Convengamos que el cientista político no solo no logró entender y distinguir la acción profesional de Warnken de la persona de su entrevistado en ese caso, sino que, además de no entender, no lo respetó y lo insultó.

La verdad sea dicha y aunque no nos agrade, es que si no somos capaces de distinguir entre una entrevista a una personalidad del mundo de la cultura –como «La Belleza de Pensar»– de una entrevista de contingencia, en que el entrevistado no tiene membresía o pertenencia conocida en el mundo de la cultura y porque no nos agrada su posición política –la del entrevistado– no podemos calificar al entrevistador de ser autor de una degradación, esto es, de haber realizado un acto que le priva de las dignidades y honores que tiene la persona del entrevistador.

Esta actitud es muy delicada y especialmente en una sociedad democrática, ya que plantea un pensamiento que se expresa en que, si la persona que es entrevistada es de mi agrado, político, económico, social o cultural, goza de los mayores reconocimientos del lector y lo mismo hago extensivo al entrevistador, o sea, empatizo con ambos por comulgar todos con las mismas ideas. Pero, al contrario, devela en este caso que, si el entrevistado no es de mi agrado político o cultural, las emprendo también en contra del entrevistador, descalificándolo con un tremendo adjetivo denostativo y lo califico de “degradante”.

Esta actitud acomodaticia y complaciente en el mundo de las ideas y de la comunicación afín a una ideología, manifiesta también una tremenda intolerancia y rechazo a quien piensa de una manera distinta, que no acepto, lo que llevado como paradigma a la vida social, política y cultural, termina por instrumentalizar el pensamiento al servicio de mi propio fin e ideología partisana, y de paso, en este caso, constituye una violenta transgresión a la libertad de trabajo y de opinión de una persona. O sea, si no me gusta el entrevistado, las emprendo también contra el entrevistador. Convengamos en este punto que el estudioso de la polis se perdió y extravió en la ciudad de las ideas.

Todo trabajo intelectual tiene una doble dimensión, una de orden estético, en que el hablante intenta conectarse con la belleza como fin, y tiene también una dimensión ética, en que el hacedor intelectual expresa sus convicciones valóricas en lo que hace e intenta comunicar. En el caso de Cristian Warnken, creo que ha cumplido, en tanto intelectual, con ambas dimensiones en su quehacer a cabalidad, al ser un actor y referente relevante de la estética del pensamiento contemporáneo, y además ética, ya que habla desde sus más profundas y genuinas convicciones en su labor de comunicación de ideas en el mundo de la cultura.

Lo dicho de alguna manera se conecta también con nuestra realidad política y social. Frente a la devastadora adversidad que ha traído la pandemia COVID 19, reduciendo nuestra vida a la más mínima expresión y en que como pueblo manifestamos altos niveles de intolerancia al pensamiento diverso, nos cuesta encontrar un relato común y una aceptación del otro, a diferencia de nuestros hermanos uruguayos, que ante la misma adversidad han aplicado colectivamente respeto y disciplina ante la norma, demostrando su gran cultura cívica fruto de una fuerte educación pública centenaria y una solidaridad social arraigada en el concepto de aldea que expresó días atrás José Mujica en una entrevista reciente en TVN.

Creo que una buena contribución para combatir en tiempos de pandemia consiste en que debiéramos partir todos como sociedad, y en especial nuestra clase política, por volver a reivindicar y practicar la tolerancia y el respeto ante las ideas que nos resultan antagónicas. Para ello no hay mejor pedagogía que la práctica del diálogo ciudadano y así no nos extraviáramos en la ciudad de las ideas. Que no nos ocurra como sociedad lo que al estudioso de la polis, que en el caso de su Twitter, se perdió en el ágora de las ideas y cegado terminó, al no entender, por insultar al entrevistador porque el entrevistado no era de su agrado político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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