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Después de la recesión, un buen inicio de 2023 Opinión

Después de la recesión, un buen inicio de 2023

Gonzalo Martner
Por : Gonzalo Martner Economista, académico de la Universidad de Santiago.
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En el manejo de episodios de aumentos de precios externos, la política macroeconómica no debe alejar la actividad de su potencial por dogmas infundados, y terminar disminuyendo ese potencial. Actuar para sostener mercados competitivos y estimular la innovación y la diversificación harán lo suyo para estimular la oferta, pero esta debe anclarse en flujos futuros de ingresos que deben venir de alguna parte. La recesión programada por el Banco Central después de la gran expansión de la demanda de 2022 ha sido un error grave, especialmente si se considera que la oferta reaccionó de manera bastante dinámica y sin mayores cuellos de botella ante esa expansión. Deprimir la demanda no ha impedido ni impedirá la inflación de origen externo, salvo que se esté dispuesto a hacer colapsar la economía.


El Índice Mensual de Actividad Económica de enero creció en un 0,5% en términos desestacionalizados respecto al mes anterior, dato muy positivo que siguió al buen trimestre final de 2022. Pero debe tomarse con cautela, pues en el trimestre noviembre-enero respecto a octubre-diciembre el crecimiento es de solo un 0,1% anualizado.

Los nuevos datos corregidos muestran que la política monetaria y fiscal restrictiva logró dañar la actividad en los tres primeros trimestres de 2022 y se produjo una “recesión técnica”, pues hubo no solo dos sino tres trimestres consecutivos de caída de la producción. Lo positivo fue que la política fiscal muy contractiva en materia de transferencias se mantuvo activa por el lado de la inversión pública, lo que contribuyó a producir efectos expansivos hacia fin de año. El resultado anual fue de un crecimiento de 2,7%, pero exclusivamente gracias a los servicios.

En enero, la producción minera es todavía inferior a la de 2018, pero contribuyó esta vez al buen resultado coyuntural. También lo hizo la industria. La parte más floja es la construcción, especialmente afectada por las altas tasas de interés. Pero sobre todo contribuyeron de nuevo decisivamente los servicios a las empresas y a las personas. Estos representan dos tercios de la economía agregada, dato que pocos consideran.

La visión ortodoxa prevaleciente postula que se produjo un exceso de demanda en 2022 que debiera comprimirse para disminuir la inflación a niveles que implican provocar una recesión en 2023. Su diagnóstico sobreestima la brecha ingreso-producto porque subestima la capacidad de expansión de las capacidades instaladas, especialmente en los servicios, y concibe de manera estática sus procesos de adaptación ante estímulos de demanda.

Sin ir más lejos, los precios de los servicios de comunicación no han subido ante el aumento de su demanda. Entre enero de 2020 y enero de 2023, esos precios han bajado en un -7,1%, lo que se explica por el cambio tecnológico, la competencia y crecientes economías de escala. En el mismo lapso, los alimentos han aumentado en 41,6%, por el incremento de los precios de importación y sin un aumento particular de su demanda. El contraste es notorio: las evoluciones de los precios en los diferentes mercados son más complejas que los simples razonamientos mecánicos de manual, en especial con una oferta a consumidor tan internacionalizada y diversificada como la existente en Chile.

Por su parte, la cuenta corriente ha estado financiada por la inversión de cartera y la inversión extranjera directa del período, que ha tenido un muy buen comportamiento. Esto revela que no hay problemas de confianza en los actores económicos externos interesados en invertir en Chile, por lo que el peso ha tendido a revaluarse respecto al dólar, lo que ayuda a contener la inflación (la mitad del IPC está vinculado al tipo de cambio).

Es importante constatar que el impulso de demanda de 2021 ocasionó efectos en la economía, pero ninguno que justificara producir una recesión, aunque deterioró temporalmente el déficit en la cuenta corriente. Pero sobre todo dio pie para que la ortodoxia atribuyera a presiones de demanda una inflación de costos de origen importado, proceso en el que el fuerte incremento previo de la demanda interna a lo sumo contribuyó a una difusión más rápida del cambio de precios relativos. Esto justificaba salir del crédito casi gratuito de la pandemia, pero para llevarlo a un costo razonable y no a las cumbres irracionales vistas desde marzo de 2022. Mientras, aún se registran 116 mil empleos menos que antes de iniciarse la pandemia, hace ya tres años, lo que parece tener sin cuidado a la mayoría del consejo del Banco Central.

En 2023, la política fiscal será globalmente expansiva, lo que es una buena noticia, aunque desde el ámbito monetario poco se puede esperar. El facilismo intelectual ortodoxo –que produce explicaciones simplistas ante problemas complejos– insiste en omitir que la principal presión inflacionaria proviene del impacto directo de los precios externos de alimentos y combustibles y de sus efectos internos indirectos de “segunda vuelta”, especialmente en el caso del costo de la energía. Esto no se ha dimensionado de manera adecuada, mientras tampoco se considera suficientemente el rol de la concentración de la oferta.

En diversos mercados de bienes los márgenes son altos y parecen haberse ampliado en los productos en cuya cadena de suministro existe un cierto poder oligopólico de fijación de precios. Un ejemplo: la diferencia de precio del mismo litro de aceite de soja a consumidor en Argentina y Chile es sideral, aunque el precio internacional ha aumentado del mismo modo para las cadenas de suministro de ambos países, sin que se vean mayores acciones de la Fiscalía Nacional Económica, que opera a unos ritmos notoriamente parsimoniosos.

Sigue habiendo una discusión necesaria sobre la política económica. La visión de inspiración poskeynesiana a la que suscribimos sostiene que se requiere de una demanda agregada suficiente para alcanzar y expandir el potencial productivo existente, lo que supone políticas fiscales, monetarias y cambiarias activas, con el límite de no provocar una inflación persistente de demanda o desequilibrios en los intercambios con el exterior. Esta visión enfatiza los fundamentos macroeconómicos de la microeconomía (ver Harcourt, 2006) y no a la inversa, como hace la ortodoxia neoclásica. La observación de las realidades económicas prueba que la desconexión entre oferta y demanda es frecuente, y lleva a “equilibrios de subempleo” o a situaciones inflacionarias, lo que requiere de las mencionadas políticas fiscales, monetarias y cambiarias activas para modular la demanda agregada y las transferencias de ingresos entre agentes económicos.

El balance de medidas que debe producir la política económica requiere de mucho criterio, ese que no se vende en la farmacia ni se enseña en alguna facultad. Y debe partir por no tener una receta unívoca: comprimir la capacidad de consumo y aumentar el costo de la inversión cuando llueve y cuando no llueve. La ortodoxia chilena se equivoca con la receta de deprimir la demanda agregada de manera frecuentemente innecesaria, junto con construir expectativas artificiales de inflación ante episodios temporales. Con este enfoque complica el horizonte de inversión y el crecimiento del país, que depende crucialmente de expectativas fundadas de flujos futuros de ingresos, mientras deja al mercado la búsqueda de aumentos de productividad.

La ortodoxia también se equivoca al atribuir los problemas de producción y empleo a sobrecostos por cargas regulatorias y tributarias que interferirían negativamente en el funcionamiento de los mercados. Las regulaciones no son antieconómicas, especialmente si limitan las inestabilidades que inhiben la regularidad del proceso económico. Y suelen tener, desde la abolición de la esclavitud, un sentido civilizatorio al que no cabe renunciar, en especial las normas sobre trabajo decente y protección del ambiente. Para no mencionar que sin impuestos que financien infraestructuras, innovación, educación y salud y sin una masa salarial en expansión suficiente, las empresas privadas como conjunto no pueden funcionar con todo su potencial, tanto por el lado de la cantidad y calidad de la oferta de trabajo y de capital como de la suficiencia de la demanda. Solo los enclaves de exportación pueden desatender algunas de las dinámicas macroeconómicas internas, pero recordemos que las exportaciones representan menos de un tercio del PIB en Chile.

En suma, en el manejo de episodios de aumentos de precios externos, la política macroeconómica no debe alejar la actividad de su potencial por dogmas infundados, y terminar disminuyendo ese potencial. Actuar para sostener mercados competitivos y estimular la innovación y la diversificación harán lo suyo para estimular la oferta, pero esta debe anclarse en flujos futuros de ingresos que deben venir de alguna parte. La recesión programada por el Banco Central después de la gran expansión de la demanda de 2022 ha sido un error grave, especialmente si se considera que la oferta reaccionó de manera bastante dinámica y sin mayores cuellos de botella ante esa expansión. Deprimir la demanda no ha impedido ni impedirá la inflación de origen externo, salvo que se esté dispuesto a hacer colapsar la economía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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