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¡Allende Presidente!… el 24 de octubre de 1970 Opinión

¡Allende Presidente!… el 24 de octubre de 1970

Luis Mariano Rendón Escobar
Por : Luis Mariano Rendón Escobar Abogado. Presidente Fundación Memoria Histórica.
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En estos días diversas agrupaciones de izquierda hacen llamados a conmemorar los “50 años de la elección de Salvador Allende”, en referencia al 4 de septiembre de 1970. Conviene hacer alguna puntualización.

Es sabido, pero por sabido no se dice y por no decirlo puede que algunos ni siquiera lo lleguen a saber nunca, que Allende no es elegido presidente el 4 de septiembre de 1970, sino el 24 de octubre de ese año. Tampoco es elegido por el pueblo, sino por el Congreso Pleno, en la verdadera segunda vuelta que la Constitución de 1925 establecía que debía realizarse en el Poder Legislativo, si ningún candidato alcanzaba mayoría absoluta popular.

En efecto, el inciso segundo del artículo 64 de la Constitución de 1925 establecía:

“Si del escrutinio (popular) no resultare esa mayoría (absoluta), el Congreso Pleno elegirá entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas…”.

Hay quienes dicen que lo que el Congreso hacía por “tradición”, era simplemente “ratificar” a la primera mayoría de la elección popular.

Como se puede apreciar de la disposición transcrita, lo de “ratificar” no estaba en la Constitución. Lo que se establecía era propiamente una segunda vuelta, pero no popular, sino en el Congreso Pleno, donde los congresales votaban secretamente en una urna para luego proceder a los escrutinios. Eran elecciones disputadas y no había ninguna costumbre del segundo en primera vuelta de contentarse con ese veredicto popular y respetar la primera mayoría relativa. De hecho, en 1958 la izquierda agrupada en el FRAP vota por Allende en la elección del Congreso Pleno.

Respecto de la “tradición”, la verdad es que al Congreso, durante la vigencia de la Constitución de 1925, le tocó elegir presidentes en esta segunda vuelta congresal en solo 4 oportunidades: Gabriel González Videla en 1946; Carlos Ibáñez del Campo en 1952; Jorge Alessandri Rodríguez en 1958 y Salvador Allende Gossens en 1970. En todas esas ocasiones, en efecto, se impone la primera mayoría relativa, pero no por una “tradición» o “reconocimiento” del segundo lugar, como ya hemos visto, ya que hasta el último momento en el Congreso el sector que ocupaba ese lugar votaba por su propio candidato.

Pero nunca en toda la historia se había dado un resultado tan estrecho entre primera y segunda mayoría como el que se dio en 1970. El 46 y el 52, fueron 10 puntos porcentuales o poco menos entre la primera mayoría y su más cercano perseguidor: no había mucho que discutir. Lo más estrecho hasta entonces había sido la elección del 58, donde Alessandri aventajó a Allende por solo 2,71 puntos porcentuales. En 1970 la posición de los mismos rivales de 12 años antes se invirtió, pero en esta ocasión la ventaja de Allende se redujo a menos de la mitad, apenas 1.34%.

Y la elección de Allende en el Congreso no fue en la práctica nada sencilla. Para impedirla, se barajó incluso la posibilidad de que la DC votase por Alessandri, a condición de que este renunciase después de asumir, obligase así a una nueva elección en la que Frei podría ser candidato (se prohibía la reelección inmediata) y de esa manera se asegurase un nuevo período presidencial gracias a los votos de la derecha, aterrorizada por la posibilidad de que la izquierda llegase al poder.

Ese fue el llamado “track one” o “gambito Frei”.  La Democracia Cristiana desconfiaba de la voluntad, si no de Allende, sí al menos de los partidos que lo apoyaban, de mantener el respeto a la democracia “burguesa”. Por ello, los votos de apoyo del PDC fueron finalmente condicionados a una reforma constitucional, el “Estatuto de Garantías”, que fortaleciese las garantías constitucionales e impidiese una deriva totalitaria impuesta desde el Ejecutivo.

Esa negociación tuvo incluso un primer fracaso, pues la UP rechazó inicialmente el acuerdo. Eso empujaba a la DC a votar por Alessandri. En la hora nona, la UP recapacitó y estuvo dispuesta a la reforma constitucional con tal de llegar al poder. De esa manera se llegó a la segunda vuelta, que debía realizarse en el Congreso Pleno el 24 de octubre con un acuerdo DC-UP, que logró que los votos del partido hasta ese momento en el Gobierno se volcaran a Allende, quien se impuso sobre Alessandri por 153 contra 35 votos y fue así proclamado Presidente de Chile.

Todo lo dicho es sabido por cualquier persona relativamente culta en nuestra historia política reciente, pero la celebración del 4 de septiembre como el día de la elección de Allende tiende a ocultarlo. Queda la impresión de que Allende hubiese sido elegido por una gran mayoría popular en la elección directa. Ello no fue así. La base de sustentación política del Gobierno de Allende no fue la mayoría popular, que nunca la tuvo, sino el acuerdo político con la DC, acuerdo que al poco andar comenzó a resquebrajarse, por múltiples causas que no podemos analizar aquí.

Desde el punto de vista institucional, la segunda vuelta en el Congreso Pleno era un mecanismo de carácter parlamentarista, inserto en un régimen fuertemente presidencialista. Ello generaba una anomalía, pues el Congreso podía elegir Presidente por mayoría absoluta, pero si este perdía el apoyo inicial, el mismo Congreso no podía reemplazarlo, como ocurriría en un régimen parlamentario propiamente tal. Solo quedaba la alternativa extrema y traumática de la acusación constitucional, que requería 2/3 difícilmente alcanzables.

Esa fue la última opción institucional de la derecha, la que se jugó por alcanzar esa mayoría en la elección parlamentaria de marzo de 1973. Fracasó en ese intento, pues siendo la CODE (alianza DC-Derecha) la triunfadora en dicha elección sobre la UP (55,49 vs. 44,23%), no alcanzó sin embargo el quorum requerido para destituir constitucionalmente a Allende. Allí quedaba entrampada la institucionalidad, sin capacidad de dar salida a la aguda crisis que se vivía.

Allende, consciente del entrampamiento del sistema político, intenta abrir una vía de resolución democrática mediante un plebiscito, que todo indicaba que perdería, pero que evitaría una salida violenta y permitiría una retirada ordenada de la izquierda del Gobierno. El Presidente habla públicamente de la posibilidad de ese plebiscito en el discurso que el 29 de junio en la noche, sofocado ya el tancazo protagonizado por el Regimiento de Blindados N° 2 ese día, pronuncia ante sus adherentes a las afueras de La Moneda. Sin embargo, terminó junio, pasó todo julio y agosto, y el Presidente, por la oposición de los partidos de la UP, no se decidía a plantear formalmente el plebiscito como salida.

La leyenda dice que iba a anunciar ese plebiscito el mismo día 11 de septiembre, pero no hay evidencia histórica de ello. Como sea, los mandos golpistas de las FF.AA. se adelantan, toman la iniciativa y se desencadena el golpe y con él la más siniestra noche de Chile.

A 50 años de ese 4 de septiembre de 1970 y encaminados en un proceso constituyente que puede permitir que el pueblo chileno termine con la Constitución dictatorial, malamente maquillada el 2005, y recupere el poder democrático de la mayoría tanto tiempo negado por las trampas pinochetistas, conviene mirar nuestra realidad histórica de frente. Ya no es tiempo de mitologías autocomplacientes y autoensalzantes de ningún sector.

Comprendamos lo que falló e ideemos antídotos para que no vuelva a ocurrir. Pensar en un flexible régimen de base parlamentaria, que permita que el Congreso o como se llame el futuro órgano legislativo, elija al jefe de Gobierno pero también pueda reemplazarlo cuando pierda la confianza de la mayoría absoluta de los representantes del pueblo, puede ser una forma de aprender constructivamente de nuestra tragedia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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