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¿Y después del 7 de mayo, qué? Opinión

¿Y después del 7 de mayo, qué?

Octavio Avendaño
Por : Octavio Avendaño Profesor asociado. Académico Departamento de Sociología FACSO, Universidad de Chile.
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De acuerdo a los resultados obtenidos por la lista Unidad para Chile, no será la izquierda la que logre vetar las iniciativas que los representantes de la derecha promuevan dentro del Consejo. Por el contrario, los equilibrios y la moderación provendrán desde fuera: Comisión Experta, vilipendiada por quienes idealizan la participación ciudadana directa, y por el Comité Técnico de Admisibilidad, que tendrá que velar por que se respeten los “bordes” acordados.


Las recientes elecciones del domingo 7 de mayo, definidas para escoger a los representantes del nuevo Consejo Constitucional, dieron un contundente triunfo al Partido Republicano, al obtener el 35,5% de los votos. Le siguieron la lista Unidad para Chile –integrada por el Frente Amplio (FA), el Partido Comunista (PC), el Frente Regionalista Verde Social (FRVS), el Partido Socialista (PS) y el Partido Liberal (PL)–, con un 28,4%, y la de Chile Seguro –Renovación Nacional (RN), Unión Demócrata Independiente (UDI) y Evolución Política (Evópoli)– con un 21,2%. Mucho más abajo quedaron Todos por Chile, que agrupaba a partidos de la ex Concertación –la Democracia Cristiana (DC), el Partido por la Democracia (PPD) y el Partido Radical de Chile (PR)–, que obtuvo el 8,9 y, por último, el Partido de la Gente con 5,4%.   

Con esos resultados, el Partido Republicano se convierte en el partido más votado del espectro político nacional. Lo siguen la UDI con 8,9% y el PC con 7,9%. A su vez, se convierte en el partido que en un evento electoral ha logrado la mayor votación desde el retorno a la democracia. A inicios de los 90, la DC tenía el 27,1% y luego, en los comienzos de la década siguiente, la UDI el 25,2%.

Los resultados obtenidos por el Partido Republicano, más los de la lista Chile Seguro, permiten a la derecha tener control del funcionamiento del Consejo Constitucional y, al mismo tiempo, influir en las decisiones que se tomen al interior de la Comisión Experta y en el Comité Técnico de Admisibilidad. Al elegir 34 representantes de 50, se podrán dar el lujo de redactar un nuevo texto, en el que se exprese su ideario, y, de proyectarse el actual escenario, lograr su aprobación. Incluso, se podrá dar la paradoja de que los elementos que están implícitos en la actual Constitución ahora queden explicitados al adquirir rango constitucional. Mucho más paradójico aún, que la izquierda llame a rechazar lo que se proponga, terminando así por preferir la permanencia de “la Constitución Pinochet-Lagos”.

Por otra parte, las recientes elecciones también produjeron una reconfiguración del mapa político, surgido tras las elecciones parlamentarias de noviembre de 2021. Fue en esa época en que se configuraron los cinco bloques que se disputaron la elección de los consejeros constitucionales. En esta ocasión, el centro político desaparece y se genera un escenario de abierta polarización. Ni la DC, ni el PPD, ni el PR tendrán representantes en el nuevo Consejo, aunque sí los tienen dentro de la Comisión Experta y en el Comité Técnico de Admisibilidad. Lo ocurrido con estas tres colectividades es el resultado de una larga crisis que experimentan los partidos tradicionales, en términos organizativos y debido a la ausencia de propuestas programáticas. Algo que también afecta al resto de los partidos de Unidad para Chile –con excepción del PC–, quienes, pese a estar en el Gobierno, han sido incapaces de avanzar en proposiciones programáticas y asegurar un mayor arraigo en la ciudadanía.

El debilitamiento del centro ha favorecido a la derecha, no así a la izquierda. Son los partidos de Chile Seguro (Chile Vamos) los que aparecen como opciones moderadas en comparación con las radicales propuestas del Partido Republicano. Pese a que en el corto plazo se aproximan elecciones municipales para el 2024, la reconstrucción del centro deberá ser una apuesta de largo aliento. Cualquier intento de “giro” desde la izquierda, por ocupar el espacio vacío y representar a electores moderados, será interpretado como una mera impostura.   

A su vez, el Partido Republicano, y el resto de la derecha, tienen todavía un margen para consolidar y proyectar la votación obtenida en la jornada del domingo 7 en los futuros eventos electorales: elecciones municipales de 2024 y presidenciales y parlamentarias a ser efectuadas en 2025. El Partido Republicano supo canalizar, de manera mucho más efectiva que los partidos de Chile Seguro, el descontento que generó el proceso constitucional anterior. A su vez, ha sintonizado con el sentir de buena parte de la ciudadanía que se ha visto afectada por la agudización de la crisis política, el estancamiento económico y los desaciertos del Gobierno. Ante la incertidumbre, el aumento de la delincuencia, los efectos de la crisis migratoria y la falta de liderazgo del propio Presidente de al República –considerando que estamos bajo un sistema presidencialista–, el Partido Republicano ofrece la promesa de estabilidad, orden y recuperación del sentido de autoridad.

En otras palabras, el éxito de la derecha es el resultado del fracaso de la izquierda. Más aun, de una izquierda, como la chilena, que se ha llenado de significantes vacíos y privilegiado los temas identitarios, que no logran sintonizar con las demandas y el quehacer cotidiano de los sectores populares. La crisis de la izquierda, en Europa, se ha evidenciado desde inicios de los años noventa, al ser desplazada por populismo de todo tipo. Mientras que en América Latina, en años más recientes, “las izquierdas” han tenido enormes dificultades para frenar el avance de la derecha más extrema.

En Chile, después de 50 años, la izquierda, junto con carecer de un proyecto (programático) viable y que sintonice con las grandes mayorías del país, representa hoy mucho menos de lo que históricamente logró representar y movilizar. Antes de 1970, la izquierda siempre representó al tercio del electorado, sin haber estado en el Gobierno. Durante la UP creció, en las elecciones municipales de 1971 y en las parlamentarias de marzo de 1973, impidiendo con ello que la derecha pudiera destituir y acusar constitucionalmente al Presidente Salvador Allende. Cincuenta años después, la izquierda, estando en el Gobierno, representa a menos de un tercio de la ciudadanía. Proporcional a la victoria del Partido Republicano es la derrota del oficialismo y, en especial, de aquel oficialismo más de izquierda. De hecho, en dos años, ha perdido en dos ocasiones la oportunidad de promover el cambio constitucional, e influir en los contenidos de una nueva Carta Magna.

De acuerdo a los resultados obtenidos por la lista Unidad para Chile, no será la izquierda la que logre vetar las iniciativas que los representantes de la derecha promuevan dentro del Consejo. Por el contrario, los equilibrios y la moderación provendrán desde fuera: Comisión Experta, vilipendiada por quienes idealizan la participación ciudadana directa, y por el Comité Técnico de Admisibilidad, que tendrá que velar por que se respeten los “bordes” acordados. El PC es el gran ganador de Unidad para Chile, quedando en condiciones de liderar la disidencia con la derecha dentro y fuera del Consejo Constitucional. El PS, por el contrario, queda en una condición muy secundaria, pese a que obtiene, por paridad, un cargo más. En el FA se logra un mayor crecimiento de Convergencia Social, el estancamiento de Revolución Democrática y la presencia de otras agrupaciones –como Comunes– que han perdido toda relevancia en la escena política nacional.

¿Y en este escenario, qué pasará con el actual Gobierno? En realidad tendrá muy poco margen de maniobra. Si el Partido Republicano, junto al resto de la derecha, actúan con astucia dentro del Consejo Constitucional –por ejemplo, evitando cualquier tipo de “borrachera”–, podrán sacar dividendos de los desaciertos y también del inmovilismo del Ejecutivo. Pocas posibilidades tendrá el Gobierno para lograr la aprobación de reformas que tengan un tinte “más progresista”. Asimismo, a medida que transcurra el tiempo, quedarán en evidencia las expectativas no satisfechas ni cumplidas. Escudarse en el problema de la reforma tributaria no será suficiente. Y aunque logre su aprobación, ella no le proporcionará los recursos que realmente necesita para cumplir con varias de las promesas de campaña y las propuestas de transformaciones estructurales. Chile necesita de otra estructura tributaria, que el actual Gobierno ha evitado transparentar.

El Gobierno tendrá el desafío, no menor, de lograr asegurar estabilidad política y atenuar, o en lo posible evitar que se agraven, las crisis de seguridad ciudadana y los efectos de la migración. No bastará con “esconder” al Presidente en los momentos más críticos y de mayor revuelo político, pues con eso solo terminará por reafirmar la necesidad de un liderazgo fuerte, decidido, dispuesto a interpelar y a dar la cara en todo momento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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