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Borracheras políticas y la necesaria lucidez y sobriedad para construir futuro Opinión Imagen referencial

Borracheras políticas y la necesaria lucidez y sobriedad para construir futuro

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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El desafío de terminar las borracheras, pasar la resaca y adentrarse en las bondades de la lucidez y la sobriedad en la tenencia y ejercicio del poder político, debiese abrir el camino a las élites desorientadas, para abrazar el diálogo y la negociación como una práctica permanente de alto rendimiento. Para eso, el Estado de Chile y sus ciudadanos les pagan cuantiosos sueldos, privilegios y regalías. Salirse de la pelea en el barro es un imperativo ético y estético. Se puede.


Una borrachera por definición es el trastorno temporal del comportamiento o la función mental durante o después del consumo de alcohol. La borrachera en política se refiere a una intoxicación por la tenencia y ejercicio de poder excesivo o desmedido, sea alcanzado por la vía de elecciones democráticas o por la usurpación del poder por medio de la violencia. Las borracheras afectan el juicio de las personas. Lo vimos en la Lista del Pueblo y otros grupos identitarios en la Convención Constitucional. Su primera vez intoxicados por la tenencia y ejercicio del poder político, tuvo como consecuencia un rechazo mayoritario de la ciudadanía a dicho comportamiento y razonamientos durante el proceso de redactar una nueva Constitución Política. 

Hoy, podemos observar una borrachera descomunal en toda la derecha política, expresada en Republicanos y Chile Vamos. Las huestes de Kast evidencian un trastorno de comportamiento en el Consejo Constitucional, a cargo de redactar una nueva Constitución. Chile Vamos, por su parte, sufre de intoxicación por la tenencia y ejercicio de poder embriagador, observable en su actuar y raciocinios políticos, para desempeñar su trabajo legislativo en el Congreso Nacional y en su rol político como oposición frente al Gobierno de turno en cuanto a las reales, urgentes y postergadas necesidades de la población. 

La figura del “curao’ odioso” es la de quien se siente envalentonado y grosero, identificable en su conducta pública por problemas de dicción, falta de coordinación, cambios de ánimo y actuación desmesurada. La intoxicación por borrachera de poder político se trata con reposo (tranquilidad mental y física), convivencia cívica y suspensión de la ingesta de odiosidad y terquedad, aliñada, la mayoría de las veces, con falta de respeto a su labor y función pública. 

En otras épocas, las borracheras políticas las han vivido las izquierdas, cuando se pasaron de revoluciones durante el Gobierno de Allende, en especial, el Partido Socialista, el MIR, sectores del Mapu y de la Izquierda Cristiana, con la excepción del Partido Comunista y su lealtad a la vía democrática promovida por Allende. Otra cosa fue el PC durante el régimen civil militar. Los golpes que recibió de la dictadura, orientaron su qué hacer al diseño e implementación de la Política de Rebelión Popular, sumado esto a las acciones del FPMR como el componente militar de dicha política, configurando esa escena. Esta vez, la embriaguez en el ejercicio de un poder político-militar con sello y camino propio, implicó su exclusión por años de la transición a la democracia y de sus aliados históricos. Ambas borracheras epocales costaron vidas humanas.

La Concertación y la democracia de los acuerdos tuvo su propia borrachera, impregnada de soberbia y arrogancia, cuya embriaguez temprana tuvo que ver con el enamoramiento de sus dirigentes y operadores políticos con las líneas de crédito del neoliberalismo, confesado por su sociólogo de las comunicaciones y puesto en escena por sus partidos y los diversos episodios de corrupción, máquinas y cocinas, donde el mecanismo del caso Convenios palidece como juego de ineptos botados a mafiosos principiantes. En la mesa de juerga de esos años, donde se sentaban políticos, empresarios y militares, corría el billete, el whisky y la caspa del diablo. 

Las derechas tienen que hacerse más conscientes de su verdadero aporte a la paz y la convivencia nacional en su incidencia contemporánea e histórica. Su valor medible lo podemos encontrar en cuánto han aprendido de las crisis de 1891, 1925, 1973 y la actual crisis de legitimidad institucional sistémica. Cuánto adscriben o no a los avances de las agendas globales e internacionales en materia de sostenibilidad en el contexto de la actual crisis ecológica global y su impacto en el sistema económico chileno. Qué han aprendido del golpe de Estado de 1973, en función de la valoración  de la democracia y la universalidad de los derechos humanos. Cómo su pretendida moralidad en lo valórico es o sigue siendo un obstáculo para las libertades individuales y las decisiones colectivas. En suma, cuánto han aprendido las derechas sobre construcción de futuro, a través del diálogo social y la negociación política.

Las borracheras políticas, generalmente, van acompañadas de arrogancia, tozudez y falta de sensibilidad con el momento que se vive. Chile está en una crisis de legitimidad que abarca a todo el espectro de instituciones de la política, el empresariado, las Fuerzas Armadas, policiales y las iglesias, entre otras instituciones. Por eso, este tipo de crisis es también institucional y sistémica (daño sistémico) y su gestión insuficiente ha prolongado y profundizado el ciclo de la crisis y la posible ocurrencia de eventos de crisis (reventones), si las borracheras y la recuperación de las cañas se alargan o devienen en nuevas tomateras, cuyo afán se traduce en sacar sin dignidad y humillados a los actuales inquilinos de La Moneda. De educación o convicción cívica, nada.

La teoría de juegos, en situaciones de juegos de turno simultáneo nos advierte que el otro del otro es uno mismo. En el mismo momento que Chile enfrenta una crisis de legitimidad institucional sistémica, también vive un  momento especial, mucho mejor observado y evaluado desde el extranjero o desde centros de poder que apelan a una comparativa de los datos, lejana a la periferia ensimismada en la cual habitan nuestras élites. El camino es la colaboración.

Las agendas globales y los análisis estratégicos sitúan a Chile en una posición privilegiada en temas de presente y futuro. Entre otros, las energías limpias, pero cabe señalar que esto es solo a nivel potencial, porque una cosa es tener eventualmente a disposición las riquezas de nuestras aguas, desiertos, cielos, luz solar y tierras cultivables, y otra cosa es saber qué hacer con esas riquezas desde la innovación colaborativa y el diálogo estratégico con las comunidades en esos territorios y, sobre todo, con el potencial para incrementar nuestra capacidad negociadora, orientada a la plena inserción internacional de Chile en el espacio ecosistémico sudamericano.

Saber ubicarse en un mapa actualizado es crucial, especialmente, en las dinámicas geopolíticas y geoestratégicas imperantes, pero más importante es ser navegantes de las coordenadas gravitantes que tienen que ver con nuestro destino, expectativas y propósitos estratégicos, para salir al encuentro de las oportunidades que se conectan con nuestras fortalezas y sueños como país, cuestión que requiere de toda nuestra lucidez y sobriedad para explorar soluciones de diseño, donde caben nuestros pueblos originarios, sus saberes ancestrales y lo mejor de los avances de nuestras ciencias y tecnologías, sustentadas en  una cultura de la innovación colaborativa, preñada de creatividad dialógica.

El desafío de terminar las borracheras, pasar la resaca y adentrarse en las bondades de la lucidez y la sobriedad en la tenencia y ejercicio del poder político, debiese abrir el camino a las élites desorientadas, para abrazar el diálogo y la negociación como una práctica permanente de alto rendimiento. Para eso, el Estado de Chile y sus ciudadanos les pagan cuantiosos sueldos, privilegios y regalías. Salirse de la pelea en el barro es un imperativo ético y estético. Se puede.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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