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El Mapocho, el río de escasa dignidad que atraviesa Santiago Opinión

El Mapocho, el río de escasa dignidad que atraviesa Santiago

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Los ministros, incluso el elegante Elizalde (que uno lo ve como de Hugo Boss) han tenido que ponerse unas parkas y salir a terreno, que es lo que a la gente le gusta independientemente de si eso hace más efectiva la ayuda: que se machuquen. Claudio Orrego debe de andar radiante, pues para él la función pública es eso de ponerse unas parkas y unos bototos y salir a terreno a ayudar a los más necesitados, un espíritu muy ignaciano, una prolongación histórica de lo que hacían las antiguas visitadoras sociales.


El Mapocho que nos ha tocado conocer ha sido siempre un río inestable, amarronado y de escasa dignidad, tal es mi recuerdo. Los catalanes dirían quizá que es un torrent, un torrente, es decir una hendidura del terreno por donde bajan violentamente las aguas cuando llueve mucho.
A los santiaguinos y santiaguinas nos hubiese gustado un río majestuoso como el Sena o como el Danubio y de ahí la idea del Mapocho navegable, que no sé como se hubiese comportado ayer o anteayer, pero no: ni majestuoso ni navegable, ha llovido un par de días y pasamos de nuevo, en Santiago, de la sequía prolongada a la inundación, de un río como un hilito de agua contaminada al torrente impetuoso, al desastre…
Los ministros, incluso el elegante Elizalde (que uno lo ve como de Hugo Boss) han tenido que ponerse unas parkas y salir a terreno, que es lo que a la gente le gusta independientemente de si eso hace más efectiva la ayuda: que se machuquen. Claudio Orrego debe de andar radiante, pues para él la función pública es eso de ponerse unas parkas y unos bototos y salir a terreno a ayudar a los más necesitados, un espíritu muy ignaciano, una prolongación histórica de lo que hacían las antiguas visitadoras sociales (aparte que el Mapocho corre de oriente a poniente y refuerza su pobre idea del Eje Providencia Alameda, en una metrópolis que es hoy una suma o multiplicación de ejes y territorios, una conurbación compleja).
Ojalá se vaya aminorando el frente de mal tiempo, que los ministros y el gobernador guarden sus parkas y regresemos a la normalidad o anormalidad o inestabilidad de siempre.
Uno ve los grabados europeos que se hacían en el siglo XIX sobre Santiago, y aparece allí un Mapocho con aguas de río europeo, cuando esto es un pedazo de naturaleza salvaje, o quizá era así en esos tiempos. El profesor Ernesto Grassi, un filósofo discípulo y amigo de Heidegger, tuvo que venir a dar clases a la Universidad de Chile durante varios años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, ya que allí estuvo fuera de la cátedra durante un rato por sus pasados entusiasmos mussolinianos. Vino en invierno a dar unos seminarios que hacía en su casa y en sus cartas a Enrico Catelli escribía que Santiago como lugar de cultura no valía nada, eran los años ’50, pero sí como naturaleza, y se refería a la cordillera nevada, majestuosa. A ello que reaccionó indignado el también profesor de filosofía de la Universidad de Chile Juan Rivano, alegando en la revista Mapocho que esa era una típica mirada europea y despectiva.
También Neruda, que ahora está un poco desprestigiado, aportó algo respecto de esta mirada de naturaleza en estado puro para nuestro país e incluso Zurita hizo un canto a los ríos, y yo me acordaba de todo eso cuando estuvo en Chile Claudio Magris y logré ir a entrevistarlo al Instituto Italiano de Cultura, que queda en una callecita por Eliodoro Yáñez con Providencia.
Magris compuso un libro estupendo, muy celebrado mundialmente, sobre el Danubio, un río majestuoso que atraviesa diez países europeos y que marcó el límite del Imperio Romano o que ayudó a configurar el imperio Austro Húngaro, y como yo desempeñaba un cargo medio dudoso de asesor de cultura en el diario La Nación logré entrevistarme con el señor Magris, y la verdad es que no tuve mucho éxito (estoy un poco acostumbrado ya a esos desencuentros).
Pensando en Grassi, le pregunté al animoso Magris, tras felicitarlo (cosa que lo dejó igual), si había visto el Mapocho, nuestro río, que pasa a pocos metros de donde estábamos conversando, y la pregunta le dio un poco de lata al entrevistado: él quería hablar del Danubio y de su libro, no del Mapocho. Quizá tenía toda la razón. Insistiendo, le sugerí que considerara la posibilidad de un libro sobre nuestro río-torrente, a cuyo paso hay poca historia o sea nada, podríamos decir, y esa es la condición de nuestras culturas locales, la ausencia de subsuelo histórico, o mejor dicho el descuido de cualquier suceso pasado, y por eso hacemos tan pocos libros y tan poco interesantes, mi pregunta era en realidad un sollozo latinoamericano.
Pero Magris esperaba que le preguntara yo por Bratislava, por Budapest, por la Selva Negra, por Belgrado, por el Mar Negro, por los turcos sitiando Viena, por las cohortes romanas, y no fue así, yo ahí con mi miserable Mapocho y con la desventura latinoamericana, frente a un Magris de expresión cada vez más plana, así es que le pasé el entrevistado al periodista especializado que iba realmente a entrevistarlo y me evaporé sin que me añoraran…
Releí luego el libro en versión italiana durante la pandemia, para hacer algo, y me decepcionó. No lo leí entero, quizás por la dificultad de leerlo en otra lengua, me pareció periodístico o sea efectista y sin alma. Es que seguía yo picado con Magris por su desprecio a nuestro inestable Mapocho.
Esta opinión fue originalmente publicada en el Facebook de Juan Guillermo Tejeda, que se puede ver aquí.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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