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¿Es la ruralidad un bastión de la derecha conservadora? Opinión

¿Es la ruralidad un bastión de la derecha conservadora?

Felipe Irarrázaval
Por : Felipe Irarrázaval Investigador postdoctoral COES e Instituto de Estudios Urbanos y Terrtitoriales de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
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La ruralidad en Chile no es un bastión de la derecha conservadora, sino un campo de disputa electoral diferente al metropolitano, en donde el despliegue territorial de las campañas juega un rol más preponderante que la afinidad programática.


Tras la primera vuelta presidencial, un hecho muy comentado fue el éxito de José Antonio Kast en comunas rurales del país. En ese ejercicio, abundaron las comparaciones con las votaciones de Brexit en Reino Unido, Trump en Estados Unidos y otros populismos conservadores en Europa, en donde la agenda progresista y transformadora se limita fundamentalmente a los principales centros urbanos. En estos casos, se suele contrastar la distancia valórica e ideológica entre la población de los grandes centros urbanos, con títulos universitarios, especializados en actividades de servicios y con acceso privilegiado a distintas formas de conectividad, y la población de las áreas menos densamente pobladas. Estas últimas suelen caracterizarse por actividades primarias y una población relativamente envejecida, la que tiende a desconfiar de la política en general y, particularmente, de la globalización y las agendas progresistas (Gusterson, 2017; Walley, 2017). En cierta medida, se conforma un populismo autoritario sobre el clivaje metropolitano-rural que ha sido vastamente examinado en la literatura (ver Scoones et al., 2018), y que es eficaz para analizar ciertos procesos electorales del Reino Unido, EE.UU. y otros países de Europa. ¿Es esto similar a lo ocurrido en Chile en las últimas elecciones? No.

En esta columna planteo que las comunas con menor población, las que podemos asimilar a comunas rurales, no se movilizan electoralmente en función de un populismo rural como en los países del norte. Por el contrario, el éxito rural de Kast en la primera vuelta se debe a los atributos territoriales de las comunas rurales en donde se concentró su éxito, en conjunto con las dinámicas clientelares de los partidos políticos de la derecha en esta zona. Esto se derrumbó para la segunda vuelta, en donde si bien mantuvo ventaja en algunas comunas rurales de la zona sur del país, Gabriel Boric obtuvo ventajas en la mayor parte de ellas, y redujo las distancias relativas con Kast de manera significativa.

En ese sentido, se puede afirmar que la ruralidad en Chile no es un bastión de la derecha conservadora, sino un campo de disputa electoral diferente al metropolitano, en donde el despliegue territorial de las campañas juega un rol más preponderante que la afinidad programática. Esto lo planteo sobre un análisis comparado por tamaño de comuna, zona geográfica y votos de estos candidatos en la primera y segunda vuelta.

Para simplificar el análisis, me centraré en todas las comunas con menos de 50 mil y 25 mil habitantes, las que en buena medida pueden ser entendidas como rurales. Las comunas de entre 50 mil y 25 mil habitantes, que aquí llamaré pequeñas, son 52 y concentran el 10% de la población del país. Las comunas con menos de 25 mil habitantes son mayoritarias en el país (204 de 346) y concentran el 12,9% de la población. En estas se puede asumir una presencia fuerte de las actividades primarias y un sector de servicios relativamente débil. Esto implica que en general cuenten con clases medias muy acotadas o inexistentes (Mac-Clure et al., 2014). Además, su población está íntimamente asociada a centros urbanos de mayor tamaño que frecuentan regularmente (Salazar et al., 2017), pese a que presentan importantes deficiencias en distintas formas de conectividad (vial o digital) respecto a las áreas metropolitanas y las ciudades más densamente pobladas. Entre ellas se encuentran comunas tan variadas como Isla de Pascua, Cañete, Curarrehue, Quellón y Tierra Amarilla y, por lo mismo, es necesario matizar su diversidad.

Al comparar los resultados de ambas vueltas según tamaño de comuna (Tabla 1), se puede ver que en la primera vuelta Gabriel Boric derrotó a José Antonio Kast solamente en comunas metropolitanas. Por este motivo, se criticó la penetración de este candidato fuera del mundo metropolitano e, incluso, se habló de cierta elitización de su electorado. Por su parte, Kast se impuso en todos los demás tipos de comunas, y de forma particularmente holgada en las pequeñas y muy pequeñas. Esto fue lo central para que se levantará la tesis del populismo rural de Kast, lo que era azuzado con sus opiniones respecto a la violencia en La Araucanía, los problemas de agua para los agricultores y sus posturas frente al rodeo.

Sin embargo, este escenario cambió abruptamente para la segunda vuelta, en la cual Boric se impuso en todos los tipos de comunas, y el holgado éxito de Kast en las comunas pequeñas y muy pequeñas pasó a ser estrecho. Mientras Kast no logró duplicar sus votos en estas comunas, Boric prácticamente los cuadruplicó. En ese sentido, los resultados de segunda vuelta cuestionan la validez de la tesis de que la ruralidad era un bastión de Kast, lo que se podía asociar a los populismos autoritarios de EE.UU. o el Reino Unido.

Si bien se requiere hilar más fino para identificar los miedos y anhelos del mundo rural en Chile (ver esta columna por ejemplo), y cómo estos son interpelados por las fuerzas políticas, es apresurado hacer comparaciones con los populismos rurales del Brexit, Trump u Orbán en Hungría. En este escenario, el éxito de Kast en las comunas no metropolitanas en la primera vuelta requiere ser contextualizado en las dinámicas territoriales de cada zona, así como también en el desempeño histórico del mundo conservador en estas. La Tabla 2 desmenuza esta tendencia en las distintas macrozonas del país. En ella se puede observar que los éxitos más abultados de Kast para la primera vuelta en comunas pequeñas y muy pequeñas se dan entre las regiones de O’Higgins y Los Lagos, en donde se impone en todos los tipos de comuna, con particular ventaja en las de menor tamaño. En el resto del país, el voto de las comunas pequeñas y muy pequeñas es más disputado e, incluso, en el Centro Norte y Norte tiende a inclinarse por Boric.

En ese sentido, el voto duro del mundo conservador no es la ruralidad como tal, sino la zona centro sur y sur del país. Sin embargo, las comunas rurales del denominado Valle Central y el sur del país han tendido a alinearse de mejor manera con la derecha hace bastante tiempo, y el éxito de Kast en esa zona en primera vuelta dista de ser sorprendente. Por ejemplo, Correa et al., (2020) destacaban la baja participación para el histórico plebiscito en la zona centro sur, así como también la victoria relativamente más estrecha del Apruebo en esas comunas. Alcatruz et al., (2020) alarmaban esta tendencia con profundidad, al plantear que para la histórica votación había bajado la participación desde el Maule hasta Magallanes, y que en estas zonas pesa menos la vocación programática de las candidaturas y más las relaciones personalistas y clientelares. Por este motivo, el despliegue territorial de las campañas y redes políticas era la principal alternativa para disputar la tendencia electoral de la primera vuelta. Y eso fue lo que hizo la campaña de Boric.

El despliegue territorial de la campaña de Boric para la segunda vuelta en estas zonas fue notorio, con amplia colaboración de alcaldes y gobernadores, así como también con la “Caravana de la esperanza” liderada por Izkia Siches. Los resultados se ven en la Tabla 1, en donde se muestra que la ventaja relativa de Kast en las comunas pequeñas y muy pequeñas se diluyó para la segunda vuelta, y prácticamente no se sacaron ventajas. Si se analiza el porcentaje de votos que entrega cada grupo de comunas, se puede ver que la composición porcentual de Kast se mantiene prácticamente igual en primera y segunda vuelta. Al contrario, el peso de las comunas metropolitanas en la votación de Boric se redujo de un 58 a 52,7 por ciento, lo que es compensado con aumentos porcentuales interesantes en todas las categorías de comunas no metropolitanas, particularmente las muy pequeñas, que pasaron de un 9,7 a un 12,1 por ciento. Sin duda, el Boric metropolitano de primera vuelta pasó a ser uno con una penetración territorial más potente a lo largo de la geografía del país.

Si bien para la segunda vuelta Kast se impuso nuevamente en las comunas pequeñas y muy pequeñas en las zonas centro sur y sur del país, la diferencia de votos es notablemente más estrecha que en la primera vuelta, particularmente en la zona centro sur. Más destacable aún es el aumento porcentual de Apruebo Dignidad en las comunas pequeñas de estas zonas. En tal sentido, el éxito de Kast en las comunas pequeñas y muy pequeñas entre O’Higgins y Los Lagos no debe ser necesariamente entendido como un rechazo del mundo rural a la agenda transformadora, sino como un despliegue de redes personales y clientelares en una zona en que el mundo conservador viene arrastrando votos hace varios años. Dado que la ruralidad en Chile difícilmente puede ser entendida por la simple aglomeración de ideas programáticas, el despliegue territorial de la política electoral juega un rol central al momento de definir las votaciones.

En ese sentido, la ruralidad debe ser incorporada en la construcción de grandes acuerdos políticos a nivel nacional mediante un despliegue territorial activo. El punto no es ampliar la lista de ofertas programáticas, sino construir lazos palpables con los casi 4 millones de personas que habitan en las zonas menos pobladas del país. Pese a que se avanzó en esta dirección en la segunda vuelta, sigue siendo un desafío y una arena en disputa para las fuerzas transformadoras.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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