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La corrupción no sucede “porque falten reglas” Opinión

La corrupción no sucede “porque falten reglas”

Eduardo Salinas
Por : Eduardo Salinas Abogado. Licenciado en Derecho UC
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Si no queremos engañarnos ni engañar a otros, resulta relevante esta reflexión.


Si intentamos hacer algo de arqueología o deconstrucción de conceptos, debiéramos reconocer que, para hablar de corrupción, debemos suponer alguna “ontología” previa (de la índole que se prefiera).
Corrupción es atrofia, la desnaturalización de algo originalmente bueno, virtuoso. Es utilizar algo para fines diversos para los cuales ha sido pensado.
De ello se sigue que sólo si sabemos cuál es la finalidad original de algo, podemos evitar que sea objeto de depravación.
Bien puede suceder que nunca erradiquemos la tendencia a ello, pero sólo si de verdad conocemos una cosa, la protección será realista. De otro modo, podríamos sólo estar cambiando el agente corrosivo, sin eliminar la vulnerabilidad de aquello que queremos proteger. El cambio, pues, no es ético, sino de conocimiento.
Si no queremos engañarnos ni engañar a otros, resulta relevante esta reflexión.
A diferencia de lo que se nos quiere hacer creer, la corrupción no sucede “porque falten reglas”; la corrupción sucede porque falta el sujeto cognoscente, es decir, la persona que interactúa con la realidad.
Decimos que es “porque falta” el sujeto, aunque bien podríamos decir que “el sujeto no quiere estar”. Porque ese “yo” está tan centrado en sí mismo, que no le interesa la realidad, sino en cuanto le sirve al prejuicio que lo anima de frente a la realidad.
Si, pues, el sujeto-que-obra está corrompido (pervertido, degenerado…. son todos sinónimos según el Diccionario de la Lengua Española), no puede sino utilizar mal la realidad. Utilizar mal las cosas e incluso utilizar personas (y dejarse utilizar por otros), no es sino consecuencia inevitable de esta deriva o desorientación del sujeto. Según cierto “tomismo de bolsillo” podríamos confirmar esto señalando que “el modo de obrar sigue al modo de ser”.
¿Y porqué está atrofiado el sujeto?
Simplemente, porque no se conoce a sí mismo. Peor aún: cree que sí se conoce. Y, como señalaba Barbara Ward, los hombres “raramente aprenden lo que creen ya saber”.
La corrupción, pues, no es sólo obra de empresarios inescrupulosos que lo único que quieren es más dinero. Puede serlo, por cierto, pero no es sólo eso (además que se avanza poco, mientras se cree que el “mal” -sea lo que sea eso- está sólo en los otros).
Decíamos que corrupción no es sólo el empresario que ofrece algo a cambio de otra cosa o el empleado público que condiciona su trabajo a la entrega de favores, dádivas o acceso a redes de contactos. También es corrupción el que los cargos de Presidencia de la República, Ministros de Estado y toda la Administración del Estado sea empleada para mantener a algunos en el poder y perpetuar a otros fuera de ese ámbito de dominación (que es la expresión más cruda que sugiere Foucault para hablar de “poder”). Es más, nos vemos tentados a sostener (incluso en contradicción con lo que hemos venido diciendo) que esta es una corrupción “sistémica”: nuestro sistema político está diseñado como mentira: se lo justifica señalando que tiene el objetivo “x” (virtuoso), pero en realidad es utilizado (por todos) para el objetivo “z” (espúreo). Sea ello cierto o falso, lo debe escudriñar cada uno.
Decíamos: Corrupción no es sólo la experiencia que uno puede advertir en empresarios, políticos, empleados o quien dobla en segunda línea o no paga la locomoción colectiva: eso es sólo el emerger de una patología más o menos consciente. En el fondo, la corrupción es sólo manifestación de la extrañeza del hombre con su propia humanidad.
La Navidad (que recientemente hemos celebrado) es el anuncio que el Misterio mismo ha decidido acompañar a cada hombre en la aventura de conocer su propio rostro y conocer y tratar la realidad de acuerdo al anhelo que anida en el fondo de su corazón, pero que traiciona constantemente.
A diferencia del método humano que, para combatir la corrupción, sólo puede crear reglas exógenas (mejorando o empeorando sistemas e incentivos), el hecho cristiano invita y ofrece a cada hombre a sanarlo desde dentro. Nadie está excluido.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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