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Una hipótesis positiva para el nuevo proceso constituyente Opinión

Una hipótesis positiva para el nuevo proceso constituyente

Eduardo Salinas
Por : Eduardo Salinas Abogado. Licenciado en Derecho UC
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Parto reconociendo que voté Apruebo en los plebiscitos de entrada y salida del proceso constituyente 2021-2022 y que no me gustaron los términos en que se plasmó el acuerdo que habilita el nuevo proceso actualmente en marcha.

Lo digo únicamente por estimar útil transparentar los propios puntos de partida, antes de escribir esta columna, de modo que el lector juzgue, informado y con libertad, si le sirven estas reflexiones.

Tras la redacción de las 12 bases del nuevo proceso, la elección de expertos y árbitros, veo predominar cierta desazón entre quienes apoyaron el proceso anterior.

Si bien no hay garantías de nada, creo que debemos abrirnos a la hipótesis de que salga un «buen producto» en este nuevo proceso. ¿Por qué?:

1) A diferencia de muchas personas, tengo una visión menos negativa de las 12 bases que rigen el actual proceso. En efecto, en ellas hay muchos conceptos abiertos, indeterminados, que «no cierran tanto la cancha». Sí, hay márgenes, pero parece razonable no tener que descubrir nuevamente el fuego.

Hay márgenes, pero los márgenes son lo que define que estemos jugando fútbol, y no baloncesto o billar.

Si bien las metáforas (o imágenes) son peligrosas en la deliberación política, pueden servir parcialmente. Así, siguiendo con la metáfora del deporte competitivo, podríamos decir que, así como los márgenes en cierto modo limitan, al mismo tiempo hacen inteligibles ciertas cosas e incentivan la creatividad, para buscar nuevas formas de lograr los objetivos. Así, pues, no le echemos la culpa a la cancha antes de entrar a jugar.

¿Están jugando con 10 atrás?

Pues, bueno, habrá que desdoblar a los laterales, quizás deba subir algún central; los volantes de quite deberán probar a tirar desde lejos; se deberá jugar de primera; habrá que poner dos puntas que abran la cancha, que deberán entrenar más duro para correr más rápido, que deberán probar piruetas que burlen las defensas (gambeta, látigo, rabona, etc.), y el centrodelantero deberá entrenar mucho más el salto, el cabezazo, o deberá asumir la tarea de arrastrar marcas, a fin de que otros jugadores «lleguen desde atrás», todas juntas al mismo tiempo, etc., etc., etc.

Hasta aquí la metáfora. En efecto, no corresponde seguir empleándola, pues para tomar la «decisión de vivir juntos», o ganamos todos o perdemos todos. Nadie puede quedarse atrás.

En el deporte competitivo debe ganar uno; en la Política… la con mayúsculas; no la pequeña y ramplona política partidista.

Decíamos: en el deporte competitivo debe, necesariamente, ganar uno y perder otro; en la Política, no.

2) Ya en otro portal, Villavicencio ha mostrado que es posible un ciclo virtuoso entre los distintos actores que intervendrán en el nuevo proceso.

Dentro de lo posible, quisiera contribuir y complementar tal aporte.

Quizás por un sesgo inevitable, se tiende a tener una hipótesis necesariamente destructiva de los expertos, pero no es verdad que su aporte se vea restringido a decir: «No, no se puede, porque en tal país no funciona», o «no se puede, porque nadie lo ha hecho así».

También es posible que el experto (que sabe más, que conoce más), frente a una propuesta efectuada por nuestros consejeros constitucionales (sesgados por la poca experiencia), abra el abanico de posibilidades. «Sí, no es posible así, pero hay otras 10 alternativas más, para intentar conseguir lo mismo».

Otro tanto, podríamos imaginar de los árbitros. Si bien estos últimos tienen una función más de «semáforo rojo», la misma técnica empleada por las bases, habilita a una deferencia para con los consejeros.

No puedo decirles a expertos y árbitros cómo deben hacer su trabajo. Ellos lo saben y son personas que aman su país. Estas líneas, más que orientadas a ellos, están dirigidas a los que estamos del lado de los profanos, pues la gente tiene derecho a ser informada y a que le digan qué es posible esperar (y qué no).

3) Finalizo recordando un episodio que hace casi 20 años nos contaba el profesor José Luis Cea Egaña. Louis Favoreu señalaba que el «supremo deber» de un ministro de un Tribunal Constitucional (y podríamos hacerlo extensivo a expertos y árbitros) era el «deber de ingratitud» hacia quien lo escogió, pues se debe más a la Constitución que a quien lo designó en el cargo.

Efectivamente, esta idea fue formulada por Robert Badinter, cuando fue elegido, en 1986, por el presidente Mitterrand, como presidente del Consejo Constitucional francés.

Agradeciéndoles a todas las personas que han dado su disponibilidad para integrar el Consejo de Expertos o el Consejo Técnico de Admisibilidad, les deseo un excelente trabajo, pues nuestro país se merece una nueva y buena Constitución.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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