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La Unidad Popular como fiesta, pero ¿qué más? Opinión

La Unidad Popular como fiesta, pero ¿qué más?

Mauro Basaure
Por : Mauro Basaure Universidad Andrés Bello. Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social
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Sobre libro de Rodrigo Karmy, “Nuestra Confianza en Nosotros. La Unidad Popular y la herencia de lo por venir”.


El nuevo libro de Rodrigo Karmy, Nuestra Confianza en Nosotros. La Unidad Popular y la herencia de lo por venir. El fantasma portaliano 2, se estructura a partir de dos piezas: la primera retoma tesis centrales de su libro anterior, El fantasma portaliano, dedicado a describir lo que para el autor es la técnica de dominación que, salvo momentos excepcionales en la historia, imperaría en Chile como un continuo de sometimiento trágico y culposo. La segunda parte trata precisamente de uno de esos momentos excepcionales, la Unidad Popular (UP), entendida como fiesta del pueblo. Este modo de estructurar el libro nos da las claves de una dualidad entre tragedia y comedia, tristeza y felicidad, culpa e inocencia feliz, entre muchas otras posibles que resulta tan problemática como productiva.

No de fácil lectura, el libro tiene algo de fermento para el pensamiento, pero las precauciones que debe tener el lector frente al canto de sus palabras son muchas. Me concentro en aquella que deriva de su idea de que la UP fue una fiesta del pueblo. Esa idea no es nueva y tiene ya una oculta tradición tras de sí [I], pero el cómo la plantea Karmy [II], resulta problemático: una deriva anarquizante lo conduce a afirmar como positivo lo que muchos han visto como un problema serio de la UP: su falta de conducción política. Lo problemático no es tanto eso, sino el que ignore el problema y, con ello, el tratamiento de formas de mediación que permitan abordarlo [III]

I. La UP como fiesta. Una tradición oculta

En su Epílogo al libro, Sergio Villalobos-Ruminott reafirma la tesis de Karmy de que la fiesta es “la singularidad misma de la Unidad Popular”. En un bello texto que sirve de prólogo, Carmen Castillo anuda sus propias remembranzas del periodo de la UP con el concepto de fiesta, como si esa fuese la palabra que le hacía falta para darle un nuevo sentido, un sentido no trágico, a lo vivido durante esos años de inicios de los setenta.

Sin saberlo, con esa idea Karmy se inscribe dentro de una tradición oculta según la cual la UP es descrita como una fiesta del pueblo. Hablo de tradición oculta, pues al mismo tiempo que hay huellas de ella que cabe rastrear resulta ciertamente poco usual referirse de este modo a la UP en un contexto donde tiende a vérsela solo como tragedia.

Esa tradición la inaugura el propio Allende cuando, en un Estadio Nacional repleto, el de noviembre de 1970, termina su discurso diciendo “este Chile que empieza a renovarse, este Chile en primavera y en fiesta, siente como una de sus aspiraciones más hondas el deseo de que cada hombre del mundo sienta en nosotros a su hermano”. En 1987, en su libro Reencuentro con mi vida, Clodomiro Almeyda recuerda la “fiesta popular” que se vivió con el triunfo de Allende. En sus Crónicas de La Victoria: testimonio de un poblador, en 1990, Juan Lemuñir rememora el mismo evento como una gran fiesta poblacional.

Sin duda, quien profundiza la frágil huella de esta tradición oculta es Tomás Moulian. En La forja de ilusiones de 1993, Moulian dice que “los casi tres años de la UP fueron excitantes y bullentes, tuvieron un aspecto de fiesta… no eran individuos dispersos, sino un pueblo, una comunidad que expresaba su alegría: cada uno portaba en su rostro ese signo”. Esta idea la mantendrá en el futuro. La revolución es fiesta (esa conocida frase de Octavio Paz), insistirá el sociólogo, pues según él ahí caen los tabúes simbólicos y se liberan enormes cantidades de energía. En su libro El gobierno de la Unidad Popular, Moulian observa que la UP es una fiesta que termina en drama, y que fue una fiesta tanto por la participación de los ciudadanos vivida como comunidad, catarsis y placer como por las tareas y realizaciones propuestas por el Gobierno.

En 2003, Luis Corvalán, en El gobierno de Salvador Allende, habló del triunfo de Allende como “la mayor fiesta que haya habido en la historia de Chile”. Mario Amorós, en su libro Compañero presidente: Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo, de 2008, recuerda la fiesta organizada después del Te Deum, con la que simbólica pero literalmente Allende cumplió la promesa de que con él el pueblo entraría a La Moneda. Se trató, cuenta Amorós, de unas 3 mil personas, entre dirigentes de juntas de vecinos, pobladores, sindicalistas, entre otros.

Sigo reconstruyendo esta tradición oculta. En el contexto de los 40 años del golpe, en 2013, en el libro Chile 1971: El primer año de gobierno de la Unidad Popular, editado por Pedro Milos, la idea de fiesta se concentra sobre todo en el primer año de la UP: “El año de la fiesta”, “… no entendida como farra sino como sociabilidad, como se da en un carnaval…”; como aquellos “momentos históricos en los que los pueblos viven estas situaciones… porque, así como hay momentos de la dominación en que en la sociedad impera el individualismo y el aislamiento, hay otros momentos históricos, como el que se vivió particularmente en 1971”.

Parafraseando a Tomás Moulian, 1971 es descrito ahí como el “año de la alegría, de la esperanza y del optimismo histórico”, un año “de certezas”. El “año 1971 es el año más eufórico y feliz de la Unidad Popular”, “el año de vivir sin temor a los acontecimientos”; “sin culpa” se va a leer en el libro de Karmy. Hay que recordar, como lo hace Peter Winn en La revolución chilena, 2016, que más allá de toda épica revolucionaria 1971 también fue la fiesta del consumo; es decir, el hacerse parte del mercado para masas que hasta ahí poco y nada habían accedido a él. 

Esa épica no quedó retratada en ningún otro lugar mejor que en el afamado y premiado documental La batalla de Chile, de Patricio Guzmán. Muchas décadas después, en su libro La batalla de Chile. Historia de una película, de 2020, Guzmán atestigua que “… desde el primer momento, Chile me pareció un país motivado, activo, exultante, como si la gente estuviera viviendo una larga fiesta que ya duraba muchos meses. Había una actitud de júbilo, de satisfacción, especialmente en los barrios”.

Esta tradición se hizo menos oculta con un libro editado en 2020 por Julio Pinto: Fiesta y drama: Nuevas historias de la Unidad Popular. En la presentación, Pinto indica que “los trabajos que se han escrito respecto a la experiencia de la UP se han centrado mayoritariamente en la derrota o en el drama y rara vez en la fiesta”, y se lee más adelante que la fiesta cívica de la UP “recordaba al país que se estaba viviendo un gran proyecto colectivo, en el que todos podían participar”. Aunque con una diferencia crucial, que revisaré enseguida, uno no se equivoca al inscribir el libro de Karmy dentro de esta ya larga pero oculta tradición.

Todos estos textos nos hablan de la UP como un momento singular, de fiesta, raro en la historia de los pueblos. Obviamente que se trata de una fiesta para algunos, acompañada de un inmenso temor existencial para otros. Pero no hay revolución que no tenga esta doble cara. Aunque refiriéndose a otro tipo de revoluciones (no a las de corte socialista), en 1968, en su libro, Hombres en Tiempos de Oscuridad, Arendt habla de ese tipo de momentos raros en la historia como tesoros cuyo nombre en América fue “felicidad pública”. Ahí escribe Arendt: “La historia de las revoluciones… podría ser contada como la leyenda de un viejo tesoro que, en las más diversas circunstancias, aparece súbita e inesperadamente y desaparece de nuevo, en condiciones misteriosas”. Esa leyenda persiste en la forma de una herencia oculta, no como tradición y continuidad histórica, sino que como interrupciones.

Más allá de las diferencias sustantivas que puedan existir con Arendt, Karmy comparte con ella esta idea cuando afirma que la UP es un momento raro, en los que la fiesta del pueblo irrumpe en la historia interrumpiendo la continuidad del orden y la dominación oligárquica, del “peso de la noche”, dirá Karmy, para quien dicha dominación se instala y persiste como el “fantasma portaliano” que estructura la institucionalidad política y económica de Chile.

El punto, tal como en Arendt, es que ese acontecimiento no es mero pasado, sino siempre, al mismo tiempo, una herencia abierta a la novedad; una “herencia de lo por venir”, como reza el subtítulo del libro. La herencia de la UP, al entender de Karmy, no es otra que la fiesta del pueblo en tanto que acontecimiento siempre posible. Karmy y Arendt son deudores de René Char: Un héritage sans testament.

II. La fiesta como lo no gobernable

Hay algo en la noción de fiesta en Karmy que excede y torna problemática su inscripción en la tradición reconstruida arriba.

De una parte, su descripción, puede decirse, calza con esa tradición. Ello ocurre ahí donde, en un gesto rancèriano, la fiesta se concibe como una forma de felicidad pública desatada cuando los que no son parte se hacen parte. Karmy está muy cerca de Tomás Moulian, tanto que resulta extraño que no lo cite. En todo caso, democracia no solo es ahí una forma de gobierno, sino también una expresión de igualdad radical. Se trata siempre de un límite que se sobrepasa, según el cual los que históricamente han habitado afuera entran, desconfigurando el orden del adentro.

Dos metáforas son claves en este punto: la ciudad y la frontera del Bío-Bío, en la medida que es sobrepasada. “Los indios cruzan el Biobío y pueblan la ciudad durante mil días”. Karmy aclara que no se trata de una inclusión según los términos del reconocimiento vigentes en el adentro de esas fronteras. Se trata de una reconfiguración de esos términos de acuerdo con la cual lo insignificante, la minoridad, lo marginal, el “resto improductivo”, lo hasta ahí invisible, la vida habitual, con rostros y cuerpos indeseables, emerge como políticamente decisivo y se vuelve lo más significante.

Pero, de otra parte, la noción de fiesta que tiene en mente Karmy indica que esta “será siempre destructiva y abiertamente dionisíaca”. “Solo en el imaginario burgués puede haber una fiesta no destructiva, enteramente apolínea. Una fiesta que, por cierto, no sería fiesta”. La concepción de Karmy de la UP como fiesta y que hace que solo pueda inscribirse de forma oblicua en la tradición reconstruida arriba, donde la fiesta es comunidad en torno a un programa de Gobierno resalta y reivindica aquel aspecto de ese proceso histórico que significó el rebasamiento autónomo por parte de la movilización del pueblo respecto de los partidos de la UP y ciertamente del presidente Allende.

La fiesta de la UP en Nuestra confianza en nosotros, el libro de Karmy, es la cara no institucional o mejor, dicho antiinstitucional de dicho proceso, que suponía un programa y una dirección. La UP fue fiesta solo porque hubo un exceso de energía popular un torrente desde abajo cuya deriva superaba con creces y no se detenía a esperar la dinámica ciertamente más procesual del Gobierno, y que hacía que este último, la UP como estructura y Gobierno, no pudiese cerrarse sobre sí mismo.

Su estimación de la UP resulta de su valoración del hecho de que lo no gobernable de la política del pueblo no fue reprimido en su dinámica autónoma por la policía gubernamental; de que, en vez de ello, se haya sostenido esa duplicidad ese “doblez, entre experiencia y gobierno, entre deseo y estructura”; de que no se buscase una síntesis gubernativa, reductora de ese doblez, propia de lo que Karmy llama portalianismo.

La UP fue fiesta, para este autor, porque la fiesta del pueblo fue consentida. La fiesta es lo no gobernable, la marca de la imposibilidad del Gobierno, como dice Catherine Malabou en su reciente libro sobre el pensamiento anarquista, ¡Al ladrón! Karmy Celebra lo no gobernable de toda revuelta, explosión, asonada, turba urbana, toda aquella manifestación prepolítica que no tiene conducción y es inconducente, salvo por conducir desde siempre a la represión y la masacre.

Ni Gabriel Salazar ha ido tan lejos en esto, pues, al final del día, para él, las explosiones sociales son un modo de expresión de la soberanía popular cuando ella, gracias a la configuración institucional existente, no logra expresarse en términos de una verdadera participación ciudadana. Salvo deslices de entusiasmo desmedido, en Salazar hay comprensión histórica de las revueltas y estallidos y su carácter destructor, pero no celebración de ellos en tanto tales.

Pero volviendo a la UP. En su caso, Karmy celebra el doblez y el límite no represor entre el Gobierno y lo no gobernable, que se habría dado en ese periodo. Esa mirada le permite establecer un nexo sin duda, problemático entre la UP, la revuelta de octubre de 2019, y toda revuelta posible. “La herencia de lo por venir”.

III. ¿Pero qué herencia?

No cabe duda de que, desde el punto de vista del análisis político, Karmy tiene razón en que fue imposible contener la emergencia histórica, el protagonismo desde abajo, de sectores que nunca fueron invitados a tomar asiento a la mesa y que, mediante la movilización y más allá de toda conducción, buscaron hacer reales sus aspiraciones.

No es tan cierto, sin embargo, que Allende y los partidos de la UP hubiesen consentido la fiesta popular de las tomas de predios y terrenos, y una serie de otras iniciativas “desde abajo” que surgieron. En realidad, la disincronía que esto generó entre Gobierno y pueblo movilizado ha sido vista desde siempre como uno de los problemas más serios del Gobierno de Allende.

Se habla mucho del conflicto de Allende con los partidos de la UP (especialmente con el PS), pero se olvida que tampoco estos podían controlar el proceso completamente, cuestión incluso que vale para el MIR, que desde fuera del Gobierno de la UP fue el movimiento cuya velocidad y dinámica transformadora más se acercaba a la que imponían campesinos y obreros. Esto, como digo, ha sido tratado como una discordancia central que encontró solución y que terminó por debilitar “al movimiento popular y la izquierda en su conjunto, facilitando el golpe”, como indica Andrés Pascal Allende en una contribución que hace al libro ¿Fue (in)evitable el golpe?

Se trata, como puede verse, de una de las dimensiones más problemáticas de la UP. En 1976, Henry Landsberger y Tim McDaniel, en un texto llamado “Hipermovilización en Chile, 1970-1973”, llegan a referirse a los trabajadores hipermovilizados que cometieron una serie de acciones ilegales como a los “enemigos internos” de la UP. Además de sobrepasar la legalidad y la conducción que Allende buscaba darle a su Gobierno, esas acciones entregaron la necesaria justificación a sus “enemigos externos” para afirmar que dicho Gobierno había perdido el control y que la guerra civil se hacía inevitable, y que un golpe de Estado resultaba la única solución plausible.

Tomás Moulian es quien con más claridad no solo ha mantenido la idea de que la UP fue una fiesta sino también que su final en drama está relacionado con que esa fiesta, esa dinámica revolucionaria desde abajo, es “virtualmente imposible de detener” y no se abordó esa dificultad, siendo Allende responsable por ello. Daniel Mansuy, en su libro sobre Allende, le saca enorme partido a este tipo de argumentos.  

El libro de Karmy tiene una ausencia, que es tematizar los modos en que un Gobierno de izquierda es siquiera posible, sin que devenga drama. No basta tornar en positivo lo que otros, con justa razón, han tratado como problema. Los problemas teóricos de la izquierda no se resuelven diciendo que no son problemas, o que quienes los plantean como problemas son, ellos mismos, el problema. El punto es que no basta acusar a los mencionados diagnósticos de la crisis de la UP (ojo, no solo los desarrollados por la renovación socialista) de ser prisioneros de un mecanismo culposo propio del portalianismo; es decir, que ve en la fiesta mera culpa.

El libro es trasgresor, inteligente, brillante, plantea una nueva vuelta a un tema conocido, pero de qué sirve eso si al final no ayuda más que a mirar con buenos ojos, como herencia, la revuelta por venir hasta que se esfume y deje, tras de sí, no solo muertos y heridos, sino además una nueva restauración conservadora. El libro de Karmy es, sin duda, filoanarquista. De acuerdo, no es deseable que líderes y partidos de izquierda se monten sobre masas movilizadas para luego, una vez en el poder, las desmovilicen y pongan bajo control; fórmula conocida de procesos revolucionarios. Pero tampoco lo es que la fiesta no logre devenir institución y perdurar, y arriesgue solo repetir el drama.

Sin la propuesta de mediaciones, al final del día, es un libro que opera más contra la cuestión difícil y urgente de cómo institucionalizar las transformaciones sociales emanadas de las energías sociales (cuándo ellas emergen y rompen el peso de la noche), que contra el fantasma portaliano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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