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¿Qué es ser de izquierdas hoy? Opinión Créditos: Agencia Uno.

¿Qué es ser de izquierdas hoy?

Fabricio Franco
Por : Fabricio Franco Director de Flacso e investigador del Observatorio Nueva Constitución
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Pese a que su evolución no está exenta de corsi e ricorsi, las izquierdas latinoamericanas hoy apelan más al pragmatismo que sus antecesoras y, más que cuestionar las bases del orden capitalista, parecen cuestionar los distintos matices del legado «neoliberal» de estos años, pero sin delinear una propuesta alternativa nítida y factible.


Izquierda: una categoría plural

Estas primeras décadas del siglo XXI invitan a preguntarse: ¿cuáles son los fundamentos y la praxis política que identifican a la izquierda latinoamericana? Bobbio señalaba que sus rasgos distintivos comprendían apoyar la igualdad y la transformación de la sociedad en la perspectiva de hacerla más igualitaria.

Con variadas agendas, distintos gobiernos han reclamado domicilio político en esta parte del espectro ideológico. Cierto es que la izquierda es una categoría plural que ha variado en el tiempo y el espacio. Hoy un amplio arco de partidos no parece compartir mucho, salvo su preocupación por las desigualdades, una invocación difusa al nacionalismo, sus críticas al neoliberalismo y su adscripción a valores democráticos que algunos de sus propios gobiernos vulneran. Esto no constituye la base de principios doctrinarios ni una utopía que inspire un proyecto de sociedad nueva que reordene y supere los problemas de la realidad latinoamericana.

La evolución de la agenda

El escenario descrito está lejos de la izquierda del siglo pasado. Esta organizó sus propuestas en torno a tres grandes temas: el cuestionamiento de las modalidades de dependencia externa, la heterogeneidad y desigualdad de la estructura económico-social; la recuperación del concepto de democracia luego del oscuro periodo autoritario; y una vocación transformadora sustentada en una alianza con diversos sectores populares.

Efectivamente, desde los años 50 a los 80 del pasado siglo, la izquierda alentó procesos de reforma agraria, nacionalizó buena parte de las empresas extractivas e impulsó un proceso industrializador bajo la premisa de construir un modelo económico alterno al primario exportador.

Este último promovería un núcleo endógeno de progreso técnico, creando empleos de calidad y salarios relativamente altos, sostenidos en crecientes niveles de productividad. Sin embargo, esta propuesta no rompió la dependencia de los bienes de capital e insumos importados y terminó en el agotamiento de la discusión acerca de un modelo alternativo.

En esos años, mientras algunos sostenían que era la inserción subordinada como productores de materias primas al mercado mundial lo que debía ser transformado por el impulso industrializador para salir del subdesarrollo, otros homologaban la idea del desarrollo a la de revolución. La interpretación era que las condiciones para el desarrollo necesariamente se asociaban a una vía de desarrollo no capitalista, al no percibir como posible un tipo de inserción distinta en la economía de mercado.

Hoy pocos se preguntan el impacto que podría tener en el valor agregado, el eslabonamiento productivo, la generación de empleos y las exportaciones de una industria de productos del hogar funcionales, con diseños innovadores y a precios asequibles en el sur de Chile –tipo IKEA–, aprovechando sus bosques en lugar de la exportación de chips y madera.

Lo mismo sucede con el diseño de estrategias orientadas a promover la consolidación de ciertas industrias o el desarrollo de servicios informáticos, de gestión financiera, salud y asistencia social en diversas economías de la región con potencial para este tipo de desarrollos.

Por otro lado, el concepto de democracia y los DD.HH. son recuperados por la mayor parte de la izquierda a fines de los 70, luego de la oscura experiencia de las dictaduras. Hasta ese momento, la democracia no era un tema central y la noción misma se asociaba únicamente con «democracia social», es decir, con los derechos económicos y sociales adscritos a la idea de ciudadanía y no con los derechos civiles y políticos.

Esto constituye un punto de quiebre en el que buena parte de la izquierda apuesta a la idea de que el cambio es posible por métodos democráticos y, consecuentemente, incrementales.

Paradójicamente, entre diversos partidos del sector, se instaló y persiste una gramática genérica que entiende a la democracia exclusivamente como procedimientos e instituciones, en la que las elecciones periódicas y la libertad de expresión son una condición suficiente para afirmar el proceso de democratización. Se soslaya el hecho de que las reglas del juego, los intereses en pugna y las capacidades de negociación que orientan a los actores y sus resultados ocurren en el marco de las restricciones y oportunidades configuradas por las estructuras socioeconómicas y, a su vez, influyen sobre estas.

En suma, se olvida que bajos niveles de inclusión y bienestar hacen cuesta arriba la participación política y la representación efectiva de los intereses de demasiados ciudadanos. Ello está lejos del discurso de la izquierda con respecto al rol activo que debe jugar el Estado para proteger y promover el bienestar de sus ciudadanos sobre la base de los principios de igualdad de oportunidades, la distribución equitativa de la riqueza y la responsabilidad hacia los más desfavorecidos.

La praxis democrática de varios gobiernos de izquierda parece no advertir la relevancia de la articulación de los derechos civiles y políticos con los derechos económicos y sociales en el desempeño de la democracia, con la magnitud de la desigualdad en nuestra región. Hay una «disonancia cognitiva» que no deja de sorprender. No es posible esperar una práctica de la democracia similar entre Dinamarca, con un alto nivel de bienestar, bajos niveles de desigualdad y un PIB per cápita de USD 70 mil, y, Perú, con 31% de pobreza, 77% de sus trabajadores en la informalidad y con el quintil de mayores ingresos concentrando el 52% de este.

Con respecto al tercer punto, la izquierda desarrolló un proceso de articulación con diversas organizaciones sociales, sindicatos, comunidades de base de la Iglesia y organizaciones profesionales que expresaban las demandas de distintos sectores subordinados y su vocación de cambio. Esta relación preferencial le permitió armar su agenda política recogiendo ideas y prioridades, reclutar sus cuadros y obtener votos. Esta capacidad de expresar las reivindicaciones de organizaciones sociales le permitió ejercer y legitimar un rol de representación y conducción política.

No obstante, los años 80 y 90 del siglo pasado, con la crisis económica y la implantación de políticas neoliberales, reconfiguraron las estructuras socioeconómicas en la región, que debilitaron el poder social de trabajadores que constituían su base. Paralelamente, emergieron nuevas identidades sociales, culturales y políticas de la mano de movimientos sociales –indígenas, de género, ecologistas, etc.– y del crecimiento del trabajo informal, que representa el 53% de la población ocupada de la región.

Estos nuevos movimientos no se articulan centralmente en torno al clivaje socioeconómico, sino que reivindican valores y la transformación de ciertas prácticas sociales, además de operar bajo formas de organización menos jerárquicas, más autónomas de la política, con objetivos y acciones más acotadas. Sobre estas agendas más atomizadas y con menos márgenes para la negociación, la izquierda tiene respuestas y capacidades de interpelación difusas.

¿Hacia dónde?

Frente a este panorama, las izquierdas hoy son más pragmáticas que sus antecesoras y, más que cuestionar las bases del orden capitalista, parecen cuestionar los distintos matices del legado «neoliberal» de estos años, pero sin delinear una propuesta alternativa nítida y factible.

No se observa un proyecto que se haga cargo de la persistencia de la desigualdad; una matriz productiva heterogénea y con baja productividad; un sistema de protección social muy débil; y una democracia representativa en crisis y el quiebre entre el sector y una parte sustantiva de los movimientos sociales.

Con respecto a estas materias, ¿qué significa ser de izquierdas hoy?, ¿cuál es la matriz que puede integrar los sistemas económico, político y cultural en una propuesta alternativa a la vigente?, ¿quiénes son los sujetos del cambio en el fragmentado mundo de los excluidos?, ¿cuál es la articulación a la que pueden apostar las economías nacionales en el mercado global en la transición de la globalización?, ¿cómo recrear una democracia focalizada casi exclusivamente en el voto?

Un amigo señala al respecto: «La izquierda siento que se mueve entre la afasia y la administración tranquila de lo existente, no tiene un discurso o tiene miedo de tomar la palabra y armar un relato coherente sobre la realidad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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