Publicidad
Tráiganme la cabeza del centro progresista Opinión Lukas Solís/AgenciaUno

Tráiganme la cabeza del centro progresista

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
Ver Más

Desde hace una semana hemos vuelto a nuestra ordinaria realidad, con sus crudos y urgentes problemas que todos pretenden resolver y ninguno puede por lo dicho: sólo existen el Sur y el Norte y nadie se mueve. Pero el pasado no está necesariamente enterrado. Será historia.


Ya ha sido dicho cien veces: Chile acaba de perder, doblemente, la oportunidad de dotarnos de una Carta Magna elaborada en democracia. Han sido cuatro años de debates y dos proyectos de constitución centrados más en la visión programática de unos sectores antagónicos que en un verdadero diálogo nacional. La alianza Frente Amplio/PC y la alianza de las derechas, con un marcado centro gravitacional en la derecha ultraconservadora de Republicanos, nos han conducido a cero.

Una amplia mayoría de chilenos ha preferido mantener la actual Constitución, a pesar de su vicio original de haber sido elaborada en dictadura, aunque reformada sustancialmente por el gobierno de Lagos, como ha sido subrayado hasta la saciedad, primero por la derecha, originalmente reacia a un nuevo pacto social, y luego por la izquierda, que había hecho de la renovación constitucional su caballo de batalla, por no decir la columna vertebral de su programa de gobierno.

¿Es un fiasco? Sin duda. Se ha perdido tiempo y recursos, se ha paralizado el país a la espera de un nuevo rumbo marcado por una nueva constitución… Y al final la clase política llega a un solo acuerdo, pero que define tan bien a Chile que podría resumirse en el famoso verso de Huidobro: “Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte”. Y también en la genial sentencia de Parra que viene a ser casi nuestro lema nacional: “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.

Todo esto es archisabido y de alguna manera ya es pasado. Desde hace una semana hemos vuelto a nuestra ordinaria realidad, con sus crudos y urgentes problemas que todos pretenden resolver y ninguno puede por lo dicho: sólo existen el Sur y el Norte y nadie se mueve. Pero el pasado no está necesariamente enterrado. Será historia. Pero la historia suele volver, como los fantasmas en el teatro clásico.

Hay cosas, eso sí, que cambiaron. Uno de los movimientos tectónicos que produjo el vértigo constitucional fue la aparición de lo que parecía ser un nuevo centro político. Yo fui una de esas personas que nunca ha votado a la derecha, que adhirieron a Amarillos por Chile desde el convencimiento de que era necesario echar a andar un nuevo centro progresista, un espacio en donde socialdemócratas, socialcristianos, liberales de izquierda pudieran articular una alternativa distinta a la izquierda identitaria, religiosa y wokista que malogró la posibilidad de tener una constitución progresista.

Pero, como en una obra de Sófocles, de Shakespeare, de Calderón, apareció un fantasma: Amarillos decidió hacer campaña por una Constitución con enclaves tan ultraconservadores –tal como eran superidentitarios los del primer proyecto– y tan poco en fase con el estado cultural del Chile de hoy que hacía muy difícil que convocara a una amplia mayoría de chilenos. Es como si Amarillos y Demócratas hubiesen hecho suyo el título de esa genial película de Sam Peckinpah: “Tráiganme la cabeza de Alfredo García”. Es como si hubiesen dicho: “tráiganme la cabeza del centro progresista, que la maquillaré y la dejaré igual a la de la derecha”.

Ese nuevo rumbo es totalmente legítimo: las mayorías son las mayorías, incluso en los partidos políticos en formación. Pero va a ser muy difícil que Amarillos pueda predicar y convencer que es una fuerza progresista. A menos que se piense, y se diga y se demuestre, que el progresismo está hoy del lado de la derecha. Yo no lo creo, por eso me bajé. Ahora, por supuesto, Amarillos y Demócratas son libres de pensarlo y de intentar practicarlo. Pero la deserción de Amarillos del espacio político que llamó en un comienzo a recrear, sigue dejando abierta una brecha del porte de un cráter y una necesidad urgente en la política chilena: la de un centro izquierda progresista, dialogante, cosmopolita, supraidentitario. Mientras ese espacio no sea ocupado con convicción seguiremos concluyendo con Parra que la izquierda y la derecha unidas…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias