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Educación ambiental: el mejor regalo en el Día de La Tierra Opinión

Educación ambiental: el mejor regalo en el Día de La Tierra

Felipe Kong López y Guillermo Pérez Abusleme
Por : Felipe Kong López y Guillermo Pérez Abusleme Académico Facultad de Educación UDP. Director Observatorio Latinoamericano de Educación Ambiental; Profesor de Historia y Geografía. Magíster en Educación Ambiental, miembro del Observatorio Latinoamericano de Educación Ambiental, respectivamente.
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Como plantea Heike Freire, la Educación es Ambiental o no es Educación. Este juego de palabras tiene mucho sentido hoy y es un eco que retumba para el futuro, pensando en el devenir del planeta y la humanidad. No queremos llegar a repetir al unísono que “pudimos hacer algo, pero no quisimos”. Y respondernos que importó más sacarle lustre al concepto de desarrollo (en especial a la dimensión económica) que a la educación como herramienta de cambio y restauración. Insistir que debemos buscar otras formas de educarnos y, así, de seguro optaremos a nuevas formas de habitar y convivir en armonía.


A través de la resolución 64/196 del 21 de diciembre de 2009, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) determinó que cada 22 de abril se celebraría el Día Internacional de la Madre Tierra, más conocido como el Día de la Tierra. En esta fecha tan simbólica y llena de retos vitales para la continuidad de lo que conocemos por vida humana en la Tierra, pensamos que el mejor regalo que puede recibir este planeta es una humanidad educada ambientalmente. Entendiendo dicho proceso como un atributo filosófico y metodológico fundamental para generar alternativas de cambio. Por ello, consideramos que trabajar en Educación Ambiental (EA) es un llamado a atreverse. A cuestionar no solo la sociedad, sino lo que somos nosotros mismos. A revisar nuestros valores y ética. Lo cotidiano. Nuestra relación con los otros. Es una invitación a construir el territorio donde queremos vivir, donde queremos ser y estar, donde estamos y somos. Es una invitación a repensarnos, a proyectarnos en los futuros múltiples y posibles.

Entender que la educación ambiental en concreto es, primero, un instrumento para prevenir el deterioro ambiental, al aportar a la formación de una cultura de  prevención y principalmente de restauración. Y, segundo, es una herramienta para fortalecer la participación ciudadana en la gestión ambiental, pues aporta a que las y los ciudadanos se asuman como responsables y protagonistas de los problemas ambientales que nos afectan. A pesar de nuestro entusiasmos, hay que reconocer que a la fecha la EA transita entre el voluntarismo y el activismo de aquellos actores sociales (en especial del mundo educativo) que comprenden la importancia de un proceso educativo-ambiental que permita “cambiar” nuestras relaciones actuales con la naturaleza. Existen desafíos que la EA debe superar en Chile y el mundo, tales como: el abordaje superficial de problema sociales, ciertos enfoques conservacionistas y ecologistas ligados al verde y reciclaje, y quizás lo más importante, la lamentable fragmentación del conocimiento. Lo anterior, lamentablemente, ha generado condiciones de acción ciudadana de baja intensidad, que no afectan en la escala de tiempo y espacio necesarias para frenar la crisis valórica y ambiental por la que atraviesa la Tierra y sus habitantes.

En Chile hay avances en materia de EA, pero, insistimos, muy vinculados a grupos sociales motivados con las temáticas. En este sentido, quizás un buen regalo para celebrar realmente el Día de la Tierra, es avanzar en la Nueva Ley de Educación Ambiental que se discute y analiza al interior de las instituciones estatales responsables del medioambiente. Es necesario poner a la EA en primera línea política, justificándose en las promesas electorales y agendas legislativas que suenan bonito cuando incorporan la dimensión ambiental en sus argumentos y discursos, pero que no tienen sustentos legales que respalden lo que se dice.

Como plantea Heike Freire, la Educación es Ambiental o no es Educación. Este juego de palabras tiene mucho sentido hoy y es un eco que retumba para el futuro, pensando en el devenir del planeta y la humanidad. No queremos llegar a repetir al unísono que “pudimos hacer algo, pero no quisimos”. Y respondernos que importó más sacarle lustre al concepto de desarrollo (en especial a la dimensión económica) que a la educación como herramienta de cambio y restauración. Insistir que debemos buscar otras formas de educarnos y, así, de seguro optaremos a nuevas formas de habitar y convivir en armonía. No olvidar que Chile y el resto de los países que conmemoran esta fecha, expresaron ante la ONU hace más de una década su preocupación por el deterioro ambiental y los impactos negativos en la naturaleza resultantes de la actividad humana, por lo cual invitaron “a hacer uso, según corresponda, del Día Internacional de la Madre Tierra para promover actividades e intercambiar opiniones y visiones sobre condiciones, experiencias y principios para una vida en armonía con la naturaleza”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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