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«Los Miserables” del siglo XXI y el nacionalpopulismo Opinión Foto: GETTY

«Los Miserables” del siglo XXI y el nacionalpopulismo

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Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
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El gran escritor Víctor Hugo, quien también fue hombre político, con dos mandatos de diputado de derecha y uno de senador para la izquierda, escribió la obra universal “Los Miserables” a finales del siglo XIX, que detrás de lo dramático de su trama es, en realidad, una oda a la idea de República. Para su autor, no existen determinismos biológicos ni sociales, y el héroe del libro, Jean Valjean, exrecluso, encarcelado casi 20 años por haber robado para comer, encarna la idea misma de la redención en una sociedad ya moderna. El escritor-político escribirá, un día, que “cuando el pueblo sea inteligente, solo en ese momento, el pueblo será soberano”. Quizás sin ese requisito, para muchos utópico, todos esos discursos populistas son una mera ilusión. Una arma de seducción apuntando hacia la masa. Y también el síntoma del desgaste de un sistema político. La necesidad de proponer otra alternativa de cambio. Víctor Hugo, en otra de sus obras, “El Hombre que ríe”, le hará decir a Gwynplaine, el héroe melancólico y mortificado, lo siguiente: “El pueblo es un silencio, y yo seré el inmenso defensor de ese silencio. Seré la voz de esos mudos”. En una democracia, siempre se encuentra un portavoz. Y no es porque lo indicado disguste que se debe matar el mensaje junto con el mensajero.


El sociólogo Daniel Chernilo, académico de la Escuela de Gobierno de la UAI, en este mismo medio, abordó, el último jueves, el panorama electoral en Chile y el fenómeno de la desafección política, así como respecto de las instituciones democráticas. El profesor universitario indicó que “si uno ve la experiencia internacional, perfectamente esto (en Chile) puede prender con alternativas populistas posiblemente más de derecha que de izquierda”. Hay numerosos elementos que pueden destacarse de su interesante entrevista, entre aquellos, el hecho de que la opción Rechazo, en el plebiscito del 4S, ganó de manera transversal, es decir, en todos los “compartimentos” en los cuales se podía pensar que ganaría la opción contraria (voto femenino, en regiones, sectores más desfavorecidos…). Fue una votación “popular”.

Ahora, efectivamente, es interesante observar con atención el panorama internacional y darse cuenta de que existe un auge certero de un populismo que todos tienden a calificar de derecha, incluso de extrema derecha. Y, sin lugar a dudas, algo nos puede anunciar aquello para el futuro, no tan lejano, de Chile, sobre todo después del resultado del plebiscito. Pero sería conveniente calificar con precisión el fenómeno que se está observando a través del mundo y definirlo como “nacionalpopulismo”.

Este concepto fue introducido en las ciencias políticas, en 1978, por el sociólogo ítalo-argentino Gino Germani, en su obra Authoritarianism, Fascism, and National Populism. Con ese concepto, el sociólogo designaba a los regímenes de tipo nacionalista y populista de América Latina, durante las décadas de 1930 a 1950, tanto en Brasil como en Argentina; siendo el peronismo el mejor ejemplo de aquello. Mucho después, en 2012, el politólogo francés e historiador de las ideas, Pierre-André Taguieff, va a utilizar esa misma noción, en su trabajo El nuevo nacionalpopulismo, para describir la forma del populismo xenófobo utilizado por el partido político “El Frente Nacional” en Francia, y para luego tratar de explicar la emergencia de ese fenómeno en otros países.

En efecto, esa “corriente” se extendió sin parar a partir de la década de 2010. Podemos citar la elección de Donald Trump a la Casa Blanca, la de Narendra Modi en India, posteriormente la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, entre otros ejemplos, y últimamente Giorgia Meloni en Italia. Al igual que la nueva jefa de gobierno italiana, quien difundió para ganar las elecciones un discurso focalizado en un combate severo en contra de la inmigración, en contra del «lobby de izquierda» LGBT, promocionando la identidad judeocristiana de Europa (su lema es «Dios, patria, familia»), el actual primer ministro de India (más de 1.400 millones de habitantes), Narendra Modi, realizó un discurso que promovía la defensa de los hindúes frente a las minorías internas, a las potencias extranjeras, rechazando a las élites y la concentración del poder del cual estas eran protagonistas.

El francés Taguieff define la palabra “populismo” como la forma que adopta la demagogia en las sociedades contemporáneas, cuya cultura política se basa en valores y normas democráticas tratadas como absolutas. Es una especie de forma específica de demagogia, que presupone el principio de la soberanía del pueblo y que tiene como norma suprema la reunión de este mismo pueblo en una nación unida.

Hoy, en plena era de los medios de comunicación y redes sociales (RRSS) que estamos viviendo, la de las encuestas de opinión y la información en tiempo real gracias a Internet, la que está haciendo mutar las democracias representativas en democracia de opiniones, la demagogia ya no se distingue de la publicidad y propaganda y, cuando es eficaz, desemboca, según el investigador, en un adoctrinamiento masivo.

Con el trillado y, muchas veces, impreciso o ambiguo concepto de “populismo”, Taguieff, en cuanto a él, quiere designar con ese concepto a la demagogia, precisamente, en esta era democrática. Y el investigador procede a una clarificación que es muy pertinente. En efecto, cuando se indica que es preocupante el “ascenso de los populismos” en las sociedades europeas, empujado por una ola que proviene desde la derecha más conservadora, en ese caso, se hace en realidad referencia a dos fenómenos distintos, cuya intersección o fusión se percibe como una amenaza: por un lado, estamos viendo el crecimiento constante de la demagogia en el juego “serio” de la competencia política, facilitada por lo demás por la era de las RRSS que permite la “viralización” de ideas; y por otro lado, el surgimiento de nuevas formas de nacionalismo vinculadas a los miedos desencadenados por el proceso de la globalización y por la inmigración de masa que están sufriendo muchos países.

[cita tipo=»destaque»]A pesar de lo que precede, algunos indican, sin embargo, que no es correcto asimilar automáticamente el movimiento que encarna este tipo de populismo con las ideas de la derecha dura, radical o extrema derecha.[/cita]

A partir de ese postulado, el populismo puede definirse, de manera amplia, como el acto de ubicarse públicamente del lado del pueblo ante las élites, e incluso se le rinde un cierto “culto” al llamado “pueblo”, en sus diversas derivadas (idea de la soberanía popular, cultura popular, etc.). El populismo implica siempre la valorización del “pueblo”, la oposición de este a las élites y/o a los extranjeros. El llamado al pueblo es en realidad un “llamado en contra” de algo o de alguien, es un “rechazo” y, por ende, es intrínsecamente reaccionario: básicamente incita a reaccionar contra categorías sociales bien precisas e identificadas, consideradas como inquietantes y/o amenazantes. Y si el pueblo es objeto de un culto es porque, se supone, encarna ciertas virtudes (que se le atribuyen) de la «gente sencilla», virtudes de autenticidad, de honestidad, de sentido común, que distinguen a ese sector de las élites supuestamente ilegítimas y corruptas.

Por ende, el llamado al pueblo pretende prescindir, al mismo tiempo, de la mediación institucional, porque si no ese tipo de propuesta se parecería a todas las otras, y también de una dimensión programática, si no se perdería una cierta sensación de inmediatez en la aplicación de una solución. El estilo populista siempre se pretende directo, sin ser sometido a cualquier tipo de filtración por órganos representativos. Esto coincide, entonces, de una cierta manera, con el ideal de la democracia directa. Lo que opondría, por tanto, esta corriente a la democracia representativa… Acá se promociona una relación vertical directa, con lo menos de institución posible. Algo asimilable al mundo de las RRSS.

Así, las personas a las que el líder populista hace un llamado directo siempre deben asimilarse a las clases populares, a los más numerosos, al pueblo en su conjunto , es decir, en el trasfondo, a los que unos quieren definir como “comunidad nacional”. Los “buenos patriotas”. Pero, a pesar de lo que precede, algunos indican, sin embargo, que no es correcto asimilar automáticamente el movimiento que encarna este tipo de “populismo” con las ideas de la “derecha dura”, “radical” o “extrema derecha”. Pero, si nos detenemos un rato, ¿qué sucede si llevamos esas ideas a una frecuencia un poco más aguda? ¿No estaríamos regresando a fórmulas que ya demostraron su terrible y mortífero fracaso antes de la mitad del siglo XX? ¿No estaríamos ubicándonos per se en el terreno de una extrema derecha? ¿En su campo lexical e ideológico?

El gran escritor Víctor Hugo, quien también fue hombre político, con dos mandatos de diputado de derecha y uno de senador para la izquierda, escribió la obra universal Los Miserables, a finales del siglo XIX, que detrás de lo dramático de su trama es, en realidad, una oda a la idea de República. Para su autor, no existen determinismos biológicos ni sociales, y el héroe del libro, Jean Valjean, exrecluso, encarcelado casi 20 años por haber robado para comer, encarna la idea misma de la redención en una sociedad ya moderna. El escritor-político escribirá, un día, que “cuando el pueblo sea inteligente, solo en ese momento, el pueblo será soberano”. Quizás sin ese requisito, para muchos utópico, todos esos discursos populistas son una mera ilusión. Una arma de seducción apuntando hacia la masa. Y también el síntoma del desgaste de un sistema político.  La necesidad de proponer otra alternativa de cambio.

Víctor Hugo, en otra de sus obras, El Hombre que ríe, le hará decir a Gwynplaine, el héroe melancólico y mortificado, lo siguiente: “El pueblo es un silencio, y yo seré el inmenso defensor de ese silencio. Seré la voz de esos mudos”. En una democracia, siempre se encuentra un portavoz. Y no es porque lo indicado disguste que se debe matar el mensaje junto con el mensajero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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