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III Cumbre CELAC-UE: España y la “autonomía estratégica abierta” de la Unión Europea Opinión

III Cumbre CELAC-UE: España y la “autonomía estratégica abierta” de la Unión Europea

Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Profesor e Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá. Ex embajador de Chile en Ginebra ante la OMC y organismos económicos multilaterales y en Montevideo ante la ALADI y el MERCOSUR.
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Según Josep Borrell, vicepresidente de la Comisión Europea: “Si la UE quiere ser reconocida como un verdadero actor geopolítico… debemos recalibrar nuestra brújula estratégica, utilizando nuestros instrumentos políticos y económicos de forma más coherente e identificando no solo los riesgos sino también las oportunidades de forma más eficaz. Por eso he defendido desde el principio de mi mandato que Europa debe profundizar sus vínculos con los países de América Latina y el Caribe”.


La III Cumbre CELAC-UE, que ha sido convocada para julio de este año, se va a celebrar después de haberse interrumpido por ocho años, desde 2015, lo que se conocía como “diplomacia de cumbres” birregionales inaugurada en 1999 en Río de Janeiro. No ha sido fácil arribar a un consenso para citarla, pero el solo hecho de que se realice, se puede considerar un avance. España puso todo su empeño en conseguirlo, para lo que fijó como una de las prioridades de su presidencia del Consejo Europeo la relación con América Latina.

Hasta 2015 las reuniones de los jefes de Estado y de gobierno de ambas regiones se realizaron sistemáticamente cada dos o tres años, impulsando la “asociación estratégica” con importantes resultados en términos de comercio y cooperación. Los vínculos políticos, sin embargo, se fueron debilitando y surgieron discrepancias dentro de América Latina y también de la UE con respecto a esta relación.

Los actores políticos de ambas regiones fueron cambiando, aparecieron nuevas amenazas y riesgos internos y externos, una devaluación democrática de baja o alta intensidad según país y región, el surgimiento de China y Rusia disputando terreno a la UE en América Latina y el Caribe, son algunos de los factores de un enfriamiento del entusiasmo inicial por esta relación. Los veinte años que tomó la negociación UE-Mercosur para firmar un acuerdo amplio con grandes réditos potenciales en materia comercial y de cooperación –que aún no se ratifica y no entra en vigor– y las fuertes discrepancias de Brasil y México, incluso de Argentina y Colombia, con respecto a la agresión rusa a Ucrania –cuando la UE esperaba un alineamiento natural basado en la comunidad de valores que siempre se ha mencionado como una base del vínculo UE-ALC–, sumadas a la pérdida de la posición de la UE como socio comercial, desplazada del primero al tercer lugar, y los crecientes intereses de Rusia en algunos países claves como Argentina, son una muestra de las dificultades crecientes para converger entre dos regiones heterogéneas y con muy diferente grado de integración o concertación.

Siendo así, no obstante para el vicepresidente de la Comisión Europea y jefe de su diplomacia, Josep Borrell, “(la UE y América Latina) tienen que entender que son grandes aliados para afrontar juntos los desafíos del siglo XXI y defender el mundo en el que quieren vivir”.

La clave está en los tres conceptos o principios señalados por Borrell en esa afirmación: uno, la condición de grandes aliados, que no es entendida de la misma manera por la UE que por ALC. Dos, afrontar juntos los desafíos del siglo XXI, debería ser precisado, ya que hay algunos desafíos globales, como el cambio climático, el cambio tecnológico, la transición digital, la exploración y uso del espacio extra y ultraterrestre, las migraciones, que tienen distinto impacto, incidencia y posibilidad de ser gestionados, en la UE que en ALC, entre otras razones por el financiamiento. Tres, defender el mundo en el que quieren vivir, da por supuesta la existencia de un consenso sobre ese mundo en el que ambas regiones quieren vivir, pero que necesita ser diseñado prospectivamente de consuno, y construido de manera convergente, sobre todo cuando emergen poderes con peso estratégico global que parecen pensar en un mundo diferente y que ejercen progresiva influencia en América Latina y, ¡oh sorpresa!, también en Europa.

Para la comisaria (ministra) de Asociaciones Internacionales de la UE, Jutta Urpilainen, con respecto al relanzamiento de la relación con ALC, “es hora de hacer frente a la realidad. Durante demasiado tiempo hemos dado por sentada esta sólida asociación, arraigada en profundos lazos históricos y culturales. Esto debe cambiar”, refiriéndose precisamente a lo que señalo.

La presidencia española será la última antes del inicio del ciclo político de la UE de mayo 2024, cuando se celebren las elecciones al Parlamento Europeo y se constituya la nueva Comisión Europea (gobierno comunitario). Tendrán a su cargo en adelante hasta 2029 la etapa crucial de las transiciones digital y ecológica, el ambicioso plan “Horizonte Europa”y “Next Generation”, que se propone colocar a la UE en la primera línea de la competitividad global del siglo XXI, y la implementación de su “autonomía estratégica abierta”, la principal prioridad fijada por España. Este concepto va más allá de los temas de seguridad y defensa –claves, por cierto, dada la disrupción creada por Rusia–, pero que se amplía a los ámbitos comerciales, tecnológicos, energéticos y ambientales globales, o sea, la geopolítica de la nueva globalización, en un escenario de tensiones comerciales y tecnológicas China-EE.UU. y la competencia China-UE, el desarrollo exponencial de la Inteligencia Artificial, las migraciones, nuevos actores díscolos como Brasil, India, en general los BRICS y otros del “Sur Global”.

Según Josep Borrell, “si la UE quiere ser reconocida como un verdadero actor geopolítico… debemos recalibrar nuestra brújula estratégica, utilizando nuestros instrumentos políticos y económicos de forma más coherente e identificando no solo los riesgos sino también las oportunidades de forma más eficaz. Por eso he defendido desde el principio de mi mandato que Europa debe profundizar sus vínculos con los países de América Latina y el Caribe”.

Tiene toda la razón. Por ahora, la brújula estratégica de la UE solo considera las regiones y zonas que constituyen una amenaza potencial, en el campo de la seguridad y defensa, y no aparece América Latina, porque, como ha dicho un alto funcionario de la Comisión Europea, la región es “irrelevante” como amenaza. Una mirada estrecha y anticuada, claramente, y que Borrell con visión prospectiva estratégica quiere corregir. Porque América Latina y el Caribe puede que sea irrelevante como amenaza para la seguridad europea hoy, pero es imprescindible para su autonomía estratégica abierta. Tiene la llave de los recursos que necesita la industria de la defensa europea y las tecnológicas, las nuevas fuentes de energía para la transición verde, y un mercado para las inversiones europeas –que tienen el primer lugar en la región, con una altísima exposición a las crisis políticas– y el comercio de los exportadores e importadores europeos. Eso, además de que, actualmente, en el ámbito de la gobernanza global, ambas regiones suman un tercio de los miembros de la ONU, cuentan con siete de los miembros del G-20, y reúnen el 30% del PIB mundial.

En este contexto, la III Cumbre CELAC-UE puede ser más de lo mismo, como si en estos ocho años de pausa nada hubiera ocurrido en el mundo, y se reafirmarán los lazos tradicionales, se destacarán los programas de cooperación, ampliados ahora a otros sectores más de punta, y poco más, ya que es probable que la UE no logre el tipo de alineamiento de la CELAC que quisiera con el tema central, que es Rusia y China. O empezar a entrar en las definiciones duras para sincerar la relación y crear las condiciones políticas para definir las cuestiones claves de la condición de aliados, de los desafíos comunes y del mundo que queremos construir. A partir de allí, con las cosas claras, se puede relanzar la asociación estratégica birregional, la III CELAC-UE habrá tenido sentido y marcado un salto al futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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