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El papelón constitucional (o el aterrizaje de la democracia artificial) Opinión

El papelón constitucional (o el aterrizaje de la democracia artificial)

Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
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De ganar este domingo, nuevamente, la opción del rechazo –ahora maquillado como “En contra”– a una nueva propuesta de Carta Magna, nuestro país pasaría a ser un caso único en la historia de las democracias liberales del mundo.


Es probable que la noche de este domingo veamos en vivo, por televisión, como si se tratara de una de esas series que intentan recrear el apocalipsis de las democracias modernas (donde se diluye la política a manos de la pulsión del pueblo), escenas que confirmarán el fin de los puntos cardinales ideológicos (izquierda-derecha) y el comienzo de una nueva era: la era de la democracia artificial. La democracia artificial vendría a ser un símil de aquella disciplina de las ciencias de la computación denominada como “inteligencia artificial”, que consiste en una combinación de algoritmos cuyo propósito es la creación de máquinas que imiten la inteligencia humana para realizar tareas, y que pueden mejorar conforme recopilen información (véase el nuevo robot TESLA presentado hace poco por Elon Musk ).

La democracia artificial, al igual que la disciplina computacional de avanzada, pretende imitar la inteligencia humana, desde áreas de propósito general como aprendizaje y percepción, y otras más específicas, como el reconocimiento de voz, de preferencias de consumo y detección de emociones. No cabe duda que, en la actualidad, el vertiginoso avance y desarrollo de este campo que busca imitar funcionalidades de la inteligencia humana, ha llevado a generar una crisis política en países cuyo desarrollo humano y material se ha sostenido desde democracias liberales, es decir, desde ese sistema que se forjó al calor de la Revolución francesa y la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.

Viene bien recordar que la democracia liberal se caracteriza por formas de gobiernos con democracias representativas, separación de poderes en diferentes ramas del gobierno, por estar sujeta al Estado de derecho, donde rige una economía de mercado con propiedad privada y en donde se protegen de manera equitativa (y transnacional) los derechos humanos. Y algo fundamental en este tipo de democracias es que, normalmente, son moderadas por una Constitución que las regula en la protección de los derechos y las libertades individuales y colectivas, además de establecer restricciones tanto a los dirigentes demócratas como a la ejecución de las voluntades de una determinada mayoría social. El buen funcionamiento de las democracias liberales depende de instituciones estatales sólidas, partidos políticos legitimados por el colectivo, crecimiento económico y un Estado de derecho que garantice seguridad y libertad a la ciudadanía.              

No hay que ser académico de las Ciencias Sociales ni un estadístico de la politología para constatar que, en la actualidad, en nuestro país se registra una peligrosa combinación de factores de clima social y cultural que han dejado en jaque a nuestra democracia liberal: el crecimiento económico es casi nulo (se hizo realidad la solicitud de decrecimiento que realizó el ahora embajador de Chile en Brasil), los partidos políticos aparecen como la institución peor evaluada por la ciudadanía, las instituciones del Estado se encuentran en medio de un feroz cuestionamiento respecto a la probidad, y existe una alta sensación de miedo en la ciudadanía (frente a la delincuencia) y una alta percepción de debilidad del Estado de derecho frente al crimen organizado. 

Junto a lo anterior, habría que sumar el patético papelón constitucional protagonizado por nuestro país en los últimos 4 años. Viene bien recordar que, luego de la revuelta del 2019, el Gobierno de Piñera y los partidos políticos (incluido el PC y Republicanos que al final se terminaron sumando en las urnas al acuerdo por la nueva Constitución) intentaron calmar el fuego del Metro, los saqueos a la propiedad privada, y las barricadas defendidas, a bala y piedra, por una primera línea donde convivieron narcos, lumpen y luchadores sociales (al parecer había más narcos y lumpen que luchadores sociales, pues desde ese “hito cultural” es que comenzó a subir la aguja del velocímetro del crimen organizado en Chile), a través de un plebiscito constitucional que terminó constituyéndose en una de las más grandes derrotas de la historia para las izquierdas de Chile. Fue tan grande el alcance de aquella derrota, que hoy mismo se puede ver a gran parte de las izquierdas pidiendo clemencia para que este domingo se vote en pos de mantener la Constitución de los cuatro generales. 

De ganar este domingo, nuevamente, la opción del rechazo –ahora maquillado como “En contra”– a una nueva propuesta de Carta Magna (la primera fue en rechazo a la propuesta de las izquierdas inflamadas por el estallido y la de ahora sería en contra de las ideas de la ultraderecha de Kast), nuestro país pasaría a ser un caso único en la historia de las democracias liberales del mundo, pues se rechazaría, de manera consecutiva (y en dos plebiscitos con voto obligatorio) la posibilidad de renovar una Constitución. Este caso, será denominado como el papelón de una generación de políticos que no supo diagnosticar el presente cultural de una sociedad habitada, mayoritariamente, por los hijos terribles de las hipermodernidad.  

Luego de este papelón, la política chilena deberá dar un paso definitivo hacia la democracia artificial y dejar que los algoritmos diagnostiquen malestares, sueños y alegrías de nuestra sociedad. No cabe duda que el olfato y termómetro cultural de los capitanes de nuestra democracia liberal no han dado el ancho. Luego de estas sendas derrotas, no hay democracia liberal que resista.    

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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