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Una pregunta tonta Opinión Piscina de la Quinta Normal, 1923 Crédito: Memoria chilena

Una pregunta tonta

Alberto Sato Kotani
Por : Alberto Sato Kotani Académico Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño UDP
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Uno de los lugares de socialización más activos, placenteros y divertidos de la ciudad durante la temporada de verano, son las piscinas municipales. Donde casi nadie luce joyas ni vestuario que identifique grados de riqueza o pobreza, y donde, en la semidesnudez de los trajes de baño, se tiene la apariencia de ser iguales. En Quinta Normal de Santiago, en 1923, se inauguró una piscina municipal en forma de extraña medialuna. Quizás, creyendo que se trataba del tradicional campo destinado al rodeo, se puede convenir que no se podía nadar el largo de la piscina y, peor aun, para hacerlo en semicírculo se requería de especial destreza. En consecuencia, la piscina municipal de Quinta Normal estaba destinada al juego, el esparcimiento y el encuentro social.  

Esto ocurrió durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma. Años después, en 1929, el arquitecto Luciano Kulczewsky, diseñó una piscina destinada al deporte de la natación en el barrio Independencia.  Ambos ejemplos revelan dos destinos distintos: el social y el deportivo.  

La piscina de Quinta Normal, en tanto que espacio de esparcimiento y encuentro, recuerda una pequeña historia: en Philadelphia, en 1884, se inauguró una de las primeras piscinas municipales en los Estados Unidos, en la 12ª con Wharton Streets. Los inmigrantes, la clase obrera joven y los niños hacían largas colas para entrar.  Fue la “quintaesencia de las reformas victorianas”, argüía Jeffery Wiltse en su tesis doctoral “Contested Waters. A History of Swimming Pools in America”. 

Estos baños fueron necesarios debido a las pocas facilidades que tenían los pobres en sus casas. La clase media del norte veía a la suciedad como un signo de enfermedad, inmoralidad y trastornos mentales, por lo que una persona sucia era percibida como un agente de pestilencia y aparentaba ser un criminal, vago y borracho. En este escenario, las autoridades hicieron construir piscinas barriales con el objeto inicial de higienizar a los pobres: así de sencillo. Pero allí, en traje de baño, salvo la raza, todos parecían ser iguales, todos compartían su semidesnudez como libres de pecado y socializaban, mucho más que en la calle. Ya se había superado el puritanismo de ofender al decoro y pureza de los bienes sociales, aspecto que dominaba a la sociedad norteamericana hasta los años ’20.  

En Chile, una piscina pública abierta en esos años no podría ocultar aquellos propósitos higiénico-sociales, porque había pocos baños, agua potable y corriente en los cités y casas de vecindad. En la época actual, y en estos días de verano, es difícil imaginar una razón higiénica para bañarse en una piscina municipal, ¿o no?  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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