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Un resbalín Opinión Alejandro Rodríguez Urzúa | Crédito foto: https://farcodi.ubiobio.cl/

Un resbalín

Claudia Woywood Rodríguez
Por : Claudia Woywood Rodríguez Arquitecta, nieta de Alejandro Rodríguez Urzúa
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Pero yo quería que Pinochet dejara de hacer sufrir a tantas familias como la nuestra. O quizás quería que sufriera como yo, como nosotros. Y que no matara más gente. Más abuelos.


Un resbalín, con hojas de gillette paradas, una al lado de la otra. Un resbalín que terminaba en una piscina de plástico celeste, llena con jugo de limón. Un resbalín por donde tirábamos a Augusto Pinochet. Desnudo. Primero sentado. Apoyando las palmas de las manos. Después de guata. Imaginando que se cortaba todo el cuerpo. Y los genitales. Se rasgaba la piel. Sangraba, y luego caía en la piscina con jugo de limón.

Eso imaginaba una y otra vez con mi prima María José. Eso imaginamos una y otra vez cuando teníamos 6 años, 7 años, 8 años… También imaginaba sacarle las uñas. Y ponerle ají.

Un poco más grande, planeaba ponerme un cinturón con dinamita y acercarme disimuladamente a Pinochet. Pensaba que nadie repararía en mí. Y cuando estuviese a su lado, apretaría un botón, y haría explotar mi cinturón. Y lo mataría.

Estas imágenes, rondaban mi mente. Desde niña. Terminaban con un sentimiento de culpa. Por un lado, pensaba que era estúpido perder mi vida por la de un miserable. Por otra, me decía que no podía hacer sufrir así a mi madre. No lo aguantaría, no podría soportar vivir otra pérdida así, sin sentido.

Pero yo quería que Pinochet dejara de hacer sufrir a tantas familias como la nuestra. O quizás quería que sufriera como yo, como nosotros. Y que no matara más gente. Más abuelos.

Yo vivía con mi abuelo cuando lo secuestraron. Era chica, no tengo recuerdos concretos de ese día, ni de los primeros días que siguieron al 27 de julio de 1976. Pero crecí buscándolo en la calle, en los hombres vagos, sin casa, entre los locos que veía en las veredas o pidiendo limosnas. No recuerdo bien por qué, no sé si alguien nos dijo que a las personas que torturaban las tiraban a la calle. O si fue simplemente por imitar a mi abuela, pero en algún momento –cada vez que salía–, o que andaba en auto, buscaba a mi abuelo entre los indigentes. En secreto. Añorando encontrarlo.

Entre todo esto, crecí con miedo de desaparecer yo. Pero las personas no desaparecen. La desaparición no existe. A mi abuelo lo secuestraron, lo torturaron, lo mataron.

Parece… que al menos su auto estuvo en Colonia Dignidad… Ya que ahí apareció una parte de su motor. Parece… que le dio su abrigo a un hombre en Villa Grimaldi. Parece… que lo llevaron al Cuartel Simón Bolívar. Parece… que lo tiraron al mar. Pero no desapareció. Y no se fue a Buenos Aires. No se fue a Berlín.

Parece… que en familia era cariñoso. Parece… que era buen amigo. Parece… que en su trabajo era creativo, ético y excelente en su oficio. Parece… que en su vida gremial y política era muy comprometido. Esos recuerdos no han desaparecido.

A 50 años del golpe, agradezco que el Estado convoque en torno a los valores de los derechos fundamentales y recuerde a personas que fueron ejecutadas, secuestradas y asesinadas por el Estado. Pese a que, hace pocas semanas, la Segunda Sala de la Corte Suprema –otra parte del Estado–, después de un proceso largo, difícil y doloroso, decretó que la demanda civil que hicimos los 9 nietos de mi abuelo no tenía razón de ser, ya que no había daño directo.

Nuestra demanda civil contra el Estado –tras saber y comprobar quiénes lo secuestraron–, que iniciamos el 2017, fue rechazada, desconociéndose nuestras vivencias. Decretando que los nietos no sufrimos. No vivimos. No tenemos ningún daño importante.

A 50 años del golpe, espero que mi hijo Tristán, mi hijo Tadeo, y mis sobrinos, no crezcan con el dolor, el miedo y la ira que he vivido yo. A 50 años del golpe, me acuerdo de mi abuelo Alejandro, de Canito. A 50 años del golpe, cuando veo un resbalín, solo quiero ver un resbalín.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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