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Plurinacionalidad en la nueva Constitución Opinión

Plurinacionalidad en la nueva Constitución

Nicolás Mena Letelier
Por : Nicolás Mena Letelier Ex Subsecretario de Justicia
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El que el Estado de Chile se reconozca como plurinacional, no es más que una puesta al día respecto de una deuda acumulada por décadas, en que finalmente se reconfigura un pacto social sobre la base del reconocimiento de que somos una sociedad diversa, constituida por múltiples naciones y que, no obstante no tener una preeminencia indígena como en otros Estados latinoamericanos, es evidente que sí existen pueblos originarios, anteriores a la creación de la República de Chile, los cuales se sienten parte de una nación, que representan al menos un 10% del total de la población, y que, en gran medida, una parte importante de los problemas que tenemos en la actualidad con la situación de violencia en las regiones del sur de nuestro país obedece, precisamente, a la incapacidad de abordar con prontitud esta realidad.


Por Estado nación podemos entender a un territorio delimitado geográficamente, que en su interior alberga a un grupo humano con características comunes tanto de etnia, lengua, cultura e identidad, compartiendo una historia común y con el ánimo de trascender generacionalmente.

Por otro lado, la plurinacionalidad es tan solo el reconocimiento de una realidad fáctica. El Estado de Chile está constituido por múltiples naciones y, muy importante, preexistentes a su configuración. Pues, no en todos los Estados plurinacionales las diversas naciones habitaban con anterioridad los territorios.

De esta forma, la plurinacionalidad constituye un reconocimiento que, por lo demás, existe bajo otras denominaciones (multiculturalidad, plurietnicidad, etc.) en muchos países desarrollados, tales como Estados Unidos, Canadá, España, Dinamarca, etc. No es tan solo un reconocimiento ecuatoriano o boliviano.

Incluso, es más, a lo largo de la historia de la civilización occidental, entendiendo por ello desde el nacimiento del cristianismo hasta nuestros días, la norma ha sido la existencia de configuraciones sociopolíticas plurinacionales.

Así lo era en la época del Imperio romano, lo fue durante la Edad Media y durante el surgimiento de los imperios coloniales tras el descubrimiento de América. La excepción la constituye el Estado nación decimonónico, que en Latinoamérica es una construcción conceptual creada tras la independencia del Imperio Español, como forma de constituir repúblicas independientes con cohesión social y cultural, con el propósito de darles unidad a los nuevos Estados y en reacción a las amenazas de otras potencias extranjeras.

En Europa la cuestión es aún más tardía, compleja y difusa, pues los Estados configurados como los conocemos al día de hoy son creaciones políticas que se desarrollan por varios siglos, tras un largo proceso que deriva de las monarquías feudales, el Estado liberal burgués post Revolución Francesa y la reconfiguración post era imperial, con el acaecimiento de la Primera Guerra Mundial y el desmoronamiento de los imperios alemán, austrohúngaro, turco y ruso. Aun después de esta, no obstante el auge de las ideologías nacionalistas y el posterior proceso independentista de las colonias europeas en África y Asia tras la Segunda Guerra Mundial, Europa sigue estando configurada por Estados que albergan en sus territorios a múltiples nacionalidades, tales como España, Suiza, Países Bajos, Gran Bretaña, Alemania, etcétera.

[cita tipo=»destaque»]El texto que se nos propone se hace cargo de esta realidad y, si bien no es la solución definitiva, constituye un paso importante en aras de poder avanzar hacia una convivencia armónica, civilizada y, por sobre todo, en paz.[/cita]

De esta forma, desde una perspectiva histórica, el Estado como organización política constituido por una sola nación es absolutamente reciente y, por lo demás, excepcional. Es más, en Latinoamérica hay una clara vinculación entre cierta corriente historiográfica conservadora que intenta construir una falsa identidad en torno a un pueblo mestizo homogéneo, incluso europeo, desconociendo y ocultando a los pueblos indígenas originarios, con el ánimo de afianzar el mito de la nacionalidad criolla.

Así, entonces, nada tiene de extraño que la Constitución que se nos está proponiendo por la Convención Constitucional señale, en su primer artículo, que Chile, junto con ser un Estado social y democrático de derecho, intercultural, regional y ecológico, es a su vez plurinacional. Por otro lado, y contrario a lo que señalan algunos, el texto constitucional establece con claridad la preeminencia del Estado chileno por sobre las naciones que lo constituyen, dándole unidad territorial y jurídica. En efecto, en el artículo segundo, se establece que la soberanía reside en el pueblo de Chile, reconociendo así que la totalidad de las naciones constituyen un solo pueblo, reafirmando nuestra unidad territorial en su artículo tercero, al señalar que Chile, en su diversidad geográfica, natural, histórica y cultural, forma un territorio único e indivisible.

Igual cosa en materia de justicia, que ha sido también objeto de intenso debate, en que es finalmente la Corte Suprema la que conocerá y resolverá las impugnaciones deducidas en contra de la justicia indígena, constituyéndose de esta forma en su superior jerárquico, dándole coherencia y uniformidad al sistema en su totalidad.

De esta forma, podemos concluir que, a la luz del tratamiento que hace la propuesta de Constitución respecto del concepto de la plurinacionalidad, este no constituye ningún riesgo para la uniformidad e integridad del Estado, así como tampoco quiere decir que los pueblos originarios tengan privilegios o un trato preferencial por sobre el resto. Tan solo se les permite a estos seguir coexistiendo en un plano de igualdad respecto del ejercicio de sus tradiciones culturales, sociales y económicas.

El que el Estado de Chile se reconozca como plurinacional, no es más que una puesta al día respecto de una deuda acumulada por décadas, en que finalmente se reconfigura un pacto social sobre la base del reconocimiento de que somos una sociedad diversa, constituida por múltiples naciones y que, no obstante no tener una preeminencia indígena como en otros Estados latinoamericanos, es evidente que sí existen pueblos originarios, anteriores a la creación de la República de Chile, los cuales se sienten parte de una nación, que representan al menos un 10% del total de la población, y que, en gran medida, una parte importante de los problemas que tenemos en la actualidad con la situación de violencia en las regiones del sur de nuestro país obedece, precisamente, a la incapacidad de abordar con prontitud esta realidad.

Así, entonces, el texto que se nos propone se hace cargo de esta realidad y, si bien no es la solución definitiva, constituye un paso importante en aras de poder avanzar hacia una convivencia armónica, civilizada y, por sobre todo, en paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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