El compromiso irrestricto con el respeto a los derechos humanos; el repudio al golpe de Estado en tanto brutal cancelación de las posibles soluciones pacíficas; el rechazo al ejercicio y promoción de la violencia política y la repulsa a la injerencia extranjera, podrían ser fundamentales componentes para una mirada común sobre nuestro pasado y aprendizajes esenciales para nuestro futuro.
El Presidente Gabriel Boric ha propuesto un acuerdo para la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado de 1973 que incluya dos principios fundamentales: el primero, “Que los problemas de la democracia se deben resolver con más democracia y no con menos, por lo tanto, un golpe de Estado es inaceptable”. El segundo, “Que nada, ni las diferencias más agudas, justifican las violaciones de derechos humanos”.
Esos principios son fundamentales, pero a mi juicio insuficientes para dar cuenta de la complejidad de la situación que llevó al quiebre de nuestra democracia hace 50 años.
Propondría dos principios adicionales, con miras a lograr efectivamente una mirada más integral que logre concitar el acuerdo de una amplia mayoría nacional y que permita extraer enseñanzas comunes con miras al futuro.
Primero: “En democracia, el ejercicio o la promoción de la violencia política es inaceptable”. Se trata de un asunto directamente vinculado a la crisis política de 1973. Es un argumento generalmente esgrimido por la derecha política. Son recurrentes a este respecto las referencias a los documentos del Partido Socialista de la época o a las proclamas y acciones del MIR. Pero bien miradas las cosas, hoy no debiese haber ningún inconveniente para que la mayor parte de la izquierda suscriba este principio. Por una parte, el proceso de renovación del socialismo fue una implacable autocrítica al rol del PS durante la UP. Las conclusiones de esa reflexión apuntaron a un rechazo a la violencia y a un compromiso con la democracia como vía para el cambio social. Para el Partido Comunista, más aún, suscribir ese principio sería un rescate de su rol durante la UP, período en el cual fue la fuerza de izquierda más firmemente comprometida con el respeto a los límites institucionales y que enfrentó con más resolución al ultraizquierdismo. Su consigna “No a la Guerra Civil” sintetizaba su opción por un camino pacífico. Ya en dictadura, el PC mantuvo su crítica al rol de la ultraizquierda. El documento de su dirección interna de 1975 (posteriormente asesinada por la DINA) titulado, “El Ultraizquierdismo, Caballo de Troya del Imperialismo”, deja de manifiesto ese convencimiento. Finalmente, los partidos del Frente Amplio no existían en esa época, pero bien harían en tomar posición en este debate esencial. La verdad, el Presidente se vio bastante solo y abandonado por sus partidos más cercanos cuando hace poco propuso tener una mirada más crítica sobre el período de la UP y enfrentó fuertes críticas.
Pero por el otro lado, el repudio a la violencia política también implica evidenciar y rechazar el violentismo de la ultraderecha durante ese período, el que incluyó el asesinato de un comandante en jefe del Ejército, del edecán naval del presidente, el robo de armamento militar y el apoyo al levantamiento del Blindado N° 2 el 29 de junio de 1973 y numerosos atentados terroristas contra la infraestructura del país, los que también causaron la muerte de personas inocentes.
Segundo: “Los problemas de Chile los resolvemos los chilenos. La participación de chilenos en actos injerencistas de potencias extranjeras es una forma de traición a la patria”. Para desgracia de nuestro país, fuimos un escenario más de confrontación en la guerra fría. Ha sido ampliamente documentada la brutal agresión del gobierno norteamericano, la que incluyó la promoción de un golpe de Estado incluso para evitar que Allende fuese elegido por el Congreso Pleno. Siguió luego el ataque económico y el financiamiento a la desestabilización, por ejemplo, con el apoyo en dinero a la paralización de los camioneros. Menos conocida, pero muy directa, fue la intervención de la dictadura brasileña, la que además de ser una activa conspiradora en apoyo al golpe a través de su embajador, proporcionaría luego instructores en tortura y sería el primer régimen en reconocer a la junta golpista. Hasta Australia se dio el lujo de instalar una estación de espionaje en colaboración con la CIA. En todo lo anterior hubo participación de políticos, militares y empresarios chilenos. El magnate de la Prensa, Agustín Edwards fue el caso más vergonzoso. Por el otro lado, la intervención del castrismo en apoyo a la ultraizquierda y la presencia invasiva en nuestro país del propio Castro, presencia que el gobierno no fue capaz de acotar prudencialmente, fue indudablemente otro factor de agudización del conflicto político.
De esta forma, el compromiso irrestricto con el respeto a los derechos humanos; el repudio al golpe de Estado en tanto brutal cancelación de las posibles soluciones pacíficas; el rechazo al ejercicio y promoción de la violencia política y la repulsa a la injerencia extranjera, podrían ser fundamentales componentes para una mirada común sobre nuestro pasado y aprendizajes esenciales para nuestro futuro.