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Sobre Chile pesa una lápida Opinión

Sobre Chile pesa una lápida

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Aníbal Wilson Pizarro
Por : Aníbal Wilson Pizarro Periodista. Ex funcionario Banco de Chile, ex columnista Diario La Epoca.
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¿Quiénes serán los entusiastas partidarios-impulsores de la violencia, en sus más crueles y despiadadas manifestaciones, los que no trepidan en asesinar o mandar a asesinar hasta a nuestros carabineros y aplauden a los medios de comunicación que llegan con una facilidad y rapidez asombrosa a los hechos más espeluznantes y pavorosos del día a día, que mientras más horripilantes sean, más venden, más rating alcanzan? ¿A quién le conviene esta sensación de inseguridad, de miedo acuciante, en fin, de una incertidumbre acicateada por la retórica de la intransigencia, que espanta a una población intimidada por lo que les muestran insistentemente noticias, muchas veces sospechosas o malintencionadas, y peor aún, verosimilmente financiadas por los artesanos y artífices de la pesada lápida sobre nuestro querido país? 


Sobre Chile pesa una lápida, decía el poeta Enrique Lihn respecto del espeso ambiente de los años ochenta. El Presidente Boric lo ha recordado más de una vez en sus discursos. Aprovechando lo más humano que tenemos, el lenguaje, me aventuro a intentar una analogía con cierto espeso ambiente que “respiramos”, sí, que por lo menos, todavía “soplamos” en este Chile del siglo XXI, a pesar de la asfixiante y pesada lápida que perdura porfiadamente recuperada, sobre este “campo de flores bordado”.
“Sobre Chile pesa una lápida”. Para entender cabalmente una sentencia tan  lúgubre y sombría, es imperioso hacerse unas preguntas ineludibles que por ignorancia, temor o sencillamente desinterés, irresponsablemente no nos estamos haciendo.
Son varias: ¿Quiénes son y fueron los obreros de esta losa que sepulta los anhelos de quienes aspiran razonablemente a un Chile más justo, un país menos desigual y menos afligido en su mezquindad?  ¿Quiénes serán los entusiastas partidarios-impulsores de la violencia, en sus más crueles y despiadadas manifestaciones, los que no trepidan en asesinar o mandar a asesinar hasta a nuestros carabineros y aplauden a los medios de comunicación que llegan con una facilidad y rapidez asombrosa a los hechos más espeluznantes y pavorosos del día a día, que mientras más horripilantes sean, más venden, más rating alcanzan? ¿A quién le conviene esta sensación de inseguridad, de miedo acuciante, en fin, de una incertidumbre acicateada por la retórica de la intransigencia, que espanta a una población intimidada por lo que les muestran insistentemente noticias, muchas veces sospechosas o malintencionadas, y peor aún, verosimilmente financiadas por los artesanos y artífices de la pesada lápida sobre nuestro querido país?  ¿Quiénes son? ¿Podremos algún día conocer a los verdaderos responsables de la pérdida del alma de Chile?
Es oportuno recordar aquí al Cardenal Raúl Silva Henríquez, hablando del “Alma de Chile” como…”la esencia de la nación Chilena, el acervo más rico de nuestra nacionalidad”. Párrafo del notable discurso pronunciado en un seminario organizado por CIEPLAN donde vuelve a expresar su pensamiento sobre los valores fundamentales de la nación chilena:”El Alma de Chile”, que pronunciara en el Te  Deum del 18 de septiembre de 1974.
Después de tan expresivas y emotivas palabras del valiente y misericordioso Cardenal, es penoso insistir obligados en las preguntas. ¿Podremos, decía yo, conocer a los verdaderos responsables de esta pérdida?  ¿O continuarán ocultos merced a su poderosa y acaudalada magia negra? La misma que practican sus eficientes hechiceros con un fin personal, egoísta, y propio del menosprecio por el “otro”, sin pensar en el daño o las consecuencias sociales o públicas que provocan al país, y a fin de cuentas a todos, ¡todos! quienes queremos y amamos esta anhelada y supuesta “copia feliz del edén”.
Seamos sinceros. ¿Acaso estos artesanos no pretenden que reviente estrepitosamente este malestarvía rotundo fracaso a cualquier precio del gobierno, con lápida y todo, para acceder ellos, muy campantes, a ese “sepulcro” que siempre han apetecido, a pesar de haberlo convertido ellos mismos en la sepultura taponada y atascada por esa lápida humillante? Restos que habría que asear, ventilar y asegurar su “administración” mientras no vayan a llegar los otros, los “malos” a ponerles a ellos una lápida más pesada aún.
Ernesto Cardenal, poeta y sacerdote nicaragüense, cuya irreverencia “contra todo autoritarismo”, entre otras muchas virtudes, ganó también la admiración del Presidente Boric, en uno de sus últimos poemas, antes de morir…, decía que “la humanidad necesita una nueva matemática porque uno más uno no son dos, sino uno y que la salvación no es de uno sino de todos nosotros juntos”. Y, agregaría yo, levantando juntos la pesada lápida, pues la unión y la sensatez hacen la fuerza necesaria para tan colosal  y sorprendente tarea.
Y una última pregunta, ¿Será posible que esta quimera, digna de una respuesta ojalá lapidaria, esclarezca de una vez la verdad que los chilenos merecemos?
Y digo respuesta lapidaria por su virtud de poder perdurar por su perfección, claridad y hasta solemnidad.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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