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2022: cuando el “hype político” pasa la cuenta Opinión Créditos: Agencia Uno.

2022: cuando el “hype político” pasa la cuenta

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Rodrigo Espinoza Troncoso
Por : Rodrigo Espinoza Troncoso Doctor en Ciencia Política PUC. Director Escuela de Administración Pública Universidad Diego Portales.
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El oficialismo ha tenido que rearticularse con el fin de darle un mínimo de gobernabilidad al país, gobernabilidad que ha costado retomar desde el estallido social de 2019. Es por eso que la rearticulación del gabinete con una mirada más concertacionista tiende hacia una perspectiva más centrista, recordándonos lo que es casi una estándar de oro desde el retorno a la democracia: en Chile no se puede gobernar mirando a los extremos en lugar del centro.


El hype es un concepto que se utiliza habitualmente en la industria del cine y los videojuegos cuando un producto todavía no se lanza al mercado, pero genera una expectativa demasiado grande con sus adelantos y anuncios. Sin embargo, cuando el jugador o espectador interactúa con el producto final, viene una abrumadora desilusión al no cumplirse las desmedidas expectativas iniciales. En política también podríamos utilizar este concepto, sobre todo para graficar lo que ha sido este 2022 a causa de las expectativas que produjeron los dos principales hitos políticos de 2021: el trabajo de la Convención Constitucional y las elecciones presidenciales.

Los resultados de las elecciones de convencionales de mayo de 2021, sin duda alguna, fueron una sorpresa tanto para expertos como no expertos. La irrupción de los independientes y la pérdida de poder de veto de la derecha generaron expectativas demasiado altas por parte de aquellos sectores que esperaban cambios profundos en materia constitucional, asumiendo que tendrían el amplio respaldo de la ciudadanía, pasara lo que pasara.

Las elecciones presidenciales de 2021, por su parte, también jugaron un rol importante. El triunfo de Gabriel Boric y Sebastián Sichel en las primarias de sus sectores fueron una sorpresa no menor para quienes auguraban que los abanderados serían Daniel Jadue y Joaquín Lavín, quienes llevaban tiempo realizando campaña desde sus respectivos municipios. Pese a esto, la gran sorpresa, llegada la primera vuelta, fue le irrupción de José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, llevándose el primer lugar en la instancia. Gabriel Boric tuvo que batallar en la segunda vuelta para poder ganar la elección, al punto que su comando tuvo que cambiar su estrategia de campaña, irrumpiendo en ese entonces una meteórica Izkia Siches. El triunfo de Boric trajo un costo: dejar las expectativas de la ciudadanía en todo lo alto y apostar su capital político al triunfo del Apruebo para el plebiscito de salida de 2022.

Así las cosas, el año político se inició con una constante pérdida de confianza en el trabajo de la Convención Constitucional a raíz de sus reiteradas polémicas, junto a errores comunicacionales y estratégicos (sobre todo el no incluir a buena parte de la derecha en los acuerdos). En otro frente, la pérdida de confianza en la Convención comenzó a impactar en la popularidad de un Gobierno que ató su capital al resultado del plebiscito de salida, incluso demorando un esperado y bullado cambio de gabinete.

El fin del hype ocurrió el 4 de septiembre: el voto obligatorio con inscripción automática hizo que el país volviera a la realidad. El abrumador triunfo del Rechazo no solo significó un duro golpe en la línea de flotación del Gobierno, sino que además el alto nivel de participación mostró que la ciudadanía esperaba cambios, pero cambios más moderados que los propuestos por la ex Convención Constitucional.

El oficialismo ha tenido que rearticularse con el fin de darle un mínimo de gobernabilidad al país, gobernabilidad que ha costado retomar desde el estallido social de 2019. Es por eso que la rearticulación del gabinete con una mirada más concertacionista tiende hacia una perspectiva más centrista, recordándonos lo que es casi una estándar de oro desde el retorno a la democracia: en Chile no se puede gobernar mirando a los extremos en lugar del centro.

El 2022, sin duda alguna, debe ser tomado como un año de aprendizaje para lo que se avecina en 2023: inflación por encima de la meta del Banco Central, posible recesión global, aumento del empleo informal, asentamiento del crimen organizado y la propagación de nuevas variantes del COVID-19 en China, cuyas repercusiones para nuestro país aún son inciertas. Los retos mencionados requerirán de una mirada estratégica de largo plazo, amplios acuerdos políticos y un Estado eficiente.

Lo que sí queda más que claro es que el hype político es un arma de doble filo: puede ser rentable en el corto plazo, pero en el mediano la ciudadanía puede terminar desilusionándose y forzar un giro en las políticas públicas en direcciones no esperadas por el Gobierno o la clase política. La lealtad y paciencia de la ciudadanía hacia un representante, partido o coalición no es incondicional, mucho menos en tiempos de crisis y menos todavía si se siente desilusionada por las altas expectativas ofertadas en un inicio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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