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Educación Ambiental y su importancia en el contexto de la crisis socioambiental en Chile Opinión

Educación Ambiental y su importancia en el contexto de la crisis socioambiental en Chile

Annelore Hoffens
Por : Annelore Hoffens Directora de Comunicaciones Programa Austral Patagonia de la Universidad Austral de Chile.
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El 26 de enero de 1975 se celebró en Belgrado (actual capital de la República de Serbia) el Seminario Internacional de Educación Ambiental. En él se establecieron los principios de la educación ambiental en el marco de los programas de las Naciones Unidas, y se publicó la Carta de Belgrado que contiene los objetivos fundamentales de la educación ambiental a nivel mundial. Hoy más que nunca deberíamos mirar esos principios porque, si bien los énfasis han cambiado con el paso de los años ajustándose a las problemáticas ambientales y sociales, mantiene invariable su intención de transformar los valores y conducta que suelen regir la relación entre personas y naturaleza. En conmemoración a este evento, cada 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental.


En muchos países la tendencia de las escuelas es pasar cada vez más horas al aire libre, en la naturaleza, jugando y observando profundamente sus componentes y procesos para vivirla,  sentirla y entenderla de manera integral.

Imaginemos por un momento a un grupo de niños en medio de un bosque, enfrentados a la tarea de  construirse un refugio con los elementos que la naturaleza les ofrece (sin destruirla). Para lograr su cometido no sólo deberán ser capaces de organizarse y trabajar en equipo, o colaborar para resolver los problemas que puedan aparecerles en el camino, sino que también deberán abrir sus ojos –y demás sentidos– para explorar su entorno con otra mirada, buscando ramas, troncos, piedras, hojas, que de otra forma no verían. O bien, tendrán que detenerse un momento a pensar cómo los animales construyen sus refugios usando los mismos materiales que ellos tendrían a disposición, con tal precisión y técnica, que tal vez la mejor opción sea aprender de ellos e imitarlos.

Ahora, imaginemos a un grupo de personas en un humedal costero, sentadas sobre la arena con los ojos vendados. En sus manos alguien pone algún elemento natural propio del lugar, y se les pide adivinar qué es, qué función cumple en el ecosistema y cómo interactúa con otros elementos de éste. Durante el ejercicio cada persona estará activado el pensamiento sistémico y la conciencia sobre la interconexión de todos los elementos naturales, incluidos el mismo ser humano.

Actividades como estas son frecuentes en jardines infantiles y colegios en países como Noruega, Alemania o Canadá, por nombrar algunos, y se realizan tanto en épocas frías como calurosas, porque experimentar un mismo ecosistema en distintas estaciones del año también es esencial para comprender y ser conscientes del funcionamiento de la naturaleza.

¿Qué tiene ver esto con la educación ambiental? Todo que ver.

La educación ambiental aparece formalmente en 1972 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, ocurrida en Estocolmo. Entonces se le definió como un proceso dinámico y participativo que busca despertar en la población una conciencia que le permita identificar y reflexionar sobre las huellas ecológicas que nuestro modelo de desarrollo ha dejado en el medio ambiente, y transformar los valores y conducta que suelen regir la relación entre personas y naturaleza. Todo ello con miras a desarrollar seres humanos capaces de construir un mundo sustentable.  Si bien los énfasis de la definición de educación ambiental han cambiado con el paso de los años ajustándose a las problemáticas ambientales y sociales, ha mantenido invariable su intención de ser un agente de cambio para impulsar una nueva ética en la relación sociedad-naturaleza.

Un desafío de esa envergadura no puede enfrentarse sin la vinculación cognitiva y emocional con la naturaleza; sin identificar y valorar las relaciones de interacción e interdependencia que se dan en los sistemas naturales, y entre éstos y la sociedad. Y ello sólo ocurre estando en la naturaleza; ocurre educando en la naturaleza. Es ahí, además, que se da el escenario ideal para desarrollar habilidades consideradas claves en la formación de ciudadanos del presente y del futuro, y que hoy –dada la contingencia social y crisis climática- merecen toda nuestra atención. Nos referimos a la capacidad de trabajar colaborativamente y generar comunidad; de desarrollar un pensamiento sistémico y crítico; y de fortalecer el respeto y valoración por la diversidad en todos sus ámbitos.

Por si fuera poco, son muchos los estudios que en los últimos años han comprobado que la educación al aire libre, en la naturaleza, aporta significativamente al proceso de aprendizaje de los alumnos y mejora el rendimiento académico. La investigación The Impact of Outdoor Learning on attainment and behaviour in schools (2016) perteneciente a la serie de publicaciones ‘Research into Action’ de la Universidad de Edimburgo, recopiló la evidencia demostrada por varios estudios, señalando que la educación al aire libre (en los terrenos del colegio, alrededor de él o en áreas naturales más alejadas), apoya el aprendizaje en todas las áreas del currículo escolar, desde los 3 a los 18 años.

En línea con lo anterior, en Chile se define la educación ambiental como “un proceso permanente de carácter interdisciplinario, destinado a la formación de una ciudadanía que forme valores, aclare conceptos y desarrolle las habilidades y las actitudes necesarias para una convivencia armónica entre los seres humanos, su cultura y su medio biofísico circundante […]”. (Ley Nº 19.300 de Bases Generales del Medio Ambiente, Art 6°). Tal definición, y la intención que le subyace, ha llevado al Estado a implementar diversos programas e iniciativas de educación ambiental, principalmente a través del Ministerio de Medio Ambiente -y de la anterior CONAMA-, y a suscribir compromisos internaciones en esa materia, como fue el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible 2005-2014 (DEDS), promulgado por la Naciones Unidas a través de la UNESCO. En el marco de ese compromiso se elaboró la Política Nacional de Educación para el Desarrollo Sustentable que, en términos simples, busca integrar en todos los aspectos de la educación y del aprendizaje, los principios, valores y prácticas que conduzcan a la sociedad hacia el desarrollo sustentable. Y estos valores y principios, como dijimos, se desarrollan y potencian mejor al estar en conexión y entendimiento con la naturaleza.

Con todo lo anterior, para cumplir con los objetivos y desarrollar los principios de la educación ambiental, debiese fomentarse enérgicamente el ejercicio de la educación en la naturaleza, partiendo por impulsar a los establecimientos educativos a pasar más horas fuera de la sala de clases, previa elaboración de guías pedagógicas y capacitación de profesores. Es fundamental que las instituciones de educación y su profesorado comprendan que al educar en la naturaleza no están perdiendo el tiempo en relación a sus metas curriculares, sino –al contrario-  están potenciando aún más el proceso de aprendizaje y rendimiento en matemáticas, lenguaje, ciencias, física, etc, y favoreciendo la formación de sus estudiantes.

Si la educación ambiental promueve el desarrollo de conocimientos, competencias, actitudes y valores necesarios para forjar un futuro sostenible en armonía con el medio ambiente, la naturaleza debe tener un rol fundamental como plataforma para la educación: en ella está todo lo que necesitamos aprender para transitar hacia ese objetivo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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